jueves, 7 de mayo de 2015

Pequeña historia anecdótica del Puerto de Guadarrama. Constancio Bernaldo de Quirós.


                  De todos los puertos de montaña de la España áspera y quebrada,tengo para mí que el más popular es el de Guadarrama.¿Quién no ha cantado, o no ha oído cantar alguna vez, la famosa copla: «tengo que subir, subir, al Puerto de Guadarrama, para recoger la sal que mi morena derrama»? Pero nadie sabe quién fue esa morena, ni por qué iba y venía tanto por las alturas de la Sierra, ni, finalmente, por qué iba tan cara la sal que había que recolectarla con tanta fatiga. Seguro es que desde que la especie humana se multiplicó en la cuenca del Tajo y en la del Duero, el Puerto de Guadarrama ha estado en uso, como paso principal de una vertiente a otra en dirección N. O., así como el de Somosierra hacia el N. E.
         Reinando Felipe III, al comenzar el siglo XVII, se hizo el descubrimiento, cerca del Puerto, de un tesoro de monedas de oro de los césares romanos, que estudió cierto Dr. Iván de Quiñones, juez de los Bosques del Rey, en un curioso opúsculo reseñado por mí en la revista Peñalara, hacia 1915, si mal no recuerdo. Probablemente, era el tesoro de algún bandolero famoso, algo así como el tesoro del Cofresí, el pirata puertorriqueño de que aquí se habla tanto y que se busca en tantas playas y costas del Caribe. Pero desconocemos del todo el nombre que dieran los  romanos a este paso que hoy llamamos el Puerto de Guadarrama y que ellos debieron usar como un accesorio invernal de la Fuenfría, a través del cual trazaron la calzada de que aún quedan tantos restos. En cambio, sabemos que los árabes, ya en plena Edad Media, llamaron al Puerto de Guadarrama Bab-el-Comaltí, o, sencillamente, Balatome, como dice el privilegio del rey Alfonso X, «El Sabio», a los moradores de las antiguas alberguerías de la Sierra.

Cuando ya la Reconquista se ha establecido entre Duero y Tajo y la tierra se ha repoblado con segovianos en sus dos vertientes, se le llama «La Tablada». Así le hayamos nombrado en el Libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita, Juan Ruiz, escritor al mediar el siglo XIV. El poeta, perdido en el bosque de la Fuenfría, sin conseguir pasar el puerto, ha reaparecido en Riofrío, donde tiene el encuentro con Gadea; y, al cabo, haya la buena senda del actual Puerto de Guadarrama, que le encamina decididamente a su tierra de Hita. La senda antigua no coincidía exactamente con la vía actual; más desviada hacia Saliente, conserva aún, no obstante, restos de antiguas construcciones itinerarias, tales como la Casa o Venta del Cornejo (esto es, del cerezo silvestre) y la Ermita de Cepones, todavía marcadas en el mapa de la provincia de Segovia hecho por Coello para ilustrar el viejo Diccionario Geográfico de don Pascual Madoz, a mediados del siglo XIX. La Casa del Cornejo da motivo al poeta para un ligero devaneo erótico, a poco repetido en el encuentro con Menga Lloriente. Sigue después la monstruosa caricatura de serrana, especie de capricho de Goya, hecho con palabras; y la serie entera de las serranillas de Juan Ruiz acaba con la más fresca e ingenua de todas: aquella que tiene a Alda, o Aldara, como protagonista, y como escenario La Tablada, casi exactamente en el lugar en que asientan hoy la estación de San Juan de Tablada del ferrocarril, entre Cercedilla y San Rafael, y el Sanatorio Lago, hacia la boca del túnel del Puerto.

Otro lapso de tiempo, todavía más largo, y ahora llega don Luis de Góngora, el príncipe de la poesía castellana, con un soneto a  la pasada del Puerto de Guadarrama por el Conde de Lemos». El soneto empieza con la ampulosidad y énfasis habitual, con una imprecación en que los conceptos riñen entre sí: «montaña inaccesible, opuesta en vano al apartado trato de la gente…». Luego, su texto nos revela dos cosas interesantes para nosotros. Una, que el paso de la Sierra ya no se llama La Tablada, sino que ha tomado el nombre del pueblo más próximo de la vertiente meridional: Guadarrama, el «frío de la arena», literalmente traducido del árabe. Otra, que el camino del Puerto se ha convertido ya, en tiempos de Felipe III, en un camino más amplio que un camino de herradura, en un camino que consiente el tránsito rodado de los coches. El Puerto de Guadarrama, en los más viejos «repertorios» de los caminos españoles, el de Pedro de Villuga y el de Alonso de Meneses, hechos hacia la época que nos referimos, figuran en el «camino de los coches de Toledo a Valladolid», las dos grandes capitales de las Castillas entonces, mientras que el «camino de los caballos», desviándose más hacia el Oeste, traspasa decididamente la Sierra por el Puerto de las Pilas (como la línea férrea de hoy, de Madrid a Ávila), tocando antes la villa de Cebreros, y el otro puerto intermedio de Arrebatacapas, ceñido, en general, al desarrollo de la carretera de Toledo a Ávila.

Vamos a ver ahora un par de episodios que nos enseñarán lo que era el paso del Puerto por esta época. Estamos en el reinado de Felipe IV. La estrella del Conde Duque de Olivares se ha eclipsado. El poderoso valido había salvado la vida, más feliz que don Álvaro de Luna o que don Rodrigo Calderón; pero retirado a Toro, se consumía de tristeza de obediencia, ¡él, la «pasión del mando»!, como le califica Marañón, exactamente.

La mujer y la nuera del Conde Duque, se dispusieron a reunirse con él, marchando en coche desde su palacio de Madrid, a través del Puerto. Era el mes de noviembre: noviembre, que si en el calendario astronómico es todavía otoño, en el meteorológico corresponde al invierno, decididamente.
La pesada carroza arranca, pues, un día de noviembre bien de mañana, de la puerta principal del palacio del Conde Duque, hoy convertido en cuartel en la calle del propio Conde Duque. Las dos damas se abrigan bien apretadas en el interior. Fuera, en el pescante, van el cochero y un lacayo; atrás, en la trasera, otros dos servidores, a la intemperie. Cruzado el río por la famosa Puente segoviana, la carroza avanza por la antigua carretera de Castilla, al otro lado del muro de la Real Casa de Campo, bajo un clima cruel que amenaza nieve. La Sierra, invisible, a la derecha, más allá del grave encinar de El Pardo, está cubierta por un enorme nimbo de azul pizarra obscuro. Nuestra Señora de las Nieves, que mora en la más alta cumbre de los Montes Himalayas, supremos vértices del Mundo, sin duda tiene puestos los ojos en esta dirección, y su mirada desciende al Guadarrama en este instante en forma de una nevada espesa y continua, que va cubriendo de capas cada hora más espesas las rocas cimeras de gneises y granitos. El campo está desierto y silente. De cada minúscula casa perdida en el enorme despoblado, asciende al cielo por la chimenea una columna de humo revelador de un hogar en torno al cual se agolpa una familia aterida. Un relevo hacia Las Rozas. Luego, la recta del camino que avanza sin vacilar hacia el gran obstáculo. El paisaje comienza a
cambiar, emergiendo el granito sobre el suelo que se quiebra en un relieve cada vez más áspero. Torrelodones, el primer pueblo de la Sierra, con la vetusta torrecilla roquera que le dio nombre, arruinada sobre un pequeño cerro. Apenas la carroza ha entrado en el dominio de la Sierra, la nieve comienza a caer sobre ella y ya blanquea del todo, dando tumbos en las revueltas de la Cuesta de Peguerinos, ¡tan bella!, mientras la muerte blanca acecha a los indefensos sirvientes que van al exterior. Pero la muerte blanca es muy dulce; adormeciendo a sus víctimas en un sueño suave, las vence sin resistencia ni protesta, sin un grito,
una lágrima o una sacudida. Cuando la carroza llega al pueblo de Guadarrama, en la base del Puerto, y se detiene tambaleándose ante la posada del lugar, el nevazo aumenta más que nunca. ¡S´abierto el ceazo!, dicen los muchachos que se acercan, curiosos, aludiendo al mayor volumen de los copos, que parece dar la 
ilusión, en efecto, de que el tamiz que los cierne ha ensanchado la urdimbre de su tela. Las señoras descienden en busca del fuego. Pero de los servidores que ocupaban la trasera, uno está muerto, conservando en actitud vertical por la rigidez cadavérica. Y su compañero, próximo a seguirle, quiere seguir durmiendo y que le dejen soñando. El viaje a Toro queda truncado por el momento. Una hora después, el tiro renovado de nuevo, la carroza se dirige al inmediato Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial; y como las dos damas ilustres de nuevo están transidas por el frío, allí sus acogedores las envuelven en sendas sábanas empapadas en vino generoso y las llevan al lecho que, según ciertos testigos, calentaron previamente los cuerpos de algunos sucios villanos para darse el gusto de afrentar, quienes dispusieron la operación, a la mujer y a la hija del poderoso don Gaspar de Guzmán, Conde Duque de Olivares, tan temido días antes.

El segundo suceso histórico a que queremos referirnos, ocurre casi cien años después, reinando Felipe V, y su agonista es el estrafalario personaje don Diego de Torres Villarroel, «Gran Piscator» español, famoso astrólogo de la Universidad de Salamanca, que tiene entre sus méritos mayores el de haber profetizado la Revolución Francesa cincuenta años antes, con sólo un año de error, en aquella famosa décima que dice: «Cuando las mil contarás con los trescientos doblados y cincuenta duplicados y los nueve dieces más, entonces tú lo verás, ¡mísera Francia! te espera tu calamidad postrera con tu Rey y tu Delfín, y tendrá entonces su fin tu mayor dicha primera». Estamos, pues, en el año 1735, cuando don Diego de Torres Villarroel decide ir desde Madrid a Ávila. Seguido de su criado, a caballo también, el gran don Diego cabalga por el viejo camino de las Castillas. La noche cayó sobre ellos en la subida del Puerto, y, sin sentirlo, saliéronse del camino, internándose en el monte por una senda engañosa que debía ser un arrastradero de pinos. Perdidos a poco en el pinar, al fin vinieron a caer, por su desgracia, al fondo de unos cepos loberos que algún honrado vecino de Guadarrama, de San Lorenzo, de El Escorial o Peguerinos, se había tomado la molestia de disponer en defensa de su ganado. Uno de los caballos quedó muerto, otro se patiquebró o poco menos, y don Diego y su criado pasaron toda la larga y fría noche otoñal en el fondo del cepo, temerosos de que el lobo cayera también a deshora sobre ellos, el lobo feroz del Guadarrama, canis lupus signatus, por las rayas obscuras que lleva sobre el hocico: canis lupus signatus, más feroz que el de Gubbio, porque a su raza nunca la evangelizó San Francisco de Asís, el Cristo de la Edad Media. Cuando, a la madrugada, el honrado vecino llegó a reconocer sus cepos, halló en ellos aquella caza extraordinaria, a la que dispensó los primeros socorros. Abandonado el caballo muerto a los buitres y llevando de la brida al lesionado, Torres Villarroel y su criado, desfallecidos, precedidos del honrado vecino, se dirigieron a la casa forestal más próxima, que debía ser la que hoy se llama «del Cura», arruinada entre Pinares Llanos y Cuelgamuros, inmediata al Pino de las Tres Cruces, donde se juntan, y de aquí las tres cruces, los términos de Guadarrama, San Lorenzo de El Escorial y Peguerinos. El guardabosques, que se llamaba «El Calabrés», probablemente por su procedencia, atendió a ambos desgraciados con cristiana caridad, satisfaciendo todas sus necesidades. Por lo que afecta a la alimentación, don Diego nos cuenta en su Vida, donde ha relatado el episodio, que apenas llegados a la casa del guardabosques, éste les ofreció sendos vasos de leche, de oveja probablemente, aunque él no lo dice, y luego, a medio día, sirvióles de comer un gran plato de nabos con abundante pan de centeno. Este pasaje nos revela el régimen alimenticio de la Sierra antes de la llegada de la patata, que todavía había de retrasarse cerca de tres cuartos de siglo. Amo y criado se reponen en tanto de sus fatigas y reanudan su camino hacia Ávila. Seguro es que han pasado por Peguerinos primero, recién fundado, y luego por Las Navas del Marqués,  donde hicieron noche; y seguro asimismo que en Peguerinos y en Las Navas del Marqués, han cruzado la palabra o la mirada, cuando menos, con hombres y mujeres de quienes yo directamente procedo por línea de padre.
La aventura de Torres Villarroel nos demuestra que el estado del camino real de Castilla, en los días de Felipe V, era bastante deficiente, pues permitía salirse del central con facilidad. Lo remedió su sucesor, Fernando VI, con la construcción de la magnífica carretera que, partiendo de la capital de la Monarquía, llega hasta La Coruña, deteniéndose ante el mar en una diagonal de cerca de ochocientos kilómetros. Fue éste, en sus días, el camino real más espléndido de Europa y del mundo entero; y en el alto del Puerto de Guadarrama, por donde trepa la vía, un león tallado en piedra berroqueña sobre un alto pedestal, y sosteniendo bajos sus poderosas zarpas delanteras los Dos Mundos, conmemora el triunfo del Rey sobre los Montes, según declara, en latín, la pomposa inscripción de la lápida que hay por debajo. Desde entonces, el Puerto ha añadido un nombre más, el de Puerto del León, a la serie de todos los que ha venido teniendo.

También Carlos III, el gran rey constructor de ciudades y caminos, añadió a la obra de su hermano un detalle de interés en esta parte de la carretera: un parador o albergue, en la vertiente septentrional del
Puerto, algo que seis o siete siglos antes se hubiera llamado, en León o en Castilla la Vieja, «Alberguería», o en Castilla la Nueva, «Los Palacios», y que entonces, en el nuevo vocabulario de las instituciones itinerarias tomó, sencillamente, el nombre de «fonda»: la «Fonda de San Rafael», patrón de los viajeros. Esta fonda, que todavía se conserva íntegra, fue el núcleo de una pequeña agrupación humana, de una aldea, formada por vecinos del Espinar, de Peguerinos, de San Lorenzo del Escorial, de Guadarrama y hasta de Cercedilla, que, con sus parejas de bueyes de labor, se dedicaron a la industria de encuarteros para favorecer la subida del Puerto a las diligencias, carros y carretas procedentes de las Castillas.
Recuerdos de bandolerismo son inevitables siempre en las proximidades de los grandes caminos y, efectivamente, aquí, dominando la aldea de la Fonda de San Rafael, tenemos uno: Peñón de Juan Plaza, en el macizo de Cueva Valiente. Tan sólo el nombre queda de este salteador a quien nos imaginamos en el alto del risco acechando las ocasiones favorables. Casi seguro es que la partida de Juan Plaza haya pernoctado muchas veces en el interior de la pequeña espelunca abierta en el granito de la montaña, mal llamada «Risco de Pruebas Valientes» en el mapa de la provincia de Segovia de Coello, pues es Cueva Valiente el suyo propio, que alude a esta alta oquedad de la roca, desde cuyo interior, abierto al N. O., se adivina la villa del Espinar envuelta en la cálida y olorosa atmósfera de resina de pino que desprenden sus hogares.
Llegamos ahora al reinado de Carlos IV, en la linde de los siglos xviii y xix. «1793», la fecha trágica de la Revolución Francesa, aparece, tallada a cincel, en el dintel de una casa en el último gran empujón de la subida del Puerto, por su vertiente meridional, pasada la estación de ferrocarril de San Juan de Tablada. La casita, hoy destinada a los peones camineros, fue, en sus buenos tiempos, un refugio de cazadores, un albergue cinegético cuando el monarca paseaba sus aficiones de Nemrod por los bosques reales de Cuelgamuros, de Riofrío y de Valsaín, y conserva una magnífica cocina de hogar central en torno de la cual, en los cuatro lados de los muros, corren altas tarimas de madera de pino, en plano ligeramente inclinado y con una ligera moldura de reborde a los pies, para servir de lecho a los monteros. La cocina de la casa cinegética del Puerto de Guadarrama es, sin duda, la más hermosa y original de todo el territorio del Real de Manzanares, superando a la de la antigua Posada de la Cereda, en el Collado del mismo nombre, entre el Escorial y Las Navas del Marqués, por donde iba el camino viejo «de cureñas», construido, igual que la posada, para la fábrica del Real Monasterio  de San Lorenzo. Asomándonos a ella, nos imaginamos escenas de bienestar y buen humor ante las llamas y la olorosa carne de las reses de monte, mientras afuera reina un clima glacial en la negra noche que tiende su paisaje de estrellas resplandecientes sobre los altos picos nevados.
Quince años después de la fecha inscrita en el dintel de la mansión de cazadores, el que vemos ascender trabajosamente  por la vertiente sur del Puerto, es el personaje histórico de mayor fama bélica que le ha pisado.
El 24 de diciembre de 1808, Napoleón, a pie, del brazo del general Savary, cruzaba el Puerto de Guadarrama en una retirada hacia el Norte, desde Chamartín, que le costó grandes pérdidas de personal y material, pues el clima, aliado esta vez con la raza, supo defender al país con todos los rigores de un crudo temporal de nieves. La Nochebuena de aquel año, bien mala por cierto, la pasó el Emperador en la Posada de Villacastín, muy dentro ya de la provincia de Segovia. Probablemente, entre el Estado Mayor de Bonaparte marchaba el general Bory de Saint Vincent, autor de la primera guía moderna del viajero en España, presagio del Bédeker, aunque sólo desde el punto de vista fisiográfico, y creador, así mismo, de la nomenclatura de las cordilleras españolas que todavía aprende la niñez de hoy, cuando menos la rural y hasta la provinciana.
Él, el general Bory de Saint Vincent, que nació en Agen, en la Guiena, fue quien lanzó a la circulación el nombre de «Cárpeto-Vetónica» para la Cordillera Central divisoria de las Castillas y, por tanto, de las cuencas hidrográficas del Duero y del Tajo, obteniendo pleno éxito en su iniciativa. Sin duda aquel día 24 de diciembre de 1808, el general Bory de Saint Vincent paseó su mirada llena de inteligente curiosidad, por el medroso paisaje, cubriendo de notas de observación personal algún pequeño cuaderno.
Imposible sería relacionar la sucesión de los ilustres viajeros que cruzaron la montaña, como sería imposible contar el paso de los ganados de La Mesta, las ovejas sobre todo, que dos veces al año, desde tiempo inmemorial, envueltos los rebaños en su peculiar atmósfera de polvo, como el del episodio de El Quijote, van y vienen por las dos vías pecuarias que atraviesan el Puerto: la principal, por el mismo Puerto, y la accesoria que, desviándose de ésta en la Cañada de Gudillos, prosigue después por Pinares Llanos, y pasa a la Cordillera por el Puerto de San Juan de Malagón, entre Peguerinos y El Escorial, volviendo a reunirse con la cañada maestra más allá del Puente del Tercio, en las proximidades de Galapagar.
Pero aunque los viajeros ilustres sean imposibles de contar, como las estrellas, las arenas, o las flores, ¿cómo olvidar a Teófilo Gautier, el «divino Teo», que fecha en el Puerto mismo no menos de tres de sus composiciones de la serie Espagne de sus Esmaltes y Camafeos? Estas tres piezas son dos: Los ojos azules de la montaña, inspirada por la Laguna de Peñalara, y que tradujo al castellano nuestro querido amigo, el malogrado Enrique de la Vega; La florecita rosa, que alude al Crocus carpetanus, el falso azafrán, el «quita meriendas», la flor típica del Guadarrama; y sobre todo, la que expresamejor la sensación y el paisaje del Puerto, con la perspectiva lejana, a la vez, de Madrid y de El Escorial, comenzando así: «De haut de la montagne, prés de Guadarrama, on découvre l´Espagne conmme un panorama…».                                                                                                                                                       Nuestra pequeña historia va a cerrarse con el episodio de las líneas férreas, en los comienzos de la segunda mitad del reinado de Isabel II. Se está planeando la línea férrea del Norte y las dos provincias de Ávila y Segovia se la disputan, con largos y prolijos razonamientos topográficos, económicos, históricos. Por fin, Ávila vence, esgrimiendo el argumento de la excesiva altitud del Puerto de Guadarrama, más de 1,500 metros sobre el mar, frente a la del Puerto de Las Pilas del trazado de Ávila, que pasa ligeramente sólo de 1,300. En el alegato de la diputación de Ávila se insiste, sobre todo, aprovechándole con mucha habilidad,
en el suceso del paso del Puerto de Guadarrama por Napoleón el 24 de diciembre de 1808. El Emperador, que ha pasado fácilmente los Alpes, unas veces a caballo, otras en mulo, según lo representan los cuadros del Barón Gros y de Belarroche, en cambio, el Guadarrama ha tenido que pasarle a pie, del brazo de sus ayudantes. Luego, cuando, ya tendida la línea de Segovia veinte o veinticinco años después, pudieron hacerse comparaciones, pudo comprobarse que en los grandes temporales de nieve, la circulación ferroviaria se suspende antes en la línea de Ávila que en la de Segovia, como que en esta última el paso del Puerto se efectúa bajo un largo túnel y a una altitud menor que la de Ávila,  por el túnel de Las Pilas, que es, en toda Europa, con la sola excepción del Brenner entre Italia y Austria, el paso más alto de los ferrocarriles de tracción general. Las líneas férreas, primero, el automóvil, después, acaban con el aislamiento y la originalidad de la Sierra, conservados hasta entonces a diez o doce leguas de Madrid, prodigiosamente.
Todavía la víspera del día que la poderosa respiración de la primera locomotora despertó los ecos del Cerro de Los Abantos, o de las dos Machotas, en el circo de El Escorial, si el buen Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, hubiera resucitado y, sintiendo sus ansias vagabundas, se hubiera lanzado de nuevo a repetir sus itinerarios de los puertos, seguramente lo hubiera hallado todo, o casi todo, tal como él lo dejó, desde el punto de vista de la geografía humana. La Cartuja de Santa María del Paular, en Valdelozoya, y el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, sin duda le causarían gran admiración. Pero su mayor extrañeza hubiera sido (repercusiones del Nuevo Mundo, inimaginables para él) la patata y el tabaco: los huertos de las vegas de ríos y arroyos con aquel cultivo exótico, vencedor de los nabos de antaño, y el cigarro humeante en los labios de los hombres, casi sin caerse de ellos jamás, procurándoles un placer que él y su antecesor Gonzalo de Berceo, sólo habían reconocido al bon vino.

La Nación, 9 y 15 de diciembre de 1944. República Dominicana

"Los Bernaldo de Quirós". Constancio Bernaldo de Quirós.


              "Quirós es un río, afluente del Navia, en Asturias (actual provincia de Oviedo), que corre hacia el mar Cantábrico por un pequeño valle dominado por el macizo calcáreo de El Avaneo (1,714 metros de altitud sobre el nivel del mar), y en el cual desde los primeros tiempos de la Reconquista, en el siglo ix ó x, a lo sumo, aparecen los caseríos diseminados que forman el Consejo del mismo nombre («Quirós»), dependiente de La Pola de Lena, que es la cabeza del partido judicial a que corresponde, en la actual organización dministrativa. La capitalidad de las numerosas entidades de población que compone el Consejo de Quirós es, hoy por hoy, la que lleva el nombre de Barzona o Barcena; y ésta es la patria original, la más remota patria nuestra, de la que sin duda, todos llevamos todavía huellas en nuestra alma. Allí vivió, mil años hace, un tal Bernardo o Bernaldo, según la fonética bable, es decir, asturiana, que, a juzgar por su nombre germánico, debió ser un godo de los que se refugiaron más allá del Puerto de Pajares, cuando la invasión árabe, comenzando casi sin demora la Reconquista. «Bernardo» significa «corazón de oso», lo que iba muy bien entonces para aquel país asturiano en que todavía se conserva el Ursus Arctus de la fauna originaria. 1 N/C. Manuscrito dejado a su hija María Isidra (Lily) de Cassá, antes de su partida hacia México en 1947. Por aquel entonces, el pueblo entero se hallaba bajo la jurisdicción del Obispo de Oviedo, quien le conservó en tal concepto hasta que se le dio en encomienda a un descendiente del Bernaldo, cabeza del linaje, llamado en las crónicas viejas Gutiérrez Bernaldo de Quirós. La fecha de este suceso es la de 1314, reinando Alfonso XI, aún en menor edad y bajo la tutela de su abuela, la benemérita doña María de Molina. Mas entre tanto, entre el primer Bernaldo y el Gutiérrez de los días de Alfonso XI, ya la familia se había ilustrado en la empresa de la Reconquista, siendo indudable que alguno de susmiembros más destacados asistieran con cierta eficacia a la Toma de Baeza, en Tierra de Jaén, el año de l227, acompañando al rey Fernando III, «El Santo», pues a este famoso hecho de armas se sabe positivamente que aluden las dos grandes llaves que figuran, como lema principal, en el escudo de la Casa, ceñido por el cordón de San Francisco, alusivo a una de sus fundaciones piadosas en Oviedo. El apogeo del linaje le marca, no obstante, el propio don Gutiérrez Bernaldo de Quirós, llamado por los historiadores de la época «Rey Chico de Asturias» y condecorado con la Orden de la Panda por el rey Alfonso XI, creador de ella, la más ilustre entonces de Castilla. De la ambición megalómana del linaje dan idea los motes o lemas de las familias derivadas de él, y entre los cuales las más ilustres fueron las de Lena, Figaredo y Langreo, todas en Asturias.


El Palacio de Camposagrado fue la casa solariega de los Bernaldo de Quirós, Marqueses de Camposagrado. Su origen está en una torre de defensa edificada hacia el siglo XIII, una de las primeras construcciones de las que se tiene memoria en Mieres y que estaba situada en el extremo de un puente que servía a una calzada de probable origen romano, en cuyas proximidades había una iglesia dedicada a Santa Marina

 Uno de esos motes, el más repetido, dice: «Después de Dios, la casa de Quirós». Y otro, todavía más exaltado, añade: «Antes que Dios fuera Dios y los peñascos, peñascos, los Quirós eran Quirós y los Velascos, Velascos». Pero nosotros procedemos, no de esas ramas primogénitas en la antigua organización familiar de los mayorazgos castellanos, sino de alguna de las ramas segundonas de los mismos que debieron emigrar del país desde principios del siglo xv, buscando en otras tierras, allende de pajares, la fortuna. Yo no he podido seguir el éxodo de esas líneas segundonas a través de las provincias de León y Valladolid, hasta Castilla. Pero  sí las he hallado establecidas, desde el siglo xvi, en las provincias de Segovia, Ávila y Madrid, a los dos lados de la gran Cordillera Central que divide las cuencas de Duero y Tajo, y, consiguientemente, Castilla La Vieja y Castilla La Nueva.

Los Quirós de Segovia y Ávila son más antiguos que los de Madrid y han de tener un origen común en los comienzos del siglo XVII. Nosotros somos de los de Ávila; y de los de Segovia, los tres hermanos Bernaldo de Quirós (Cesáreo, pintor; Carlos, jurista; y Felipe, fallecido, médico) que representan dignamente el apellido hoy en Buenos Aires. Éstos descienden de don Cesáreo Bernaldo de Quirós y doña Dorotea de las Heras, casados en la parroquia de El Salvador, de Segovia, el 8 de noviembre de 1806; y nosotros, de don Luis Leandro Bernaldo de Quirós y doña María de la Cruz Matrana, nacidos en Las Navas del Marqués (Ávila) y casados allí hacia el mismo tiempo, acaso algo antes. A los Quirós de la provincia de Ávila, que son los nuestros, deben agregarse los de Robledo de Chavela, aunque ese pueblo corresponda a la provincia de Madrid, ya que Robledo de Chavela y Las Navas del Marqués, que, en realidad, es el solar nuestro, son pueblos limítrofes. En la plaza de Robledo de Chavela hay una hermosa casa de piedra, sencilla y fuerte, del estilo herreriano de El Escorial, fundada a fines del siglo xvi o principios del xvii, que lleva sobre el dintel del portal su gran piedra de armas con los atributos de los Quirós, frente a la gran iglesia gótica donde se conserva el retablo de uno de los «primitivos» castellanos, Rincón, con el retrato de los Reyes Católicos.

Si en Las Navas del Marqués, que es el solar nuestro, como he dicho antes, no existe ninguna casa con el blasón de los Bernaldo de Quirós, ello se debe al privilegio abusivo de los Dávilas, marqueses de Las Navas, de que no pudiere alcanzar escudo alguno simplemente hidalgo, donde campease el suyo, labrado en la portada del gran castillo aún en pie allí, llevando en el  dintel principal la leyenda Magalia Guondam, que no deja de ser soberbia, expresando una rápida carrera ascendente, pues significa «majada de pastores antes», lo que después fuera castillo de señores. Pero la antigüedad de los Dávila es poca frente a la  de los Bernaldo de Quirós, uno de los más viejos linajes del primitivo Reino de Asturias, antecesor de los de León y de Castilla. El Marqués de Las Navas, constructor del castillo, fue uno de los personajes favorecidos en la Corte de Carlos I de España y V de Alemania, el emperador o césar de la época. Los Quirós de la provincia de Madrid, distintos de los de Segovia y Ávila, se localizan al extremo opuesto de Robledo de Chavela, en los partidos judiciales de Torrelaguna y Alcalá de Henares, esto es, hacia el Este, lindando con la provincia de Guadalajara. En la iglesia del Convento de la Concepción de Torrelaguna, patria del cardenal Jiménez de Cisneros, hay un enterramiento con sendas estatuas orantes de don Fernando Bernaldo de Quirós y de su esposa doña Guiomar. En la parroquia de Salamanca se lee todavía también nuestro apellido sobre landas sepulcrales de pizarra que destacan en negro azulado en el pavimento.

 En su nuevo medio geográfico y social, esto es, fuero de Asturias, en las dos vertientes de la Cordillera Central, los Bernaldo de Quirós han sido, sobre todo, labradores y ganaderos de ovejas y de vacas especialmente, y hasta de toros bravos, como mi primo Agapito, de Guadarrama Cesmeros, esto es, representantes de los pueblos de la antiquísima comunidad de la tierra de Segovia y no menos antiguo morío de la universidad de la tierra de Ávila, han defendido la riqueza forestal del país, aprovechándola debidamente. Muchos se dedicaron a extraer de los montes la madera, transportándola en sus carros a Madrid, a Ávila, a Segovia. Otros fueron carpinteros, guardabosques, pastores. Sólo faltan en el linaje los cazadores profesionales, como José Luis Bernaldo de Quirós, de Robledo de Chavela, hábil tirador y alimañero, colector de mamíferos y aves para el Museo Nacional de Historia Natural, de Madrid, que le tenía a sueldo. Pero ha habido también en los Bernaldo de Quirós de Ávila y de Segovia, por lo menos una decidida orientación profesional hacia las ocupaciones de pluma, expresada en algunos linajes,
durante siglos enteros, a ocupar las secretarías municipales y judiciales de los pueblos vecinos, extendiéndose de esta suerte por territorios relativamente amplios. Así lo hizo, al comenzar el siglo xix, don Pedro Tomás, nacido en Las Navas del Marqués hacia 1788 ó 1790, a quien la invasión napoleónica alcanzó siendo secretario del Ayuntamiento de Hoyo de Pinares (Ávila) y que tuvo la curiosidad de escribir el diario de aquellos años de lucha, sobre todo el del terrible 1817, el año del hambre, en que la hogaza de pan llegó a pagarse a más de una onza de oro (16 duros) en cualquiera de los pueblos del distrito de Pinares, de que es capital Cebreros, de donde nosotros procedemos por la línea materna. El manuscrito de ese diario le conservaba, en el propio Hoyo de Pinares, don Luis Alonso y Bernaldo de Quirós, biznieto del autor y tío mío por ambas líneas, habiéndome servido para el estudio La Guerra de la Independencia en un rincón de la sierra de Ávila, que publicó la revista madrileña La Lectura hacia 1919 y que luego se reprodujo en el Anuario del Club Alpino Español de 1922 y poco después en la revista Peñalara. Lo mismo que don Pedro Tomás hizo su sobrino, mi bisabuelo, don Luis Leandro, natural así mismo de Las Navas del Marqués, ocupando la Secretaría del Ayuntamiento de Peguerinos, pueblo inmediato donde edificó su casa en 1836 y donde acabó su vida, dejando como sucesor en aquel puesto y en la Secretaría del Juzgado Municipal a su hijo Sinforoso, mi abuelo. La referida casa estaba en la parte baja, calle De La Posada, mirando a pleno mediodía, como casi todas las de aquel pueblo polar, a más de 1,300 metros de elevación, entre las sierras de Guadarrama y de Malagón, ésta al Norte y al Sur aquella. La casa debe conservarse aún; y en 1926 el Ayuntamiento de Peguerinos hizo colocar en su fachada una lápida haciendo constar que yo me había criado en ella.  Timoteo, hijo de Sinforoso y hermano de mi padre, Juan Bernaldo de Quirós, le sucedió hasta 1923, en que, a su vez, murió. Nicasio, hermano de Sinforoso, fue así mismo Secretario del Ayuntamiento de Zarzalejo (provincia de Madrid), no lejos de Peguerinos. Isidoro Bernaldo de Quirós, primo de Sinforoso y de Nicasio, desempeñó hasta el fin de su vida la Secretaría del Ayuntamiento de Santa María de la Alameda (provincia de Madrid), que linda con Peguerinos y Las Navas del Marqués. Mi padre, Juan, hijo de Sinforoso, y su primo Fermín, hijo de Nicasio, fueron secretarios judiciales. Y yo mismo también, más de una vez, fui secretario: ya de la Comisión Interina de Corporaciones Agrícolas (entre 1928 y 1930), ya en 1931-1932 de la Comisión Técnica Agraria que preparó la Ley de Reforma Agraria de la Segunda República; sin contar otras secretarías accidentales que también he desempeñado.  La sistematización en esos servicios llega hasta mi hijo Juan, y aún a mi otro hijo Constancio, aunque en menor grado, habiendo durado, por más de un siglo, sin solución de continuidad, en nuestra línea. Fuera de las dos Castillas, pero sin salir todavía de España, he encontrado Bernaldo de Quirós en Córdoba y Puente Genil, que pertenece a la provincia misma de Córdoba (Andalucía), en Liria (Valencia) y en Barcelona (Cataluña).

C. B. de Q.
Ciudad Trujillo, 29 junio 1947


Don Constancio Bernaldo de Quirós fue sociólogo y jurisconsulto, nació en el barrio de Lavapiés, en Madrid, España,  el 12 de diciembre del año 1873.    Murió en México a los 85 años de edad, el 11 de agosto de 1959.
Cursó  estudios de derecho en la Universidad Central de España, donde se graduó antes de cumplir los 20 años de edad.  Adquirió su formación social en la “Institución Libre de Enseñanza”,  donde fue discípulo preferido de su fundador, don Francisco Giner de los Ríos.
Desde muy joven se distinguió como penalista y criminólogo, áreas éstas en las que se especializó y en las que gozaba de respeto.  Fue colaborador y fundador del Instituto de Reformas Sociales, y al desaparecer dicha institución, paso a la Subdirección General de Política Agraria del Ministerio de Salud y Previsión Social,  en el período 1931-1936, donde devino en el principal redactor de la profusa “Legislación Agrícola y del Trabajo” de esa época.  Trabajó además en la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas y fue Vicepresidente de honor del V Congreso Internacional para la Unificación del Derecho Penal, reunido en Madrid, en 1933.  Fue profesor de criminología en el Instituto de Estudios Penales e impartió cátedra sobre diversas disciplinas socio-jurídicas en el Instituto para la Enseñanza de la Mujer y  en la Escuela Social del Ministerio de Trabajo y Previsión Social.  También se destacó dando clases al cuerpo de orden y control de la Cárcel Modelo de Carabanchel, de Madrid.

Además de su labor como jurisconsulto y sociólogo,  fue  fundador de la Sociedad de Alpinismo Peñalara, desde la cual  promovió el amor por las montañas  a través de la revista de igual nombre, la cual fundó y dirigió durante muchos años.  Por su destacada labor en este campo, fue electo socio honorario del Club Alpino Español.
A pesar de la amistad que lo unió con Pablo Iglesias, fundador del Partido Socialista Obrero Español, con los grandes hombres del republicanismo y con miembros de otros partidos, no tuvo militancia política alguna.

Salió de España, al terminar la Guerra Civil,  sin un solo libro o documento y tan pobre, que al entrar en Francia fue internado en un asilo de locos, en la ciudad de Fumel, Departamento de Lot-et-Garonne, junto a su esposa, dos hijas (María y Julia) y dos nietos (Luis y Carmen), permaneciendo allí hasta agosto de 1939.



Llegó al país en calidad de asilado anónimo, en el ultimo viaje del barco “La Salle”, el cual fue hundido por submarinos alemanes durante su travesía de regreso a Europa.   A su arribo, fue alojado junto a su familia, en la Granja Agrícola “Trujillo”, en San Francisco de Macorís.  Más tarde fueron trasladados por la gente influyente del pueblo, junto a otras familias refugiadas, a los altos de la Gobernación de San Francisco.  Allí permanecieron varios meses, viviendo de la ayuda que les brindaba el Servicio de Migración de Republicanos Españoles (SERE) y de las dádivas de muchos francomacorisanos  de diferentes estratos sociales.



Fue precisamente allí donde el Dr. Narciso Conde Pausas,  Abogado residente en  dicha ciudad, se enteró de los antecedentes académicos de don Constancio e inició las gestiones para su nombramiento como catedrático de la Universidad de Santo Domingo, institución en donde impartió las cátedras de criminología y legislación penal comparada, y en donde  conquistó el aprecio y la admiración de cuantos le trataron.



Debido a  su  inconformidad con  el régimen imperante entonces en el país, el 27 de julio de 1947 se trasladó con su esposa a la ciudad de México, en donde se desempeñó como catedrático de criminología y derecho penitenciario, en la Universidad Nacional Autónoma de México.  Sus conocimientos sobre policiología  lo llevaron a la Procuraduría del Distrito Federal de México, institución donde dirigía la Escuela de Capacitación del  Personal.



Desde su llegada a América el 23 de febrero de 1940 hasta su muerte, no dejó de trabajar ni un solo día en la enseñanza, en condiciones a veces muy difíciles de salud.  Pronunció innumerables conferencias en ciudades y pueblos de la República Dominicana, Cuba y México.  Colaboró en diversas revistas editadas en diferentes países del continente; asesoró varios proyectos de codificación penal y es autor de la legislación que rige el derecho penal en la República de Honduras.   Algunas de sus obras son textos oficiales en diversas universidades latinoamericanas.



martes, 5 de mayo de 2015

Manuel Tagüeña en el Frente de Peguerinos. Septiembre de 1936 - Agosto 1937

Los días siguientes combate en la sierra de Guadarrama. Se acaba de organizar el batallón Octubre nº 11, del que Tagüeña es nombrado, en Madrid, capitán ayudante. El jefe del batallón Fernando de Rosa, cae muerto de un balazo en la cabeza. Entonces, ante el desconcierto de los milicianos, que inician la retirada, Tagüeña se hace cargo del mando del batallón.
El 25 de septiembre de 1936, se le confirma el grado de comandante del Octubre nº 11. El 31 de octubre pide permiso para casarse en Madrid, con Carmen Parga, licenciada en Filosofía y Letras afiliada al Partido Comunista. Tagüeña vuelve al frente de Cuelgamuros, donde las operaciones quedan paralizadas a causa de las nevadas.

Extractos del libro TESTIMONIO DE DOS GUERRAS” Manuel Tagüeña. 1978

" ..La desaparición de Fernando de Rosa, fue el comienzo de grandes cambios en nuestra columna. A los pocos días marchó a Madrid el teniente coronel Rubio y ya no regresó. Era un hombre honrado y leal a la República. Unico oficial de carrera del batallón de Aviación, los demás eran sargentos recién ascendidos, su ejemplo fue decisivo para ayudarnos al comprender lo que era la disciplina y la organización. En un proceso contra oficiales compañeros suyos, sabía salido responsable por ellos y consiguió fueran puestos en libertad. Más tarde, algunas de las bandas organizadas en retaguardia comenzaron a asesinar a los liberados. Los que quedaban vivos fueron a comunicarle que se pasaban al enemigo, porque no querían perder la vida de esa forma. Se le creó a nuestro jefe un problema de conciencia y con un pretexto consiguió un pasaporte para un viaje corto a Francia, del que ya no regresó. Nada más se supo de él.

Octubre 1936.  Segunda y definitiva batalla  de Peguerinos

A mediados de octubre marchó José Laín de la columna Pe-guerinos y lo sustituyeron dos comisarios del nuevo cuerpo aca-bado de crear por el gobierno, Díaz Hervás socialista Y Angel Marcos Salas de la CNT. Nos abandonaron también entonces, por diversos motivos, muchos de los antiguos oficiales del batallón, como Federico Melchor, Angel La fuente Y otros, reclamados a funciones políticas, a cargos en retaguardia o incorporados a frentes más activos. Desde el sur llegaba el peligro al frente de la Sierra. Después de tomar San Martín de Valdeiglesias, y Robledo de Chavela hacia el 9 de octubre, una parte de las fuerzas enemigas se apo-deraron de Navalperal de Pinares y de las Navas, defendidas por la antigua columna Mangada, descubriendo todo nuestro flanco izquierdo, donde quedaron 20 kilómetros casi desguarnecidos. El día 26 de octubre nuestra posición del Boquerón, cuyo jefe era elcapitán  Villasante, fue cercada y ocupada por el enemigo. Acudí allí con todas mis reservas, un par de compañías, y pude cubrir la retirada de nuestro capitán y unos pocos de sus soldados. Durante dos días más se combatió duramente en esta zona, recibí algunos refuerzos, pero en la tarde del día 28, el enemigo rompió mis líneas y avanzó hacia Peguerinos que ocupó a la mañana siguiente. Pasamos esos tres días bajo una enorme tensión física y moral.

                        No contábamos con un aprovisionamiento regular, siempre habíamos escaseado de todo. Recibimos unas ametralladoras francesas Saint-Étienne, del tiempo de la Primera Guerra Mundial, cuya munición defectuosa derramaba la pólvora sobre el complicado mecanismo de repetición paralizando su funcionamiento. Yo mismo tuve que emplazar una de ellas bajo el fuego enemigo, pero cuando no había disparado más que un peine, quedó fuera deservicio. Pasábamos hambre y sed y cuando llegaba la noche no podíamos dormir de frío. Tuvimos muchas bajas, una de las últimas Villasante, que cayó muerto en un intento desesperado de defender la posición de "El Toro", clave de nuestro sector, sobre la cual vimos levantarse enseguida la bandera roja y gualda. La noche del 28 de octubre me encontraba en Cueva Valiente con todo lo que quedaba de mis unidades que se habían replegado con cierto orden. Allí también estaba la compañía mandada por Luis Menéndez que había cubierto mi flanco derecho en todos esos combates. Esa misma noche mis soldados, por orden del teniente coronel, abandonaron dicha posición para ocupar toda la cuerda montañosa que se extiende desde La Salamanca hasta el puerto de Malagón, entre Peguerinos y El Escorial, cerrando el paso al enemigo, que tampoco intentó seguir adelante. Aquel amanecer vi por última vez a Nazario Cuartero, al mando de una compañía del batallón Largo Caballero enviada desde Santa María de la Alameda por nuestro vecino de la iz-quierda. A los pocos días le mataron de un balazo en el corazón, cuando en un frente en calma aparente, se paseaba por encima de los parapetos. El 31 de octubre pedí permiso y marché a Madrid a casarme. Carmen Parga aceptó, aunque no tenía noticia previa de mi decisión.
…A nuestro lado luchaban la primeras brigadas mixtas. Eran unidades independientes con todas las armas: cuatro batallones de infantería, artillería, ingenieros y servicios. Debían dar flexibilidad y carácter de maniobra a nuestra guerra, pero esto nunca pudo conseguirse. Dominaba el fetiche del frente continuo que debía abarcar todos los límites de nuestra zona, sin dejar ni un monte ni un valle, extendiendo un cordón de protección, que no servía para mucho, pero que nos daba una sensación falsa de seguridad. Lo malo es que ese tenue cordón consumía a muchos miles de hombres armados. Y cuando nos rompían el frente lo taponábamos y descansábamos sólo cuando las líneas estaban restablecidas. Sólo podíamos fortificarlas intensamente hasta hacer-las inexpugnables en algunos sectores aislados, cuyos flancos siempre eran débiles. Así quedó muy pronto todo el lindero oeste de la capital desde la Ciudad Universitaria al barrio de Usera, pasando por la Casa de Campo y los Carabancheles, como prueba del fracaso de la ofensiva directa del enemigo.

En la mayor parte de la línea cubierta por mi columna no había contacto inmediato con el enemigo, cuyas posiciones iban desde Cabeza Líjar a Cueva Valiente y de allí por el lindero del bosque a las alturas al norte y noroeste de Peguerinos, el pueblo era tierra de nadie. A pesar del invierno nuestros soldados trabajaban duramente para sustituir los antiguos parapetos de piedra por verdaderas fortificaciones. Establecí mi puesto de mando en el puerto de Malagón que une a Peguerinos con El Escorial por senderos de montaña. En diciembre, las labores de organización del nuevo ejército regular iban muy avanzadas, ya circulaban las nuevas insignias; dos barritas rojas en ángulo para los cabos, una barra roja vertical para los sargentos y barras  orizontales doradas para los oficiales y jefes y además la estrella roja de cinco puntas de los comunistas y de los jóvenes socialistas. El nuevo saludo militar era con el puño cerrado. Estas medidas tuvieron mucho de absurdas y tenía razón nuestro coronel profesional Joaquín Pérez Salas, fusilado por sus antiguos compañeros al caer prisionero al final de la guerra, que nunca las acató, por considerar que los cambios los debían hacer los sublevados.Para la antigua columna Rubio, las reformas fueron extraordinariamente sencillas, nuestra fuerza era equivalente a una nueva brigada, no había más que dividir las 16 compañías por cuatro y formar cuatro batallones. El primero de enero de 1937, entraron en vigor las órdenes y nos transformamos, bajo mi mando, en la 30 Brigada Mixta de la 2a. División, cuyas brigadas 29 y 31 se integraron con la columna de Guadarrama. Como el sector del puerto de Malagón correspondía a nuestra vecina de la izquierda, la 3a. División, trasladé mi puesto de mando a la pequeña hacienda de Buenavista que se encontraba cerca de Cuelgamuros, unida por un pequeño ramal a la carretera de Guadarrama a El Escorial. Tenía una pequeña casita, una caballeriza y un pajar. Estas dos Últimas edificaciones existían todavía allí a principios de 1961, las vi en una visita fugaz que pude hacer al Valle de los Caídos. Con la creación del ejército regular, los soldados rasos siguieran cobrando los diez pesos diarios del miliciano, pero las clases, oficiales y jefes empezaron a percibir sueldos y gratificaciones según su grado y el mando ejercido. Se acabó también con el descuido en los uniformes. El Estado Mayor de nuestra brigada se hizo cliente de una de las sastrerías militares más acreditadas de Madrid. Además, para facilidad de todos los oficiales, teníamos en los mismos batallones nuestros propios sastres. El jefe de División era el teniente coronel Moriones con el puesto de mando en Alpedrera, entre Villalba y el pueblo de Guadarrama. Pero no dependíamos del Estado Mayor de la Defensa de Madrid, sino del general Pozas que desde Alcalá de henares, mandaba el Frente del Centro. En Madrid, el coronel Rojo había organizado una eficiente dirección militar, que, con el apoyo principal de los comunistas, había contenido los ataques del adversario. 

Enero 1937


El 3 de enero de 1937 comenzó una nueva ofensiva de las fuerzas enemigas para tratar de envolver a la capital por el noroeste, cortando la carretera Madrid-Escorial, ocuparon con gran esfuerzo Majadahonda,  Villanileva del Pardillo, Las Rozas, El Plan-tío, Pozuelo de Aragón y Aravaca.
El día 10 los atacantes, agotados, pasaron a la defensiva y en dos días perdieron Villanueva del Pardillo y el puente de San Fernando, recuperados por la contraofensiva republicana. Una de las dos carreteras principales a la Sierra quedó cortada pero se sustituyó por caminos laterales que aseguraban el aprovisionamiento. Nuestros contrarios acumularon nuevas reservas y comenzaron el 6de febrero una nueva ofensiva en el Jarama para rodeara .la capital por el sureste, adelantándose a un ataque republicano que se preparaba con 15 nuevas brigadas. Hubo 22 días de combates durísimos, nuestras fuerzas contaban con una brigada de tanques rusos y con bastante apoyo de artillería y aviación. El enemigo cortó prácticamente la carretera de Valencia, batiendo con ametralladoras el puente de Arganda, pero no consiguió ningún resultado espectacular. Su ofensiva se debilitó convirtiéndose en combates extenuantes de desgaste en el cerro Pingarrón. Se calcula que en esos combates hubo de un lado y otro, cerca de cuarenta mil bajas. No era el frente de Madrid el único activo. …

Marzo 1937                            

 Aún no se habían apagado los ecos de la batalla del Jarama cuando comenzó el 8  de marzo la ofensiva del llamado Cuerpo de Ejército "Voluntario" formado por italianos (4 divisiones espléndidamente armadas) hacia Guadarrama para tomar Madrid desde el nordeste dando el golpe de gracia a su defensa. Aunque el frente republicano fue virtualmente volatilizado, el mismo día la vanguardia italiana de la división "Llamas Negras", encontró resistencia en Almadrones, que sólo ocuparon al día siguiente junto con Brihuega. Al atardecer del día 9 fueron de nuevo detenidos en Trijueque y al día siguiente al oeste de Torija. El 11 de marzo ocupa la división "Plumas Negras" Trijueque en la carretera de Madrid. Al día siguiente llegaron nuevas reservas republicanas, agotadas físicamente por los combates anteriores, pero llenas de entusiasmo, que se lanzaron al contraataque. El 13, la 11 división de Líster recuperó Trijueque y otras unidades amenazaron el flanco izquierdo del enemigo, extendido en una larguísima columna por la carretera asfaltada de Aragón, sin utilizar tros caminos menos importantes. El día 18 comenzó nuestra contraofensiva, apoyada por la aviación que tenía sus bases en los aeródromos  permanentes de Madrid, mientras la 

enemiga estaba enterrada en el lodo de campos de aterrizaje provisionales. Nuestras unidades recuperaron Brihuega y comenzó entonces la retirada desordenada de los italianos que embotellaron la carretera y abandonaron toda clase de material de guerra, bajo los golpes constantes de nuestros aviones mientras nuestra infantería estaba demasiado cansada para poder perseguir al enemigo. Tres días después, tropas españolas enemigas taparon el hueco que los italianos habían dejado en el frente. Así terminó lo que se había preparado como entrada triunfal en Madrid de las unidades tan cuidadosamente preparadas por Mussolini. Su ofensiva había estado bien calculada, el momento era apropiado, las reservas republicanas estaban exhaustas, el lugar elegido era de los más débiles de nuestro frente; pero los italianos demostraron una falta absoluta de capacidad de maniobra y poco aguante. Al lado de nuestros soldados, ya veteranos, eran tropas no fogueadas, y además sobrecargadas de toda clase de armamento, que no tenían ni sitio de desplegar. Con esta brillante actuación de nuestro ejército se acabaron los intentos del enemigo de tomar Madrid y los puntos neurálgicos de la guerra se trasladaron a otros frentes.


Mayo 1937. (Operación en la que se basa la novela de ¿Por quién doblan las campanas?)


A mediados de mayo fue sustituido nuestro comisario Angel Marcos, por Diego Pastor uno de nuestros comisarios de batallón. Era de la JSU, un buen camarada y un buen amigo al que apre-ciábamos mucho. Como era uno de los veteranos del Octubre No. 11, estábamos unidos por toda la tradición de nuestra unidad. Por fin nos llegó la orden de atacar. Se preparaba una operación hacia la Granja, como primera etapa para el avance a Segovia, bajo el mando del general polaco Walter Swierczewskicon la 31 Brigada de nuestra División, la 69 Brigada y la 14Brigada Internacional mandada por el teniente coronel francés Dumont. Para distraer fuerzas se iba a asaltar el Alto del León en tres direcciones: a la derecha, por la 3a. Brigada de Carabineros, desde Guadarrama por la 29 Brigada y por la izquierda, la30 Brigada ocuparía Cabeza de Líjar. Fueron unos días de febril actividad; como no nos ofrecían ninguna actividad de la artillería del frente de Guadarrama que apoyaba a los carabineros, decidimos subir las tres piezas de nuestra batería rusa, hasta casi la primera línea. Para ello prolongamos el camino que iba a Buenavista hasta debajo de las peñas de 'cuelgamuros. Luego con ayuda de varias yuntas de bueyes que poseían los milicianos de Peguerinos subimos los obuses a la misma cresta junto a La Salamanca. Fue un trabajo titánico hasta que la batería se instaló más o menos donde más tarde iba a levantarse la enorme cruz de piedra del Valle de los Caídos. Tomar Cabeza Líjar sabíamos que no era nada fácil, recor-dábamos muy bien nuestros intentos inútiles y desesperados, cuando fue muerto Fernando de  Rosa. Decidimos intentar el cerco por sorpresa antes del amanecer, con dos batallones, uno por cada flanco. Todas las ametralladoras de mi brigada ocuparon posiciones en La Salamanca para apoyar el ataque. En la madrugada del 30 de mayo me encontraba en mi puesto de mando delante de la batería. Todas las comunicaciones telefónicas estaban tendidas, no se oía ningún ruido, el frente estaba tranquilo, el enemigo no había descubierto ninguno de nuestros movimientos. Nos llegaron los informes de que nuestros dos batallones habían iniciado el avance.  Nunca podré olvidar aquel amanecer; de repente, toda la cum-bre de Cabeza Líjar, se encendió en una llamarada gigantesca, Y se desencadenó un infierno de fusilería y de descargas de ametralladora. Se combatía en la misma cima, pero fuimos rechazados ; una y otra vez volvía a encenderse el combate, pero nuestros adversarios que habían perdido todas sus avanzadillas seguían firmes en la parte más alta. Teníamos ya bastantes heridos que se evacuaban con dificultad hasta el camino que habíamos construido. Desde allí las ambulancias Y los automóviles los llevaban rápidamente a los hospitales de retaguardia. Como no tenía objeto seguir insistiendo sin un apoyo adecuado, di órdenes a los batallones de esperar la acción de nuestros tres obuses. Desgraciadamente, el jefe de la batería, un antiguo sargento, con una barba magnífica, pero cuyos conocimientos técnicos no eran muy amplios, tenía que ajustar el tiro, ya que la batería había estado silenciosa para no descubrir su posición, y algunos de los proyectiles cayeron en nuestras propias líneas. Sin embargo, pronto las altas columnas negras de las explosiones de las granadas se elevaron sobre la cima de Cabeza de Líjar. Después de la preparación artillera volvieron a atacar nuestros soldados. Otra vez se veían las explosiones de las granadas de mano junto a la cima, pero no conseguimos ocuparla.



A todo esto no había ningún indicio de combate a nuestra derecha en el sector de Guadarrama; la 29 Brigada no se había movido de sus trincheras .y la 31 Brigada presionaba al enemigo sólo débilmente. El Estado Mayor de la 2a. División nos comunicó que la aviación republicana iba a apoyar nuestro avance con un intenso bombardeo sobre Cabeza Líjar. Pero la actuación de nuestra aviación fue una verdadera des-gracia. Si fueron pilotos rusos o españoles, no lo supimos nunca. En lugar de lanzar sus bombas sobre Cabeza Líjar, lo hicieron sobre La Salamanca, sobre nuestro puesto de mando y sobre nuestra batería. Eran unos diez aparatos de bombardeo. Para completar su ineficacia, habían atacado también Collado Mediano en la retaguardia de la 3a. Brigada que se había ya retirado de su base de partida. Nada podíamos hacer, repetir los ataques sólo podía aumentar nuestras pérdidas. Di la orden a mis soldados de replegarse  pero tuvieron que dejar algunos de sus muertos junto a las alambradas sin poderlos retirar. Sólo unos días después el enemigo nos ofreció un alto al fuego, que yo acepté, a pesar de la rígida prohibición existente, y los pudimos recoger y sepultar. Los ataques a La Granja durante cuatro días no tuvieron éxito. Fue destituido el mayor Cacho, jefe de la 31 Brigada y el general Walter tuvo un violentísimo altercado con Dumont al que acusaba de no haber cumplido sus órdenes. Esta operación de La Granja es la que sirvió de base para la famosa novela de Hernest Hemingwa y "Por quién doblan las campanas", que personificó a Walter en su general Golz Nuestras bajas no fueron muy numerosas, pero no por ello menos sentidas. Era el primer combate en que, como jefe de brigada dirigía Ia ofensiva de mis hombres y los mandaba a la muerte. Siempre me he reprochado dos cosas. Primero: debí llevar los obuses aún más cerca de la primera línea y desde allí deshacer con ellos a tiro directo la cresta de Cabeza Líjar tan pronto amaneciera. Era una solución entonces heterodoxa, pero extraordinariamente eficaz, que en la Segunda Guerra Mundial se convirtió en procedimiento rutinario. Segundo: no era posible en-volver la montaña por la derecha, el terreno era allí muy desfavorable, los dos batallones empeñados debían haber avanzado di-rectamente hacia el Alto del León, pasando por la izquierda entre Cabeza Líjar y Cueva Valiente, por la llamada posición intermedia, que el enemigo abandonó sin que nosotros la llegáramos a ocupar. Esa era precisamente la misión ordenada al batallón que atacaba allí, pero no la cumplió y atraído por la cumbre se lanzó cuesta arriba al asalto, derrochando un heroísmo admirable, aunque estéril. …

Mis batallones de primera linea realizaban un trabajo constante de fortificación, de la red de trincheras talladas en la roca viva, los refugios para personal, los puestos de mando, las alambradas en varias filas se extendieron pronto desde La Sala-manca por Cuelgamuros, hasta cerca de Malagón, donde adelantamos profundo nuestras posiciones para estar más cerca del ene-migo que seguía en las lomas detrás de Peguerinos. Nuestras medidas defensivas contrastaban con el descuido de nuestros contrarios, que tenían sólo una línea de vigilancia con parapetos y centros aislados de resistencia, de forma que su frente era
atravesado de noche con toda facilidad por nuestras patrullas, muchas veces mandadas personalmente por Francisco Gullón, que llegaban cómodamente a San Rafael y a El Espinar cuantas veces se lo proponían, ayudando a pasar las líneas a nuestras unidades de guerrilleros, saboteadores y a los agentes de información enviados a la retaguardia enemiga, ya que teníamos soldados de la región que conocían muy bien el terreno. Conseguíamos prisioneros y mantuvimos durante varias semanas una derivación tele-fónica que nos permitió escuchar todas las conversaciones desde Cueva Valiente y el puesto de mando enemigo en el Alto del León. Todos nuestros deseos eran salir del frente estabilizado y participar en las ofensivas de nuestro ejército. Una vez llegamos a presentarnos en bloque toda la brigada como voluntarios para ingresar en las brigadas internacionales, pero ni nos contestaron. Mirábamos con no disimulada envidia a la 46 'División de Valentín González, "El Campesino", que dotado de armamento moderno ruso estaba concentrada, como reserva, en Villalba. Todas las ilu-siones de que nos relevara la Brigada resultaron fallidas; dicha unidad marchó, como reserva, a la región de Galapagarr, donde más tarde se incorporó  a la 10s División.
A primeros de julio no era un secreto para ninguno de nosotros que se preparaba una gran ofensiva hacia Brunete, pues observábamos la concentración de fuerzas. Teníamos un buen escuadrón de Caballería en nuestra brigada, que había organizado el capitán Doval, antiguo empleado de teléfonos, y el teniente Antonio Parga; 150 sables con dos ametralladoras. Recibí la orden de que se incorporara a la l@. Brigada de Caballería y fueron nuestros únicos representantes en los combates que se sucedieron, que presenciamos a distancia. Terminada la operación, Parga se reincorporó a las308 Brigada, pero los demás siguieron en la caballeria.


Jefe de la 8 División en El Escorial. Agosto 1937


….Me recibió el jefe de información, mayor Garijo, del que corrían los más tenaces rumores sobre su falta de fidelidad a nuestra causa, sin embargo, me hizo muy buena impresión. Me presentó al general Miaja, el cual me comunicó mi nombramiento de jefe de la 8 División en El Escorial en sustitución del teniente coronel Heredia, que iba a mandar el XVIII Cuerpo. El 1 de agosto tomé posesión de mi nuevo cargo. El teniente Veramendi había pasado ya antes a dirigir los servicios del ler. Cuerpo de Ejército, pero casi todo el Estado Mayor de mi brigada se vino conmigo a la 3a.División, así como Remedios y la escuadra de enlaces, casi todos de Peguerinos y de otros pueblecitos de la Sierra de Guadarrama. El nuevo jefe de la 308 Brigada fue el mayor Suárez, antiguo guardia de seguridad, que mandaba uno de sus batallones; con él quedó Gobernado, que era entonces su ayudante. Me resultó doloroso tener que separarme de mis camaradas de todo el primer año de la guerra, tenía esperanzas de que en el futuro habría oportunidad de volver a reunirme con ellos, pero esto nunca llegó a suceder. Pocos días antes de mi traslado a El Escorial, se mató allí, en un absurdo accidente de automóvil, el mayor Rafael Jiménez Carrasco, compañero de la Facultad de Ciencias y de la FUE. Era jefe del Batallón "Joven Guardia" de jóvenes comunistas, incorporado a la 348 Brigada. Me hubiera gustado mucho tenerlo a mi lado. Al tomar el mando de la 3a. División, disponía de cinco bri-gadas, dos orgánicas, la 33 y la 34; la 14, de Dumont y otras dos, la 26 de la Primera División y la nueva 105, como reservas, dada la proximidad al sector de Brunete. Tuve que ponerme a trabajar como organizador y como diplomático, y a ello me lancé con todas mis fuerzas, aunque el primer jarro de agua fría me lo lanzó Indalecio Prieto, que anuló mi nombramiento de jefe de División por mi  extremada juventud", pero el Ejército del Centro no se dejó impresionar y la anulación de mi nombramiento no se cumplimentó, aunque nunca llegué a ser designado para el mando definitivo, y lo ejercí siempre provisional mente.
Mi primer jefe de Estado Mayor en El Escorial fue unos días Lorente de No, jefe de Ingenieros de la 34 Brigada, luego Artemio Precioso Ugarte, capitán de la misma brigada. Finalmente, a primeros de noviembre, recibió ese nombramiento Simarro, diplomado en los nuevos cursos de Estado Mayor, después de convalecer de 'las heridas graves sufridas cuando mandaba el batallón "Fernando de Rosa" en el frente de Extremadura. Artemio quedó de jefe de operaciones, pero luego ascendido a mayor, pasó a mandar el 1.19 Batallón de mi antigua 30 Brigada. Conmigo seguía Luis Gullón, pero su hermano Francisco había. sido trasladado al ler. Cuerpo de Ejército de jefe de información, pese a mi resistencia; su puesto lo ocupó Antonio Parga. Pronto Francisco Gullón marchó al Estado Mayor del Ejército del Centro a petición del mayor Garijo. Los que desfilaban sin parar eran los comisarios; primero estuvo Conesa, luego Diego Pastor, más tarde Adolfo Lagos. No pude conseguir que José Alcalá Castillo, hijo de Niceto Alcalá Zamora, se incorporara a mi Estado Mayor, después de una visita de un par de días que nos hizo en El Escorial. El Partido Comunista, del que era miembro, lo mandaba a la División de Líster. Se le veía cansado y agotado, a causa, sin duda, de la enfermedad que en pocos meses iba a acabar con su vida.


Linea del Frente


Fue un trabajo intenso poner en orden el sector de El Escorial. La línea del frente seguía una trayectoria irregular que necesitaba muchas tropas para guarnecerse. Conseguí la autorización de1 Cuerpo de Ejército y se abandonaron las posiciones de Atalaya Baja y de Peña Rubia. En poco tiempo, de las cinco brigadas afectas a la División, tres estaban en reserva. En la primera línea se trabajaba día y noche en fortificación, como lo hicimos ya antes en la 30ª Brigada, acabamos con los minúsculos parapetos de piedra y aparecieron trincheras profundas cavadas en la roca protegidas por densas zonas alambradas y por nidos de ametralladoras. Sólo el mayor Esteban Cabezos antiguo apa-rejador de obras y jefe de la 33*  Brigada había concedido a la fortificación de su sector toda la atención que merecía. El resto del frente de la División .estaba abandonado en este aspecto. Para la operación de Brunete habían almacenado los ingenieros mucho material, lo que nos facilitó las obras de atrincheramiento que emprendimos. Pronto nuestro sector ofrecía las garantías defensjvas imprescindibles. La 28s Brigada fue relevada por la 26*, también de la la; División, y la 105, Brigada pasó al sector Quijorna…"





Fernando de Rosa Lenccini, socialista y revolucionario italiano. Biografía. : España; Revolución 1934; Del 18 de Julio; batalla de Peguerinos el 30 de Agosto; día de su muerte el 16 de Septiembre de 1936; Frente de Peguerinos.(2ª parte)

Fernando de Rosa Lenccini, el revolucionario socialista italiano que había sido condenado por el intento de atentado contra el príncipe Humberto de Piamonte,  tras su salida de prisión en 1932  decide exiliarse en la recién nacida Segunda  República española. En Octubre de 1934 Fernando de Rosa participa activamente en el movimiento revolucionario contra el gobierno derechista de Lerroux . Los revolucionarios se oponen a  la entrada en el mismo de elementos pronazis de la  CEDA, triunfan brevemente en Asturias . Fernando estando en Madrid participa junto al teniente de la Guardia Civil y militante socialista también , Condís, en el intento de tomar el Parque Móvil de dicho cuerpo en la Calle Bravo Murillo, siendo detenidos y condenados por ello en Consejo de Guerra. De su vida durante este periodo la mejor fuente es sin duda el testimonio de su amigo y correlegionario de las Juventudes Socialistas y compañero de Batallón de milicias Octubre, Manuel Tagüeña de cuyo libro TESTIMONIO DE DOS GUERRAS”  editado en  1978 , publicamos los dedicados a la figura de Fernando de Rosa:

"  Poco a poco fui subiendo de categoría en las milicias socialis-tas y junto con Coello y Ordóñez, entré en el grupo de confianza que rodeaba a Fernando de Rosa, socialista italiano, jefe militar de las milicias. De él sólo sabíamos entonces, que había partici-pado en un fallido atentado al príncipe Humberto de Saboya, en Bélgica, en el año 1929.
Hablaba el español con fuerte acento, y tenía un gesto adusto, detrás del cual se escondía, como supe mucho después, al conocerle mejor, un idealista sentimental. Con Fernando de Rosa participé en una descabellada aventura que terminó bastante mal, pero que pudo haber sido peor. Un domingo por la noche, salimos en tres taxis hacia Valladolid. Se trataba de apoderarse de un depósito de armas de los falangistas, que según informes, estaba en una finca, cerca de la ciudad. Alguien nos iba a esperar de madrugada en un puente de un camino secundario y nos conduciría al objetivo. El primer error fue que no contamos con que a esa hora volvían de la Sierra de Guadarrama millares de autos con familias que habían pasado allí el fin de semana. Por este motivo nuestros coches tuvieron que ir muy despacio. Luego el auto en que iba Fernando de Rosa no marchaba bien, lo cambió por el mío, pero volvimos a perder más tiempo. Llegamos a Valladolid bastante tarde, sobre todo yo, porque mi nuevo vehículo había seguido fallando. En el lugar  de la cita nos dijeron que el asunto se había aplazado, que duran-te el día hiciéramos lo que quisiéramos y que volviéramos al mismo lugar a la noche siguiente. Yo era el jefe de mi taxi. Conmigo venían dos panaderos de Artes Blancas, además del chofer. Escondimos bien las pistolas detrás de los asientos y en una desviación paramos el auto  y dormimos a pierna suelta. Uno de los que venían conmigo se empeñaba en ir a su pueblo, que no estaba lejos, pero me negué a ello, no íbamos a ir pregonando nuestra presencia en sitios donde podían reconocernos. Entramos a comer a Valladolid y seguimos deambulando hasta que el sol se puso y se acercaba la hora de actuar. Tratamos de llegar en punto; ni antes ni después de la hora marcada. Sacamos las pistolas de sus escondites para estar preparados. Cuando nos acercamos vimos que los otros dos taxis habían dado ya la vuelta
Y tenían los faros encendidos. José Laín me gritó que estaba la Guardia Civil y que tenía que dar la vuelta para escapar. Los dos coches arrancaron a toda velocidad. No sé como mi auto no fue a parar a la cuneta al dar la vuelta en el camino. Pero todo salió bien. Yo me bajé pistola en mano por si alguien se acercara, pero en aquel momento nadie lo intentó y a toda velocidad salimos hacia Madrid. Si entonces se para el motor hubiera sido nuestro fin; pero funcionó perfectamente y en relativamente poco tiempo, llegamos a la capital y al Sindicato de Artes Blancas, en la Casa del Pueblo, donde entregamos las armas al secretario Rafael Henche de la Plata. Allí nos enteramos que al llegar los dos primeros taxis al lugar señalado, Carlos Menéndez se bajó a explorar y cayó en una emboscada de la Guardia Civil, que de alguna forma se había enterado de todas nuestras idas y
venidas de la noche anterior. Sin embargo, no se decidieron a disparar contra nosotros que debíamos ofrecer un blanco perfecto, cuando los coches encendieron las luces para virar. Parece ser que al poco rato llegó de Valladolid una camioneta de guardias de asalto, que mandaron en nuestra persecución, pero que no consiguió darnos alcance. Carlos Menéndez fue acusado de tenencia ilícita de armas e ingresó en la cárcel, pero a los abogados socialistas no les fue dificil conseguir su libertad a las pocas semanas.
El sábado 8 de septiembre de 1934, la UGT declaró una huelga general en Madrid, con motivo de la concentración de terratenientes catalanes del Instituto Agrícola de San Isidro, que protestaban ante el gobierno central por la Ley de Cultivos de la Generalidad ,favorable para los rabassaires, arrendatarios de sus campos. Ese día, las milicias socialistas movilizaron a todos sus miembros para llevar a cabo pequeñas acciones callejeras. Fernando de Rosa me dio el mando de una compañía de milicias, en total diez escuadras de diez hombres, más una escuadra de mando. La mayoría de los milicianos eran socialistas de edad media, aunque también había jóvenes. Mis proyectos de entrar a trabajar en la Fundación Rockefeller seguían en pie; pero en aquel agitado mes de septiembre, ante la revolución que se aproximaba, decidí ocupar mi puesto dentro de las milicias socialistas, dejando todo lo demás para mejor ocasión. De esta forma se con-sumaba mi separación de los comunistas, aunque éstos, al fin, acordaron ingresar en las Alianzas Obreras organizadas por Largo Caballero. Los preparativos de la insurrección exigían, en primer lugar, disponer de armas. Para ello, los socialistas adquirieron un depósito propiedad de revolucionarios portugueses, que venían trasladándolo de un lado a otro sin encontrar oportunidad de utilizarlo. El gobierno descubrió parte del alijo en Asturias, cuando se desembarcaba del barco "Turquesa", Y declaró el estado de alarma en todo el país. Este tropiezo pudo desarticular la organización de las milicias en Madrid, porque muchos que guardaban armas, al temer ser descubiertos, pedían que las cambiáramos de lugar. Comenzaron los bultos a danzar de un lado a otro, con peligro para todos los que participábamos en el transporte. Fueron unos días de febril actividad para esconder el armamento, ya que el pánico se había extendido y pocos querían colaborar. … Estaba claro, aun para los más optimistas, que habíamos sido vencidos en toda España. Debíamos afrontar las consecuencias. Los jueces empezaban a tomar declaración a los detenidos, que por miles colmaban las cárceles. Al principio, no se nos ocurrió más que debíamos decir la verdad. Cuando con este espíritu Si-marro, Loma y yo, íbamos a entrar a declarar ante nuestro juez, salió Carlos Merino y nos aconsejó no decir nada que insinuase haber estado siquiera cerca del Círculo Socialista de la Prosperidad, y que sólo reconociéramos haber sido arrestados en una calle céntrica de Madrid, cuando paseábamos pacíficamente. Seguimos su consejo y aunque nuestras narraciones resultaron poco convincentes, el funcionario las anotó sin prestarnos ninguna atención, con lo que quedábamos, de momento, eximidos de toda responsabilidad judicial. La policía desbordada por los acontecimientos, no estaba en condiciones de investigar ni a una mínima parte de los presos. Un par de días más tarde, reclamados por los socialistas, nos trasladaron a la galería de presos políticos. En la entrada me esperaba Ordóñez, al que no veía desde que lo detuvieron en la Ciudad Universitaria. Las celdas eran grandes y limpias, y aunque seguíamos durmiendo en el suelo, bastante amontonados, nos parecía un hotel de lujo en comparación con la quinta galería. Cada partido político u organización sindical, tenía reservada una parte. En el piso de los socialistas, nos encontrábamos gran parte de la plana mayor de las milicias. Estaba Largo Caballero, que no había querido eludir la detención, y Fernando de Rosa, que se había entregado a las pocas horas de que su enlace, Leo Menéndez, fue arrestada. Fernando quería hacerse responsable de todo, creyendo que así nos ayudaba a sus subalternos. Pensaba sin duda en una policía y unos jueces más eficientes y en normas caballerescas ya largo tiempo olvidadas. La mayoría de los detenidos íbamos a escurrirnos entre las mallas de la ley y muy pronto seríamos puestos en libertad. En cambio, a los que la justicia comprometía, a veces arbitrariamente, les esperaba una larga condena. Entreteníamos nuestro ocio forzado, con una interminable discusión acerca de las causas de nuestro fracaso. Todas las cárceles de España estaban llenas.





...Al ser amnistiado, Fernando de Rosa volvió a hacerse cargo de la dirección de las milicias de la Juventud Socialista. Regresaron del extranjero todos los declarados en rebeldía como Laíil, Marcos, Coello y otros. El primero de abril, se llegó oficialmente a la fusión de las organizaciones juveniles socialistas y comunistas, a pesar de que había muchos rozamientos. Claro que éstos no eran nada comparados a los que crecían dentro de los partidos del Frente Popular..."



Sábado 18 de julio 1936:
… Pronto el Círculo Socialista estuvo repleto, los fusiles comenzaron a repartirse en la calle, los hombres armados atravesaban la carretera de Segovia y se metían en la Casa de Campo. Entre los paisanos, comenzaron a verse algunos uniformes, la mayor parte de sargentos y suboficiales y algún oficial, entre los cuales estaba el teniente coronel Mangada. Llegó por allí Fernando de Rosa y comenzamos a buscar entre la muchedumbre a nuestros milicianos para agrupar a nuestras compañías…
… el lunes 20 de julio…Fernando de Rosa y muchos otros marcharon ante las noticias del asalto al Cuartel de la Montaña, a  mí  me ordenaron permanecer allí al frente de los pocos que no se habían desperdigado por propia voluntad, aburridos de la inacción. Claudín se quedó…
                                    






Temprano el martes 21 de julio ya estaba en pie… Hacia la Sierra de Guadarrama, habían salido en camiones una parte de los oficiales y soldados del Regimiento de Transmisiones de El Pardo; no se sublevaron el día antes, pero estaban en marcha para unirse a los rebeldes. Llevaban ya mucha ventaja y no les alcanzamos; pudieron cruzar el Alto del León y llegar a San Rafael donde se unieron con las unidades insurrectas que de Segovia y Valladolid iban hacia el puerto. …

Yo no podía todavía andar y les seguí con nuestro camión ya cargado de municiones y de víveres. Otra vez llegamos a Tablada, en todas las proximidades sonaba el combate, que no había amainado en todo el día, dejando ese olor a pólvora que todo lo llena y reseca la garganta. De repente llegaron gritando algunos de nuestros jóvenes. I Han matado al capitán González Gil y Fernando de Rosa está herido! Las compañías sin mando se habían desperdigado. Regresamos a Guadarrama para tratar de reunir a nuestros milicianos….Fernando de Rosa fue evacuado en una ambulancia a Madrid…

el 27 de Julio en Madrid Fernando de Rosa, cuya herida había resultado leve, estaba organizando batallones de milicias.…Los jóvenes socialistas fundaron el "Batallón Octubre No. l", el "Octubre No. ll",el"Largo Caballero" …Recibí -el nombramiento de capitán ayudante del BatallónOctubre No.11 cuyo jefe era Fernando de Rosa.

 …. Se nos incorporaron bastantes estudiantes de la FUE… el 1 de agosto por la tarde salimos en tren hacia El Escorial con nuestras tres primeras compañías. Allí desfilamos ante la admiración de los vecinos y luego en camiones, llegamos, ya en la madrugada del 2 de agosto, a Peguerinos y de allí a pie seguimos hacia la sierra que domina a San Rafael, en la región del paso que llamábamos la Gargantilla, en la retaguardia del enemigo que ocupaba el Alto del León.
Nuestros milicianos eran todos jóvenes socialistas Y en su mayoría ya formaban parte de nuestras milicias antes de empezar la guerra. Nos incorporamos a la columna del comandante Sabio. Había otras unidades, entre ellas un batallón de soldados de aviación, mandado por el teniente coronel Rubio. El mismo día descendíamos hacia San Rafael dejando atrás las estribaciones de Cueva Valiente. Sabio nos mandó cubrir el flanco izquierdo en dirección a  El Espinar, pero Fernando de Rosa y yo entramos con él en San Rafael, junto con un pequeño grupo de soldados. Desde luego es admirable la tranquilidad y el valor con que Sabio su pequeño grupo avanzó por entre las primeras villas y chalets de veraneantes que estaban en los linderos del pueblo. Todos estaban vacíos, ni enemigos ni población civil, no se veía a nadie. Pronto llegamos ya cerca de la carretera y en una casa aislada aparecieron tres falangistas vestidos de azul igual que nosotros, que fueron hechos prisioneros antes de que pudieran darse cuenta. Por una barranca llegaba en nuestra ayuda una compañía de soldados de aviación, pero antes de desplegarse se desencadenó de repente la batalla. De todas partes nos caían los tiros encima aunque no veíamos a nuestros contrarios, pero éstos ocupaban sin duda la casa aislada y otras de las cercanías y habían visto cómo hicimos prisioneros a sus compañeros. Nosotros disparábamos al azar, pero la confusión era cada vez mayor. Fernando de Rosa y yo retrocedimos para buscar a nuestras compañías que protegían la dirección de El Espinar. Al llegar al lindero de San Rafael vimos al teniente coronel Rubio, al descubierto, montado en un caballo blanco, y detrás de una cerca a su compañía de ametralladoras, que comenzó a hacer fuego para proteger el repliegue, pues ya no se trataba de otra cosa. Siguió el estruendo del combate largo rato, las balas llegaban cada vez más densas y segaban las ramas de los pinos. Poco a Poco los soldados de aviación volvieron a remontar la ladera hacia Cueva Valiente, las otras unidades de la columna Sabio ni siquiera habían acabado de bajar y los únicos tiros que dispararon fueron los que sonaron en el fusilamiento de los tres falangistas prisioneros, que sus captores habían respetado y enviado a la retaguardia. Nosotros esperamos hasta el atardecer y fuimos también subiendo lentamente, antes de hundirnos en el bosque nos llegaron todavía algunas balas lejanas.

Ya en el crepúsculo, cruzamos la cañada, donde había sido hecha prisionera y fusilada unos días antes, una de las primeras milicianas llegadas de Madrid, Francisca Solano.
A un lado estaba su tumba. Cuando llegamos arriba, al campamento, ya no había nada que comer, toda la intendencia se había agotado y excepto los soldados de aviación y nosotros, los del Octubre No. 11, 

casi todo el resto de los milicianos había marchado hacia Peguerinos considerando que su deber ya estaba cumplido, aunque realmente no habían participado en el combate. El epílogo de aquel descabellado episodio, donde con un poco más de organización, de decisión y de mando, podíamos haber ocupado San Rafael y cortar la retirada al enemigo que ocupaba el Alto del León, lo supimos sólo algunos días después. En una nota escueta de un periódico del bando contrario, que llegó a nuestro poder, se indicaba que habían sido fusilados diez y ocho soldados de aviación hechos prisioneros aquel día. Se trataba con toda seguridad de algunos rezagados a los que el miedo impidió retroceder a tiempo, porque, con un poco de decisión todos hubieran podido escapar. De vuelta a Peguerinos encontré a Luis Tapia en la intendencia de Sabio y me ayudó a dotar a mi batallón de muchas cosas que faltaban. Luego conservando las posiciones en el flanco de la carretera San Rafael-Espinar, concentramos las fuerzas en un campamento que llamábamos de las Navazuelas, donde años después de la guerra iba a erigirse el monumento del Valle de los Caídos.
El día 5 de agosto con un guardia de asalto y unos pocos milicianos estuve de exploración en Cabeza Lijar, encontrando que tanto esta altura de 1,892 metros situada inmediatamente al sur del Alto del León, como la cuerda montañosa que allí se inicia en dirección a El Escorial estaba abandonada, nadie la ocupaba. La cosa resultaba inexplicable, pero era un hecho que los combates hacia Guadarrama seguían localizados a un lado y otro de la carretera y  nadie se ocupaba de maniobrar, la cautela era lo predominante en ambos lados. Hicimos prisionero a un falangista lleno de medallas y

de escapularios, no iba armado y probablemente había venido del frente de Guadarrama para caer en nuestras manos. Al día siguiente ocupamos sin incidentes Cabeza  Líjar. La primera noche en la cima pasamos un frío espantoso, no nos habían dejado subir las mantas, ya las tenia a lomos de varios mulos cuando Sabio me mandó descargarlas, tampoco nos dejaron encender fuego. Estuvimos todo el tiempo tiritando, buscando calor amontonados unos contra otros. Nuestra enfermera, Leo Menéndez, tuvo que atender

a muchos milicianos enfermos, algunos de gravedad. Con nosotros estaba el socialista italiano Pietro Nenni que había venido a visitar a su compatriota y correligionario Fernando de Rosa. Seguimos allí como una amenaza, pero no intentamos descender hacia el puerto; desde allí el enemigo no intentó desalojarnos. Nuestras ametralladoras batían la carretera y pronto la artillería enemiga nos bombardeó de continuo; emplazamos también nosotros una batería y
el duelo se hizo más equilibrado. El comandante Sabio fue trasladado a otro frente y con él marchó Luis Tapia. El mando de nuestra columna pasó al teniente coronel Rubio…

El 19 de Agosto nos despertó al amanecer la metralla de las granadas que estallaban muy arriba por encima de nuestro campamento. No nos hicieron casi ningún daño, todos nos pusimos 1 sobre las armas. Estaban atacando nuestras posiciones de la Gargantilla junto a Cueva Valiente, y pronto salieron varias compañías con Fernando de Rosa a la cabeza para socorrerlas. Como no había un frente continuo mientras subíamos por uno de los barrancos, una columna enemiga bajaba por otro, llegaba a las Navazuelas, cruzaba unos disparos y retrocedía de nuevo sin de-tenerse para volver a San Rafael. Varias horas tardamos en enterarnos de que el enemigo había desaparecido sólo a la mañana siguiente nuestras fuerzas dejaron de tirotearse por  error unas a otras y volvimos a establecer nuestras posiciones, reforzándolas .En aquel combate, estuvo a punto de terminar mi carrera militar. Me había retrasado algo del grupo de socorro y de repente me encontré acompañado sólo de dos milicianos, en medio de mucha gente que subía monte arriba. Pasaban corriendo a mi lado sin mirarme ni contestar a mis preguntas y yo al principio no sabía quiénes eran, vestían igual que nosotros, con trajes azules de obrero y piezas de uniforme militar, pero algunos llevaban cascos y uno me dijo que eran de "la del 20".
Esto me indicó que eran enemigos. Nos parapetamos y empezamos a disparar, ninguno de los que huían nos contestó, ni volvieron siquiera la cabeza, sólo apretaron la marcha, tirando mochilas, fusiles, morteros y todo lo que les estorbaba. Si alguno de ellos hubiera
reparado en que sólo éramos tres hombres, hubieran dado fácil-mente cuenta de nosotros. …


Batalla de Peguerinos 


….El día 30 de agosto de nuevo nos despertaron las granadas de metralla sobre nuestras tiendas. Se iba a repetir sin duda la ofensiva del enemigo. Pero de las posiciones no llegaban noticias alarmantes, se resistían bien los ataques. De repente, el capitán Caballero, antiguo sargento jefe de una de nuestras compañías, que había sido herido y evacuado hacia Peguerinos, llegó espantado a campo traviesa: en el pueblo estaban fuerzas moras de Regulares, que conocía bien porque había estado en Africa. Por el terreno sin cubrir que había entre nuestra columna y la de Mangada en Navalperal de Pinares (casi 20 Km.) había entrado desde El Espinar una columna enemiga de unos 3,000hombres, con un tabor de Regulares cuya vanguardia llegó todavía temprano a Peguerinos. Tenían el camino abierto hacia El Escorial y podían fácilmente haber envuelto y destrozado todo nuestro frente de Guadarrama. Pero allí se detuvieron varias horas, perdiendo un tiempo precioso. En cambio, nosotros lo aprovechamos bien. Nuestras posiciones estaban intactas y las manteníamos. Nuestras reservas pronto cortaron los caminos a la retaguardia del enemigo infiltrado. Por otro lado, desde Guadarrama y desde Madrid llegaban en camiones a través de El Escorial centenares de milicianos de las unidades más diversas que comenzaron a atacar Peguerinos al mando del general Asensio. Al atardecer, cerrado el camino a El Escorial y amenazados detrás por nuestra columna, nuestros adversarios se desbandaron abandonando todo el material de guerra.  Durante la noche hicimos muchos prisioneros, la mayoría del tabor de Regulares, y al día siguiente recogimos un botín de casi treinta ametralladoras, muchos fusiles, morteros y toda clase deber trechos. Perdidos en los bosques iban rindiéndose más moros y soldados, pero la mayoría consiguió escapar. Nuestra columna estuvo casi un día aislada y los heridos los tuvimos que evacuar penosamente a través de las montañas hacia El Escorial, entre ellos al antiguo sargento, capitán VeIázquez y al capitán Caballero, pero por el simple hecho de haber permanecido en nuestro puesto, jugamos un papel importante en el fracaso de la incursión. En Peguerinos, el enemigo no encontró más que heridos en un hospital provisional en la iglesia, que fueron muertos a bayonetazos; un viejo corrió la misma suerte y unas mujeres fueron violadas. Los prisioneros que habíamos hecho nosotros y que enviamos en un par de camiones, fueron sacados de estos y fusilados al pasar por Peguerinos por los milicianos enardecidos. La guerra seguía siendo sin cuartel.


La columna enemiga había sido guiada por el antiguo secre-tario del ayuntamiento de Peguerinos, que había huido al empezar el movimiento militar. Conocía muy bien el terreno, pero no se atrevía a volver a El Espinar después de la catástrofe; por fin lo encontraron en el bosque y lo trajeron a nuestro campamento. Pronto sus paisanos corrieron la voz de su presencia y no fue linchado y partido en pedazos gracias a mis esfuerzos y los de mi gente, que no pretendíamos salvarle la vida, pero que no admitíamos torturas. Al fin, fue fusilado con un orden relativo. Me encontré ese día en mayor peligro que nunca lo estuve en el frente; todo era a mi alrededor gente histérica agitando armase incluso disparando.
Lo que más me irritaba era que la gran mayoría eran milicianos que habían llegado de refuerzo después del combate, en el que no participaron. Durante un par de semanas seguimos capturando enemigos. Un alférez enemigo, estuvo cerca de quince días debajo de una peña, sin comer, sin beber y sin intentar escapar, era ya un cadáver viviente cuando lo encontraron allí. Lo tratamos lo mejor posible, pero como la orden era de fusilar a todos los prisioneros, las atenciones que tuvimos con él y que nos agradeció, resultaban un tanto crueles. El último que cayó en nuestras manos fue un marroquí viejo, antiguo soldado del general Mangín en la batalla de Verdun. Ya estábamos hartos de derramar sangre, y conseguimos mandarlo a Madrid, quizás allí salvase su vida. Las unidades enemigas que habían atacado la Gargantilla, tuvieron muchos muertos que dejaron sobre el campo, entre ellos dos enfermeras que enterramos en el mismo sitio en que habían perecido. Nuestro batallón Octubre No. 11 seguía recibiendo muchos voluntarios y aparecían en el frente nuevas compañías, que pronto llegaron a 16.
Había una compañía de tranviarios de Madrid, gente de edad reposada y tranquila, pero la mayoría seguían siendo jóvenes socialistas no sólo de la capital, sino de   provincias. Especialmente habían llegado muchos de Alicante: de Petrel, Torrevieja y Elda. Los alicantinos eran unos maravillosos soldados …


Muerte de Fernando de Rosa 

.Fernando de Rosa tenía grandes dotes personales, había sido subteniente del ejército italiano y sabía hacerse respetar y querer de todos sus soldados. Bajo su mando en sólo mes y medio el batallón adquirió una organización tan estrictamente militar y un espíritu de cuerpo tan marcado, que sus milicianos nos sentíamos orgullosos de formar parte de nuestra unidad, a la que considerábamos superior a cualquiera otra. Este espíritu lo mantuvimos después durante toda la guerra en las otras unidades de las que formamos parte. Nuestros servicios estaban muy bien organizados, teníamos una bien provista compañía de transporte automóvil, con chóferes del sindicato de la UGT, y nuestras oficinas de Madrid nos surtían de todo lo necesario. Sin embargo, Fernando de Rosa se tenía que enfrentar con toda una serie de problemas, debido a los celos que despertaba en varios dirigentes de las Juventudes Socialistas. Sus intentos de formar una brigada juvenil fracasaron por ello. Había por lo menos dos grupos en pugna, enzarzados en una lucha enconada entre bastidores. Esta rivalidad le preocupaba mucho a Fernando, sobre todo por su calidad de extranjero. A su lado estaban sólo dos miembros de la comisión ejecutiva de las Juventudes Socialistas: José Laín, el primer comisario de nuestra columna y Federico Melchor que había defendido el 30 de agosto La Gargantilla. El otro grupo lo encabezaban Santiago Carrillo y José Cazorla y su unidad militar básica era el Batallón Octubre No. 1, que mandaba Etelvino Vega. Las fricciones eran evidentes en una serie de  detalles.        La dureza de la lucha se acentuaba  día adía…

…La amenaza que representaba para el Alto del León nuestra posición de Cabeza Líjar inquietaba al enemigo, sobre todo cuando sus líneas habían descendido casi hasta el pueblo de Guadarrama. Todos los días dicha altura era bombardeada con artillería, convirtiéndola en un infierno de metralla y de trozos de piedras arrancadas por las explosiones, siendo muy difícil abrir refugios para nuestra gente en la roca viva. Hacíamos frecuente relevos de la guarnición, pero teníamos muchas bajas.

El 15 de septiembre empezó un bombardeo excepcionalmente intenso de Cabeza Líjar, a la vez que caían granadas sobre el campamento de las Navazuelas y explotaban junto a las tiendas. Pronto se cortó el teléfono y con las reservas al mando de Fernando de Rosa subimos monte arriba rápidamente, y llegamos a La Salamanca, la cima inmediata a Cabeza Lijar. Sin embargo, ya era demasiado tarde; sobre las grandes rocas que teníamos enfrente, veíamos los uniformes claros de los moros que avanzaban hacia nosotros, pero pudimos desplegar nuestras fuerzas y emplazar dos ametralladoras que pararon al enemigo. Habíamos perdido la posición y los restos de sus defensores, muchos de ellos heridos, se unieron a nosotros. Una batería de obuses de montaña del 105 había sido también abandonada y los artilleros sólo tuvieron tiempo de traerse los cierres. El mismo día 15 empezamos a preparar el contraataque. Lo iban a realizar varias compañías de nuestro batallón, entre ellas una de alicantinos que eran magníficos soldados.  Al amanecer del día 16, comenzó nuestra ofensiva, tratando de atacar por sorpresa, ya que no teníamos artillería que nos protegiese; pronto vimos casi en la cima a Remedios, una alicantina luego ascendida a alférez, agitando una manta roja, pero fuimos rechazados con grandes bajas. Durante el día repetimos el ataque muchas veces, sin resultado, el enemigo estaba ya firmemente establecido. Sobre las cuatro de la tarde Fernando de Rosa se adelantó a animar con su presencia a nuestros combatientes. Cayó muerto de un balazo en la cabeza. Esa fue la señal de retirada y nuestros milicianos retrocedieron en desorden. Con grandes dificultades los fuimos deteniendo, tomé el mando del batallón y ayudado por una compañía de refresco de jóvenes ma-drileños mandada por Rafael Villasante, pude organizar la defensa de La Salamanca. Pronto se hizo de noche y renació la calma. Pasé la noche en la misma cima de la nueva posición rodeado de los alicantinos que quedaban vivos; no eran más de diez de toda la compañía, todos sus oficiales habían muerto, Remedios había sido también gravísimamente herida en la cabeza y evacuada a El Escorial. A la madrugada siguiente nos relevaron fuerzas que envió el teniente coronel Rubio. El día 17 de septiembre bajamos a nuestro  campamento con las unidades a mi mando. Las formé bajo los árboles y pasé a dar el parte al teniente coronel Rubio, que estaba impresionado y emocionado; eran pocos los que regresaban, nuestras pérdidas habían sido grandes. Nos saludó y con voz solemne mandó romper filas.




Entierro de Fernando de Rosa

Ese mismo día se efectuó en Madrid el entierro de Fernando de Rosa. Nuestro jefe, camarada y amigo fue sepultado con todos los honores militares. Fuera de su patria y
lejos de los suyos había terminado prematuramente la vida de un hombre capaz de sacrificarlo todo por una causa. Fernando de Rosa no fue nunca un aventurero y
menos aún un mercenario o soldado de fortuna; era un idealista al que las circunstancias lanzaron de un país a otro, siempre buscando la verdad y luchando por lo que consideraba justo. Aunque tratase de ocultarlo a los demás, era un hombre sentimental y

humano detrás de una máscara de rigidez. Yo llegué
a apreciarlo de veras en aquellos meses de con-vivencia en el frente. En el Madrid de los primeros meses de guerra todavía podían reunirse grandes muchedumbres en los entierros de los caídos en los frentes.

 También había sido impresionante el de Torres, nuestro compañero de la FUE. Luego la lucha fue más dura, las víctimas más numerosas y la indiferencia fue extendiéndose. E1 contacto con la muerte se convirtió en algo habitual, en cosa de todos los días. De vez en cuando llegaba la noticia de algún amigo muerto en algún sector lejano. Así me enteré de la de Carlos Merino en el frente de Teruel y de muchos otros más.
La desaparición de Fernando de Rosa, fue el comienzo de grandes cambios en nuestra columna. A los pocos días marchó a Madrid el teniente coronel Rubio y ya no regresó. Era un hombre honrado y leal a la República. Unico oficial de carrera del batallón de Aviación, los demás eran sargentos recién ascendidos, su ejemplo fue decisivo para ayudarnos
Al comprender lo que era la disciplina y la organización. En un proceso contra oficiales compañeros suyos, había salido responsable por ellos y consiguió fueran puestos en libertad. Más tarde, algunas de las bandas organizadas en retaguardia comenzaron a asesinar a los liberados. Los que quedaban vivos fueron a comunicarle que se pasaban al ene-migo, porque no querían perder la vida de esa forma. Se le creó a nuestro jefe un problema de conciencia y con un pretexto consiguió un pasaporte para un viaje corto a Francia, del que ya no regresó. Nada más se supo de él.




Así recogió La Vanguardia la muerte de Fernando de Rosa:
Muerte del comandante Lenccini, en Peguerinos | En Peguerinos, cuando arengaba a sus soldados ayer tarde, fue muerto por un tiro enemigo el comandante del batallón «Octubres, Fernando de Rosa Lenccini, de nacionalidad italiana. , De Rosa pertenecía al Partido Socialista italiano y en 1919 con ocasión dé un viaje del príncipe de ftárnonte a Bruselas disparó su pistola contra el viajero, como protesta contra el régimen fascista implantado en su país. Fue condenado a siete años de presidio e indultado después de haber cumplido tres años y medio de condena. j Participó en el movimiento de octubre, sien- ¡ do condenado a 19 años de prisión.

La Vanguardia 18 Sept. 1936.








Semblante biográfico de Fernando de Rosa, la carta de su compatriota  Pietro Nenni Dirigente socialista italiano que participó en la Guerra Civil Española como comisario político de la Brigada Garibaldi.) leída en el Aniversario de su muerte  el 16 de Septiembre 1937: 


"Cuando el 5 de agosto llegué a Madrid para ponerme a la disposición del Partido Socialista español, oí por todas partes elogios de Femando. En el frente, con él en la Sierra, tuve la alegría de comprobar hasta qué punto era estimado.
cuenta de sus dotes de intuición militar.

Desgraciadamente, pocos días después, el 16 de septiembre, me tocó, junto con algunos camaradas italianos, recibir su cuerpo en el Hogar de la Juventud de Madrid. En la mañana, una bala le había dado en la frente, cuando a la cabeza de una compañía, volvía a tomar la posición de Cabeza Lijar, perdida durante la noche.

Cuando pienso en esa noche, cuando vuelvo a ver los lugares donde cayó Fernando, cuando evoco de nuevo sus solemnes funerales en Madrid, siento espanto ante la crueldad del destino. Más tarde, cada vez que he encontrado a sus camaradas en diversos frentes, siempre me he preguntado: "¿A dónde hubiese llegado Fernando?" Y tengo la certidumbre de que, como Modesto, Lister o Mera, sería hoy uno de los jefes del ejército popular español. Pero no pudo ser así. Fernando duerme su último sueño en el cementerio de Madrid, al lado de otros muchos heroicos combatientes, no lejos del mausoleo 
de Pablo Iglesias, el abuelo del socialismo español. "