sábado, 18 de julio de 2015

18 de Julio de 1936 en El Espinar. Tesis Doctoral "CONTROL SOCIOPOLÍTICO E IMPOSICIÓN IDEOLÓGICA: LA PROVINCIA DE SEGOVIA 1936-1939. UN EPISODIO DE LA IMPLANTACIÓN DEL RÉGIMEN DE FRANCO" de Santiago Vega Sombría .2002.Pag 83 a 86 .

La villa de El Espinar incluía la colonia de San Rafael y el barrio de la Estación de Ferrocarril. Para el estudio de los hechos ocurridos en esta localidad, contamos -aparte de la narración de Contreras, Arrarás y El Adelantado- con el testimonio de uno de los protagonistas de los sucesos: Silvestre Ramos Barreno, y algunas sentencias de los distintos sumarios de la justicia militar 274. Entre éstos últimos, se ha podido consultar el más importante, el nº 109/36, en el que están encuadrados los obreros que participaron en el
enfrentamiento armado del caserío de Prados. 
Los sucesos de El Espinar fueron, sin duda alguna, los hechos más importantes ocurridos en la provincia de Segovia de defensa de la legalidad republicana contra el movimiento militar triunfante en la capital. Así lo reconocían fuentes del bando sublevado, “los actos revolucionarios que se realizaron en El Espinar el día 20 de julio (...) desde luego fueron los más graves de los realizados en esta provincia” 275. En cualquier caso fue el único enfrentamiento armado en la provincia, aparte, claro está, de los propios de la guerra
en los campos de batalla de la sierra. El 19 de julio, al enterarse de la sublevación de Segovia, los dirigentes del Frente Popular de la localidad avisaron a otros pueblos de los alrededores de la ausencia de guardias civiles en la villa. Por este motivo, la misma noche del domingo llegaron a El Espinar dos camiones con milicianos armados. Venían del otro lado de la sierra (de la provincia de Madrid: de Guadarrama y Tablada especialmente). Éstos se unieron a los milicianos del lugar, procediendo a la incautación de la estratégica Central de Teléfonos ubicada en San Rafael, donde dejaron a tres milicianos de guardia276. Los obreros asaltaron el vacío cuartel de la Guardia Civil para conseguir armas con que defender la villa. Pocas consiguieron, incluso el sumario reconocía ese detalle: “sin que ocupasen más que dos tercerolas”277. En la causa 1270/36 se hablaba de presiones al alcalde de tendencia derechista, Fermín Vigil, para que les entregase las armas que tuviera requisadas en el Ayuntamiento, que tampoco fueron muchas.
Al día siguiente, lunes 20 de julio, se declaró la huelga general en los aserraderos del barrio de la Estación y en las labores del campo. Un grupo de obreros del pueblo subieron al Alto del León278 (puerto de montaña de la carretera de La Coruña, que separa las provincias de Segovia y Madrid, distante unos 15 kilómetros), desde donde telefonearon a Madrid para pedir armas y defender la carretera en los pasos de la sierra. Les
contestaron que se las enviarían cuando acabaran con la resistencia de los cuarteles de la Montaña y María Cristina279. Bajaron a la villa y cortaron árboles para formar barricadas con las que impedir el paso de las tropas que desde Valladolid iban a venir por la carretera de la Coruña en dirección a Madrid. También levantaron adoquines de la propia carretera para completar las barricadas.
Hacia el mediodía del lunes, una camioneta propiedad de Segundo Vázquez -uno de los dirigentes locales del Frente Popular-, conducida por su hijo Hilario, subió al Alto del León con unos 16 milicianos. En el puerto se pusieron bajo el mando de Julio Valdeón, un maestro que pasaba sus vacaciones en Olmedo (Valladolid), de cuya Casa del Pueblo era dirigente y de donde había huido al declararse el estado de guerra. Valdeón, por a su mayor cultura y preparación, fue nombrado jefe del grupo. Subieron a la camioneta unos cuarenta hombres que se sumaron a los que ya venían en ella280. Los milicianos bajaron del puerto con el objetivo marcado de ir al caserío de Prados –propiedad de los marqueses de Castelar y distante unos kilómetros de la villa en dirección a Segovia- para requisar las armas que allí hubiera: las de los guardas y las que tenían para los propietarios y amigos dispuestas para las cacerías. Además, como cuenta Silvestre Ramos, allí había numerosos jornaleros en plena temporada de siega y querían informarles de la huelga general declarada para que se sumaran a ella. Al pasar por San Rafael subieron en el vehículo dos guardas forestales con sus tercerolas reglamentarias 281. Ante estos acontecimientos, el alcalde de El Espinar, Fermín Vigil, comunicó a Segovia lo que se estaba preparando, organizándose una expedición con veinte números de la Guardia Civil, bajo el mando del teniente Higinio Valle Fernández, que salió inmediatamente en dirección a El Espinar.  A los milicianos no les dio tiempo apenas de bajar de la camioneta y requerir las armas a los empleados del caserío, cuando llegó a Prados (a las cinco y media, según el informe de la Guardia Civil) el camión con los guardias. Se produjo un breve tiroteo sin heridos, tras el cual fueron detenidos dieciocho milicianos. Los guardias continuaron viaje hacia San Rafael, no sin pedir refuerzos, pues les informaron que en el barrio de la Estación de El Espinar se organizaban otros grupos de milicianos.
A su llegada a San Rafael, a las siete y cuarto (continuando con el informe de la guardia civil) la fuerza sublevada “se encontró con un grupo de marxistas hechos fuertes en la central de teléfonos, desde donde fue agredida nuevamente la fuerza con escopetas y al repeler la agresión resultaron muertos los vecinos de la localidad Pedro Cuesta y Félix del Pozo, y herido gravísimo, falleciendo poco después otro individuo que no pudo ser identificado (se supone pueda ser un teniente de alcalde de Guadarrama)”282. Testigos de aquellos hechos contradicen la versión oficial, y afirman que los milicianos murieron ejecutados fuera del edificio y no como consecuencia del tiroteo283. La autopsia realizada a los cadáveres parece confirmar esta versión, por cuanto señalaba que cada uno de los tres milicianos había muerto de un solo disparo, a pesar de que según el informe de la propia Guardia Civil, se registraron 20 impactos de bala, de los guardias, en el local defendido por los obreros. Además, de las armas requisadas a los milicianos (únicamente dos escopetas) tan sólo se había disparado un cartucho, por lo que parece escasa resistencia para tan duro castigo.
“Pacificado” San Rafael, los guardias civiles fueron informados de que los refuerzos solicitados que venían de Segovia284 estaban siendo atacados en el caserío de Prados por otro grupo de obreros, por lo que acudieron inmediatamente en su auxilio. En el caserío se encontraron con los milicianos quienes, en palabras de El Adelantado, “pretendían asaltar Tanto la defensa de los trabajadores de Prados como el ataque de los milicianos al caserío ha sido negado por los testimonios y por el propio sumario 109. El único tiroteo se produjo entre las fuerzas militares y los obreros procedentes de El Espinar. En este segundo enfrentamiento en Prados, que se produjo a las 7 y media, participaron en torno a sesenta obreros, muy mal armados, pues llevaban entre todos “19 escopetas de caza, 4 carabinas, 17 picos, 7 hachas, 3 palas, 2 hoces, 1 bastón-estoque, 18 cajas de cartuchos y 40 sueltos de diferentes calibres”286. De hecho los cabecillas de la
acción, Julián Gozalo y Segundo Vázquez, obligaron a los dos guardias municipales a ir con ellos para que “hubiera armas de verdad”287. Los milicianos iban en dos vehículos que acababan de requisar: un coche de viajeros de la empresa local “Figueredo” y un camión de frutas que casualmente había llegado a la plaza de El Espinar para vender sus productos. Según Contreras los cabecillas de la acción “obligaron a salir con ella a diversas personas, a pesar de la oposición del alcalde, hombre de orden”288. Esta afirmación fue corroborada por El Adelantado para dar a entender que los obreros convencidos de la acción eran pocos. Refería el diario que “obligaban a la gente joven a que se sumara a ellos con las armas que tuvieran en su poder”289. No es muy creíble esta versión, puesto que todos los que participaron en aquellos sucesos -un total de 84 personas- fueron juzgados por la causa 109/36, condenados (32 de ellos a muerte) y fusilados el 23 de abril de 1937. 290.
Los espinariegos, al verse en inferioridad de fuerzas, enviaron a un muchacho de la estación de El Espinar, para que marchara en bicicleta a Otero de Herreros, localidad cercana en dirección a Segovia, donde también había una importante Casa del Pueblo, de la que esperaban conseguir ayuda. El mensaje decía: “camaradas de Otero, pedimos refuerzo...”291.
Los vivas de unos y otros eran ya muy significativos: ¡Viva la República! gritaban los trabajadores y ¡Viva España! respondían los guardias civiles292. El enfrentamiento que se produjo ahora fue bastante duro, muriendo 5 personas, cuatro por el lado obrero (incluyendo uno de los policías locales) y uno de la expedición militar 293. Finalizado el enfrentamiento, la camioneta militar se dirigió a El Espinar, concretamente al cuartel de la Guardia Civil, donde únicamente se encontraban las esposas, pues los hombres permanecían concentrados en Segovia. Allí "liberaron" a las mujeres, según la versión de Contreras294; a pesar de que en ningún momento habían afirmado que estuvieran detenidas o presas de los obreros. Además, queda desmentida acusaba a los asaltantes de que “hicieron levantar, con el consiguiente sobresalto a las mujeres y familiares de los guardias que ya estaban dormidas"295. La villa de El Espinar
quedó dominada por los guardias civiles esa misma noche. Unos días más tarde, el 25 de julio, llegaron fuerzas republicanas a El Espinar por el paso del Boquerón (puerto que une las provincias de Segovia y Ávila). Serían unos 800, según Contreras, que “se apoderaron fácilmente del pueblo”296. Arrarás explica que era el capitán Sabio quien mandaba a 500 hombres del Círculo Socialista del Oeste de Madrid297.
Durante unas horas dominaron la villa, hasta que llegaron efectivos militares y falangistas desde San Rafael, poniendo en fuga a los milicianos 298.


Notas:
274 Causas nº 109/36, 204/36, 772/36, 1270/37 y 1619/37.
275 Causa nº 1270/37, contra Evaristo Martín Santos. En AGA, Justicia, 39.002, Caja 399.
276 CONTRERAS, J., op. cit., pág. 88.
277 Arch. UAPO, Leg 1, Sumario nº 109/36, contra Julio Valdeón y 86 más.
278 Al poco tiempo de inciada la guerra el puerto cambió oficialmente su nombre tradicional por el de Los Leones de Castilla en homenaje a los soldados nacionales que lo tomaron y resistieron los ataques republicanos. Ya en El Adelantado del 3 de agosto de 1936 apareció un editorial aludiendo a este cambio de denominación. En el año 2000 volvió a recuperar el nombre original de Alto del León.
279 Testimonio de Silvestre Ramos Barreno, obrero que participó en el tiroteo de Prados, por lo que fue condenado a 30 años.
280 Declaración de Manuel González, que había subido a la camioneta en San Rafael, efectuada el 21 de octubre de 1936;
recogida en el sumario 109/36.
281 Hay controversia sobre si subieron voluntarios al camión o fueron obligados a ello, reflejada en el sumario 109/36.
282 Arch. UAPO, Leg. 1, Sumario 109/36. Informe de la Guardia Civil enviado al general de la 7ª División en Valladolid,
fechado el 22 de julio de 1936. Era la ampliación de un radiograma fechado el 21 de julio, que no está en el sumario.
283 Testimonio de Hipólito Herranz.
284 Una expedición de otros 20 guardias civiles al mando de un sargento, y los tres alumnos de la Academia de Artillería que
permanecían en Segovia, como hacía constar Contreras, op. cit. pág. 27.
286 Este fue el arsenal incautado por la Guardia Civil tras el tiroteo. Sumario 109/36.
287 Testimonio de Silvestre Ramos Barreno y ver nota anterior.
288 CONTRERAS, J., op. cit., pág. 88.
289 El Adelantado, 28 de julio de 1936.
290 Los datos están personales y el extracto de la sentencia están recogidos en el anexo nº 2.
291 Testimonio de Silvestre Ramos Barreno y causa 109/36, donde figura el testimonio de Benigno Bartolomé Cámara, que fue el joven enviado por el presidente de UGT del barrio de la Estacion, Santiago de la Calle, a Otero de Herreros. Además Benigno llevaba un salvoconducto avalado por la UGT para desplazarse por la provincia, fechado el 17 de julio, por lo que ya estaban asumidas las circunstancias prebélicas por las organizaciones obreras.
292 Testimonio de Silvestre Ramos Barreno.
293 Los cuatro obreros se corresponden con los cuatro cadáveres que figuraban en la orden de ingreso el día siguiente, 21 de julio a las 12 de la mañana, en la carpeta de julio de 1936 del Cementerio Municipal de Segovia. La orden estaba firmada por el Comandante Juez de la Plaza, Manuel Lorente. Entre ellos había un guardia municipal, Braulio Romano, los otros eran Marcelino María Vara, Pío Barbieri y Alejandro Aranda Martín. Estos dos últimos eran el chófer y el ayudante del camión de fruta, que como era nuevo, dijeron que ellos iban donde fuera el vehículo. Los dos murieron tras el tiroteo cuando el resto había escapado. La Guardia Civil pensó que estaban con los obreros y los dispararon en el propio camión, según testimonio de Silvestre Ramos. El militar fallecido era el alumno de artillería Rafael Rebollo, hijo del también militar
Ildefonso Rebollo Dicenta, que fue juez instructor de los sumarios 460/36, 933/36 y 1720/37.
En el Reg. Civ. del Espinar se completan los datos de Braulio, Romano Esteban, anotado el 1 de diciembre de 1937, muerto “en los denominados sucesos de Prados”.
294 CONTRERAS, J., op. cit., pág. 29.
295 Causa 109/36.
296 CONTRERAS, J., op. cit., pág. 90.
297 ARRARÁS, J., op. cit., pág. 374.
298 Los milicianos que no fueron heridos o presos, escaparon hacia la sierra, salvo tres que no lo lograron, refugiándose en los desvanes del Ayuntamiento, donde, desgraciadamente para ellos, establecieron su cuartelillo las milicias de Falange. Escapar sin ser vistos y detenidos era muy difícil, puesto que los camisas azules disponían de guardia permanente en el edificio. Como quiera que el suelo del desván era de madera, no podían moverse, para no ser descubiertos por el ruido. Así aguantaron, cuatro días con sus noches, hasta el 29, en que, como escribe Contreras “acosados por el hambre y la sed, prendieron fuego al edificio, para intentar huir aprovechando la confusión, pero el Ayuntamiento fue acordonado rigurosamente, por lo que no pudieron escapar. Al extinguirse el fuego aparecieron sus restos calcinados". CONTRERAS,
J., op. cit., pág. 33.



CONTROL SOCIOPOLÍTICO E IMPOSICIÓN IDEOLÓGICA: LA PROVINCIA DE SEGOVIA 1936-1939. UN EPISODIO DE LA IMPLANTACIÓN DEL RÉGIMEN DE FRANCO
MEMORIA PRESENTADA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR POR
Santiago Vega Sombría Bajo la dirección del Doctor: Julio Aróstegui Sánchez Madrid, 2002

lunes, 8 de junio de 2015

La Batalla de Peguerinos, agosto 1936, según la novela de Javier Reverte " EL TIEMPO DE LOS HéROES "

" ...Delage podía dibujar con claridad en su memoria aquel día de finales de agosto, en Peguerinos, un pequeño pueblo cercano a El Escorial que habían logrado conquistar los rebeldes con unidades formadas por tropas marroquíes del Ejército de África.
A Modesto le encargaron la liberación del pueblo y hacia allí partió pasado el mediodía, llevando con él a dos compañías del Batallón Thaelmann, armadas tan sólo con carabinas y bombas de mano. Fue una lucha feroz. Los rebeldes contaban con dos ametralladoras que, desde un grupo de casas del oeste del pueblo, barrían las calles y la plaza principal, en cuyo centro el caño de cobre de una fuente arrojaba un vigoroso chorro de agua. Modesto organizó con presteza un ataque de diversión por el flanco izquierdo de los rebeldes. Y cuando las compañías marroquíes concentraron su fuego de ametralladoras y fusilería en aquella dirección, lanzó una ofensiva vigorosa por la derecha. Cuarenta y cinco moros y dos oficiales españoles se rindieron en cuestión de media hora. Otro medio centenar de soldados marroquíes habían muerto en ese tiempo, en tanto que los milicianos de la Thaelmann solamente habían perdido cinco hombres.
Y de súbito, mientras la tropa de Modesto desarmaba a los marroquíes y a sus oficiales españoles, un grupo de mujeres salió de un caserón. Eran una veintena: un par de ancianas, tres o cuatro niñas y el resto muchachas de entre veinte y treinta años. Varias de ellas lloraban. Algunas mostraban sus ropas desgarradas.
Modesto se adelantó, seguido por Delage, y se detuvo ante una mujer morena, despeinada y vestida pobremente, que parecía la más entera del grupo.
—Los moros nos han violado —dijo ella sin esperar que el hombre preguntara—. Y a algunas, como a mí, varias veces. Mátalos, camarada. Había niñas…
—¿Y los oficiales?
—Han hecho como si no vieran.
Delage vio encenderse la mirada de Modesto. Conocía ese furor desde el día en que se enfrentó al Campesino en el Cuartel de la Montaña.
—Hay algo más —añadió la mujer—. Mira en las mochilas de los moros.
Modesto hizo un gesto a uno de los suboficiales de su compañía. Y un grupo de cabos y sargentos comenzaron a abrir los macutos marroquíes y a arrojar al suelo, con asco y pavor, ristras de orejas humanas cortadas, enhebradas en cordeles.
—¿Qué es esto? —clamó Modesto.
—Se las cortaron a los milicianos que defendían el pueblo, después de matarlos con tiros en la nuca cuando ya se habían rendido. —La mujer señaló a su espalda—. Los cadáveres están detrás de las últimas casas. Si te acercas allí, verás que a varios de los muertos les han cortado sus partes con las bayonetas y se las han metido en la boca.
Modesto avanzó hacia los prisioneros. Agarró a un oficial por la guerrera y, frenético, lo zarandeó.

—¿Y tú?, ¿qué coño hacías mientras ejecutaban y mutilaban a nuestros hombres, faccioso cabrón?
—La guerra no tiene tregua…, no da tiempo para pensar —respondió el otro tembloroso—. Ten piedad de los prisioneros…, hay una convención internacional… Yo no hubiera querido que eso sucediera.
Modesto se volvió hacia el sargento de una de sus escuadras.
—Formad pelotones y fusiladlos a todos, oficiales y moros. Y si hacéis más prisioneros en la zona, los fusiláis sin esperar órdenes.
Modesto volvió los ojos hacia Delage. Hubo entre los dos un intercambio de miradas dudosas.
Un joven marroquí dio entonces dos pasos hacia delante y se detuvo ante Modesto.
—Yo no, jefe, yo no toqué a ellas…, ni corté orejas de muertos…
Modesto se dirigió a la mujer.
—¿Es cierto?
—Yo no distingo un moro de otro —respondió.
Modesto se encaró a la mujer.
—¿Cómo puedes decir eso?
Bajó la cabeza y ordenó a uno de los tenientes milicianos:
—Vamos, llévatelos de una vez y cumple mis órdenes.
Dio la espalda al oficial y caminó unos pasos seguido por Delage.
—¿Estás seguro? —dijo el comisario.
Modesto le miró y volvió sobre sus pasos. Cerró los ojos y, con un movimiento vigoroso, movió la cabeza hacia los lados.
Luego, alzó la barbilla, abrió de nuevo los ojos y gritó:
—¡Eh, teniente!
El oficial regresó.
—A la orden.
—No hay fusilamiento. Llévalos a retaguardia y que los juzguen allí. Si los fusilan, que lo ordene otro.
—A tus órdenes, Modesto.
—Otra cosa: lleva a la retaguardia las ristras de orejas. Y enterrad a los muertos. A todos: los de ellos y los nuestros.
—Como digas.
La mujer había escuchado el diálogo sin separarse de Modesto.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó—. Quiero conocer el nombre de un cobarde.
—Déjame en paz.
Se dio la vuelta para alejarse. La mujer trató de agarrarle del brazo, pero Delage la apartó.
—No le molestes.
—¡Nunca me olvidaré de ti! —gritó ella.
—Mejor harías en no acordarte de lo que te ha pasado —respondió Modesto sin volver el rostro.
Media hora después, bajo la sombra de unas moreras, Delage y Modesto descansaban rodeados por hombres que, en su mayoría, fumaban cigarros de picadura. Una patrulla había encontrado una tinaja de vino recio y los jarros corrían de mano en mano.
—Ha sido un día muy cabrón, Juan —dijo Delage.
—Todavía no soy capaz de matar en frío.
—Has obrado con buen juicio.
—¿Hay buen juicio en la guerra, Luis?
Modesto extrajo el cargador vacío de la pistola, lo arrojó a un lado y lo reemplazó por uno nuevo. Metió el arma en su cartuchera y comenzó a liar un cigarro.
—Me pregunto si el chico marroquí será inocente —dijo—: por él los he dejado a todos con vida. Que los juzguen otros.
—Los fusilarán, Juan, puedes estar seguro. En cuanto vean las orejas no quedará uno solo vivo.
—No sé si te lo he contado alguna vez, pero yo pasé dieciocho meses en África, cuando me llamaron para el servicio militar. Aunque, eso sí, más de la mitad de ese tiempo estuve arrestado o en el calabozo. Tenía veintidós años y era la primera vez que salía de Cádiz.
—No sabía.
—Fui destinado como cabo a los regulares de Larache. Me llevaba bien con los moros y aprendí algunas palabras de su lengua. E incluso tuve amores con una morita que se llamaba Mina. Era fuego puro, te quemaba al besarte. Por cierto, que también me enredé unas semanas con una judía…, Omega se llamaba: un nombre raro…
Sonrió con gesto de fatiga y movió la cabeza hacia los lados.
—Muchos de los moros eran mis amigos porque yo no era racista y sigo sin serlo, al contrario que la mayoría de los españoles y, sobre todo, de los oficiales… Y ya has visto también cómo la gente pobre puede ser racista, igual que esa mujer a la que han violado… Sirviendo en regulares, me degradaron de cabo por proclamar un día a gritos, en el zoco de Alcazarquivir, cerca de Larache, la igualdad entre moros y españoles. Tenía alguna copita de más, la verdad. Pero no me arrepentí de ello. Y ya no fui cabo nunca. Corta carrera fue la mía de militar en África… Allí sólo lograban galones y estrellas los criminales como Franco.
Encendió el cigarro, aspiró y arrojó con fuerza el humo del tabaco.
—Lo que son las cosas. Ahora, unos moros tratados como perros por oficiales españoles se dedican a violar, matar y mutilar a quienes son iguales que ellos. Y yo, por mi parte, casi fusilo a algunos que hubiera considerado amigos en otro tiempo… La guerra lo pone todo patas arriba.
—No le des más vueltas.
Modesto miró a su alrededor antes de volver a hablar.
—Peguerinos… —dijo al fin—. Feo lugar.
—Puedes estar contento: les has dado sopas con honda a los profesionales rebeldes, con armas peores y pocos hombres.
—Fue una jugada sencilla: amagar por un costado, provocar la defensa del contrario y atacar por otro lado. Una batalla es como una partida de ajedrez.
Regresaron aquella misma tarde a Navacerrada. Unos días después, Modesto era nombrado comandante de milicias..."

LA BATALLA DE PEGUERINOS - 30 de agosto.- Nuovo Avanti, 12 de septiembre de 1936. Pietro Nenni - La Guerra de España.

Pietro Nenni - La Guerra de España.

LA BATALLA DE PEGUERINOS - 30 de agosto.- Nuovo Avanti, 12 de septiembre de 1936.

En El Escorial. Diana a las seis. Estoy cansado y pido a de Rosa un suplemento de sueño. Nos levantamos a las siete. Algunas órdenes que dar, algunos asuntos que despachar. Charlamos con algunos jóvenes oficiales llenos de ardor y fuego. Son las nueve cuando nos ponemos en camino hacia Peguerinos. Fernando cree que es una falsa alarma. Nos adelantamos. Peguerinos ya está a la vista y no notamos nada insólito. Pero, viene un campesino: se acerca asustado. Reconoce a Fernando. Le dice que el pueblo está ocupado desde el alba por los rebeldes. No ha habido, según él, un verdadero combate; el enemigo se infiltró por sorpresa. Los puestos de escucha habían sido atacados con arma blanca (cuchillo y puñal).  Regresamos a Santa María de la Alameda, desde donde Fernando se pone en contacto con El Escorial y Madrid. Con su eterna pipa en la boca, no pierde su sangre fría ni eleva su voz. Pesca al vuelo, valga la expresión, a los pocos milicianos que están en el puesto, sitúa centinelas, ordena armar a los campesinos y evacuar a las mujeres y niños. No queda más que esperar los refuerzos. Llega el teniente coronel Morlones: Le hago notar que la infiltración de esta noche plantea un grave problema:
el de la vigilancia y los enlaces. Levanta los brazos en un gesto cómico, como si quisiera tomar al cielo por testigo de su impotencia. Llegan los refuerzos. Aquí está el Batallón Largo Caballero, reclutado a gran prisa, entre los jóvenes socialistas. Aquí el Batallón Acero. Se despliegan, en semicírculos por los campos, en dirección a Peguerinos. A las cuatro de la tarde, sobreviene la aviación fascista: tres Caproni. Vuelan bajo, con toda seguridad. Buscan sus blancos. Los milicianos y campesinos están muy impresionados. Valientes cuando tienen un viejo fusil en la mano y al enemigo enfrente, se sienten desarmados ante estos pájaros de presa. Se agrupan como los niños, buscan un refugio que los haga invisibles. A veces, incluso, se esconden en los lugares más peligrosos, por ejemplo, debajo de los camiones. Les gritamos que se tiren al suelo y que no se muevan. Esta es la única protección posible. Si la bomba no le cae a uno encima, es casi seguro estar a salvo. Estamos en un terreno descubierto, pedregoso. El estruendo del bombardeo es ensordecedor, pero no es esto lo que más impresiona. Es difícil permanecer inquebrantable bajo las ráfagas de las ametralladoras. Los Caproni pasan por encima de nosotros casi a ras de tierra y descargan una cinta de ametralladora. Después, vuelven a tomar altura y lanzan bombas. Fernando está en vena de hacer chistes: "Pietro, estas piedras van a ser nuestra tumba". Me dice.
El bombardeo dura veinticinco minutos. Mucho ruido. Pero los daños causados no son serios. Media hora más tarde, llega nuestra aviación y tira las tres primeras bombas en nuestras avanzadas antes de localizar las líneas fascistas. Mientras tanto, los milicianos se colocan en posición de ataque, con las secciones de ametralladoras a la cabeza. Noto entre los portadores de municiones a un grupo de jóvenes camaradas mujeres, esbeltas, bellas y serenas. A las cinco y media, llega el coronel Asensio que hoy ganará sus galones de general. La orden de ataque se da inmediatamente después. En cuanto los nuestros se descubren, quedan bajo el fuego cruzado de las ametralladoras fascistas. Fernando, colocado a la cabeza, grita: "¡Adelante muchachos!" Hay trescientos metros de campo a descubierto, después de los cuales el terreno ondula y ofrece una protección apreciable. De un salto, el primer objetivo es alcanzado.
Cae la tarde. Asensio se dirige a los milicianos: "¡Hijos del pueblo, dentro de una hora tenemos que haber tomado Peguerinos. " A la derecha, los combates se acentúan. "¡Los moros! ¡Los moros!" Oigo a Fernando que grita: "Los moros son hombres como vosotros". Ahora, la línea avanza segura, casi irresistible. Pero empieza a oscurecer y esto crea alguna confusión.
El pueblo arde. Los bosques de los alrededores arden también. Los moros están apostados tras de los árboles. Pero de repente, nos damos cuenta de que sólo están resistiendo para cubrir la retirada. "¡Adelante, adelante." El estruendo de las explosiones cubre ahora todas las voces. Llegamos hasta las primeras casas. Un puentecito nos separa del pueblo. Gritan: "¡Está minado!" Hay un momento de indecisión. Asensio, Fernando y otros oficiales pasan entre los primeros. Apostados a algunos metros, los últimos moros lanzan granadas de mano. Ahora el combate se fracciona en múltiples episodios singulares, alrededor de cada árbol, de cada casa. Tropiezo con el cadáver de un viejo campesino, caído frente a la puerta de su casa. Ya es de noche. Sale la luna. La puerta de la alcaldía está obstruida por los cadáveres de tres moros gigantescos. Los primeros heridos y prisioneros empiezan a llegar.
Una escena cómica nos calma los nervios. Un moro, prisionero, se echa al cuello de Fernando: "Quieren matarme, Fernando, me han tomado por un moro". Es el chofer del Batallón de Octubre; de piel obscura de por sí, se ha quedado todo el día, bajo el sol canicular, inmóvil detrás de un matorral. Congestionado y sudoroso, lo tomaron por un moro.
En plena noche, a través del bosque, nos reunimos con el batallón de Fernando, que sostuvo un duro ataque. Hay diez muertos y muchos heridos. 




Pietro Sandro Nenni (Faenza, 9 de febrero de 1891 - Roma, 1 de enero de 1980) fue dirigente del socialismo italiano. Proveniente de una familia de campesinos, Nenni fue periodista y posteriormente se convirtió en político. En1911 fue encarcelado por organizar una manifestación en contra de la invasión italiana de Libia. En su estancia en la cárcel conoció a Benito Mussolini. En 1921 se afilió al Partido Socialista Italiano (PSI). En 1922como redactor jefe del periódico Avanti, atacó duramente a Mussolini que había llegado ese mismo año al poder. El periódico fue definitivamente clausurado en 1926 y Nenni se exilió a Francia, siendo elegido secretario general del PSI.
En 1936 participó en la Guerra Civil Española como comisario político de la Brigada Garibaldi.
Después de la Segunda Guerra Mundial y de nuevo en Italia, ocupó distintos cargos gubernamentales, entre ellos los de vicepresidente del consejo de ministros (1945-1946) y Ministro de Asuntos Exteriores (1946-1947). Como consecuencia de la división del PSI, Nenni se quedó a la cabeza del bando más a la izquierda, aliándose con los comunistas, con los que rompió en 1957 debido a la invasión de Hungría. En 1963, su entrada como vicepresidente de un gobierno de centro-izquierda originó la escisión del ala izquierda socialista que dio nacimiento al PSIUP. Tras la reunificación en 1966, fue elegido presidente del partido y ocupó nuevamente el ministerio de Asuntos Exteriores en 1968. En 1969 dimitió de todos sus cargos al salir derrotada en el congreso del partido su moción favorable a la continuación de la alianza centro-izquierda.
En 1970, fue nombrado senador vitalicio. Años más tarde volvió a presidir el Partido Socialista y en 1978 se presentó con este partido como candidato para la presidencia de la República.

jueves, 7 de mayo de 2015

Pequeña historia anecdótica del Puerto de Guadarrama. Constancio Bernaldo de Quirós.


                  De todos los puertos de montaña de la España áspera y quebrada,tengo para mí que el más popular es el de Guadarrama.¿Quién no ha cantado, o no ha oído cantar alguna vez, la famosa copla: «tengo que subir, subir, al Puerto de Guadarrama, para recoger la sal que mi morena derrama»? Pero nadie sabe quién fue esa morena, ni por qué iba y venía tanto por las alturas de la Sierra, ni, finalmente, por qué iba tan cara la sal que había que recolectarla con tanta fatiga. Seguro es que desde que la especie humana se multiplicó en la cuenca del Tajo y en la del Duero, el Puerto de Guadarrama ha estado en uso, como paso principal de una vertiente a otra en dirección N. O., así como el de Somosierra hacia el N. E.
         Reinando Felipe III, al comenzar el siglo XVII, se hizo el descubrimiento, cerca del Puerto, de un tesoro de monedas de oro de los césares romanos, que estudió cierto Dr. Iván de Quiñones, juez de los Bosques del Rey, en un curioso opúsculo reseñado por mí en la revista Peñalara, hacia 1915, si mal no recuerdo. Probablemente, era el tesoro de algún bandolero famoso, algo así como el tesoro del Cofresí, el pirata puertorriqueño de que aquí se habla tanto y que se busca en tantas playas y costas del Caribe. Pero desconocemos del todo el nombre que dieran los  romanos a este paso que hoy llamamos el Puerto de Guadarrama y que ellos debieron usar como un accesorio invernal de la Fuenfría, a través del cual trazaron la calzada de que aún quedan tantos restos. En cambio, sabemos que los árabes, ya en plena Edad Media, llamaron al Puerto de Guadarrama Bab-el-Comaltí, o, sencillamente, Balatome, como dice el privilegio del rey Alfonso X, «El Sabio», a los moradores de las antiguas alberguerías de la Sierra.

Cuando ya la Reconquista se ha establecido entre Duero y Tajo y la tierra se ha repoblado con segovianos en sus dos vertientes, se le llama «La Tablada». Así le hayamos nombrado en el Libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita, Juan Ruiz, escritor al mediar el siglo XIV. El poeta, perdido en el bosque de la Fuenfría, sin conseguir pasar el puerto, ha reaparecido en Riofrío, donde tiene el encuentro con Gadea; y, al cabo, haya la buena senda del actual Puerto de Guadarrama, que le encamina decididamente a su tierra de Hita. La senda antigua no coincidía exactamente con la vía actual; más desviada hacia Saliente, conserva aún, no obstante, restos de antiguas construcciones itinerarias, tales como la Casa o Venta del Cornejo (esto es, del cerezo silvestre) y la Ermita de Cepones, todavía marcadas en el mapa de la provincia de Segovia hecho por Coello para ilustrar el viejo Diccionario Geográfico de don Pascual Madoz, a mediados del siglo XIX. La Casa del Cornejo da motivo al poeta para un ligero devaneo erótico, a poco repetido en el encuentro con Menga Lloriente. Sigue después la monstruosa caricatura de serrana, especie de capricho de Goya, hecho con palabras; y la serie entera de las serranillas de Juan Ruiz acaba con la más fresca e ingenua de todas: aquella que tiene a Alda, o Aldara, como protagonista, y como escenario La Tablada, casi exactamente en el lugar en que asientan hoy la estación de San Juan de Tablada del ferrocarril, entre Cercedilla y San Rafael, y el Sanatorio Lago, hacia la boca del túnel del Puerto.

Otro lapso de tiempo, todavía más largo, y ahora llega don Luis de Góngora, el príncipe de la poesía castellana, con un soneto a  la pasada del Puerto de Guadarrama por el Conde de Lemos». El soneto empieza con la ampulosidad y énfasis habitual, con una imprecación en que los conceptos riñen entre sí: «montaña inaccesible, opuesta en vano al apartado trato de la gente…». Luego, su texto nos revela dos cosas interesantes para nosotros. Una, que el paso de la Sierra ya no se llama La Tablada, sino que ha tomado el nombre del pueblo más próximo de la vertiente meridional: Guadarrama, el «frío de la arena», literalmente traducido del árabe. Otra, que el camino del Puerto se ha convertido ya, en tiempos de Felipe III, en un camino más amplio que un camino de herradura, en un camino que consiente el tránsito rodado de los coches. El Puerto de Guadarrama, en los más viejos «repertorios» de los caminos españoles, el de Pedro de Villuga y el de Alonso de Meneses, hechos hacia la época que nos referimos, figuran en el «camino de los coches de Toledo a Valladolid», las dos grandes capitales de las Castillas entonces, mientras que el «camino de los caballos», desviándose más hacia el Oeste, traspasa decididamente la Sierra por el Puerto de las Pilas (como la línea férrea de hoy, de Madrid a Ávila), tocando antes la villa de Cebreros, y el otro puerto intermedio de Arrebatacapas, ceñido, en general, al desarrollo de la carretera de Toledo a Ávila.

Vamos a ver ahora un par de episodios que nos enseñarán lo que era el paso del Puerto por esta época. Estamos en el reinado de Felipe IV. La estrella del Conde Duque de Olivares se ha eclipsado. El poderoso valido había salvado la vida, más feliz que don Álvaro de Luna o que don Rodrigo Calderón; pero retirado a Toro, se consumía de tristeza de obediencia, ¡él, la «pasión del mando»!, como le califica Marañón, exactamente.

La mujer y la nuera del Conde Duque, se dispusieron a reunirse con él, marchando en coche desde su palacio de Madrid, a través del Puerto. Era el mes de noviembre: noviembre, que si en el calendario astronómico es todavía otoño, en el meteorológico corresponde al invierno, decididamente.
La pesada carroza arranca, pues, un día de noviembre bien de mañana, de la puerta principal del palacio del Conde Duque, hoy convertido en cuartel en la calle del propio Conde Duque. Las dos damas se abrigan bien apretadas en el interior. Fuera, en el pescante, van el cochero y un lacayo; atrás, en la trasera, otros dos servidores, a la intemperie. Cruzado el río por la famosa Puente segoviana, la carroza avanza por la antigua carretera de Castilla, al otro lado del muro de la Real Casa de Campo, bajo un clima cruel que amenaza nieve. La Sierra, invisible, a la derecha, más allá del grave encinar de El Pardo, está cubierta por un enorme nimbo de azul pizarra obscuro. Nuestra Señora de las Nieves, que mora en la más alta cumbre de los Montes Himalayas, supremos vértices del Mundo, sin duda tiene puestos los ojos en esta dirección, y su mirada desciende al Guadarrama en este instante en forma de una nevada espesa y continua, que va cubriendo de capas cada hora más espesas las rocas cimeras de gneises y granitos. El campo está desierto y silente. De cada minúscula casa perdida en el enorme despoblado, asciende al cielo por la chimenea una columna de humo revelador de un hogar en torno al cual se agolpa una familia aterida. Un relevo hacia Las Rozas. Luego, la recta del camino que avanza sin vacilar hacia el gran obstáculo. El paisaje comienza a
cambiar, emergiendo el granito sobre el suelo que se quiebra en un relieve cada vez más áspero. Torrelodones, el primer pueblo de la Sierra, con la vetusta torrecilla roquera que le dio nombre, arruinada sobre un pequeño cerro. Apenas la carroza ha entrado en el dominio de la Sierra, la nieve comienza a caer sobre ella y ya blanquea del todo, dando tumbos en las revueltas de la Cuesta de Peguerinos, ¡tan bella!, mientras la muerte blanca acecha a los indefensos sirvientes que van al exterior. Pero la muerte blanca es muy dulce; adormeciendo a sus víctimas en un sueño suave, las vence sin resistencia ni protesta, sin un grito,
una lágrima o una sacudida. Cuando la carroza llega al pueblo de Guadarrama, en la base del Puerto, y se detiene tambaleándose ante la posada del lugar, el nevazo aumenta más que nunca. ¡S´abierto el ceazo!, dicen los muchachos que se acercan, curiosos, aludiendo al mayor volumen de los copos, que parece dar la 
ilusión, en efecto, de que el tamiz que los cierne ha ensanchado la urdimbre de su tela. Las señoras descienden en busca del fuego. Pero de los servidores que ocupaban la trasera, uno está muerto, conservando en actitud vertical por la rigidez cadavérica. Y su compañero, próximo a seguirle, quiere seguir durmiendo y que le dejen soñando. El viaje a Toro queda truncado por el momento. Una hora después, el tiro renovado de nuevo, la carroza se dirige al inmediato Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial; y como las dos damas ilustres de nuevo están transidas por el frío, allí sus acogedores las envuelven en sendas sábanas empapadas en vino generoso y las llevan al lecho que, según ciertos testigos, calentaron previamente los cuerpos de algunos sucios villanos para darse el gusto de afrentar, quienes dispusieron la operación, a la mujer y a la hija del poderoso don Gaspar de Guzmán, Conde Duque de Olivares, tan temido días antes.

El segundo suceso histórico a que queremos referirnos, ocurre casi cien años después, reinando Felipe V, y su agonista es el estrafalario personaje don Diego de Torres Villarroel, «Gran Piscator» español, famoso astrólogo de la Universidad de Salamanca, que tiene entre sus méritos mayores el de haber profetizado la Revolución Francesa cincuenta años antes, con sólo un año de error, en aquella famosa décima que dice: «Cuando las mil contarás con los trescientos doblados y cincuenta duplicados y los nueve dieces más, entonces tú lo verás, ¡mísera Francia! te espera tu calamidad postrera con tu Rey y tu Delfín, y tendrá entonces su fin tu mayor dicha primera». Estamos, pues, en el año 1735, cuando don Diego de Torres Villarroel decide ir desde Madrid a Ávila. Seguido de su criado, a caballo también, el gran don Diego cabalga por el viejo camino de las Castillas. La noche cayó sobre ellos en la subida del Puerto, y, sin sentirlo, saliéronse del camino, internándose en el monte por una senda engañosa que debía ser un arrastradero de pinos. Perdidos a poco en el pinar, al fin vinieron a caer, por su desgracia, al fondo de unos cepos loberos que algún honrado vecino de Guadarrama, de San Lorenzo, de El Escorial o Peguerinos, se había tomado la molestia de disponer en defensa de su ganado. Uno de los caballos quedó muerto, otro se patiquebró o poco menos, y don Diego y su criado pasaron toda la larga y fría noche otoñal en el fondo del cepo, temerosos de que el lobo cayera también a deshora sobre ellos, el lobo feroz del Guadarrama, canis lupus signatus, por las rayas obscuras que lleva sobre el hocico: canis lupus signatus, más feroz que el de Gubbio, porque a su raza nunca la evangelizó San Francisco de Asís, el Cristo de la Edad Media. Cuando, a la madrugada, el honrado vecino llegó a reconocer sus cepos, halló en ellos aquella caza extraordinaria, a la que dispensó los primeros socorros. Abandonado el caballo muerto a los buitres y llevando de la brida al lesionado, Torres Villarroel y su criado, desfallecidos, precedidos del honrado vecino, se dirigieron a la casa forestal más próxima, que debía ser la que hoy se llama «del Cura», arruinada entre Pinares Llanos y Cuelgamuros, inmediata al Pino de las Tres Cruces, donde se juntan, y de aquí las tres cruces, los términos de Guadarrama, San Lorenzo de El Escorial y Peguerinos. El guardabosques, que se llamaba «El Calabrés», probablemente por su procedencia, atendió a ambos desgraciados con cristiana caridad, satisfaciendo todas sus necesidades. Por lo que afecta a la alimentación, don Diego nos cuenta en su Vida, donde ha relatado el episodio, que apenas llegados a la casa del guardabosques, éste les ofreció sendos vasos de leche, de oveja probablemente, aunque él no lo dice, y luego, a medio día, sirvióles de comer un gran plato de nabos con abundante pan de centeno. Este pasaje nos revela el régimen alimenticio de la Sierra antes de la llegada de la patata, que todavía había de retrasarse cerca de tres cuartos de siglo. Amo y criado se reponen en tanto de sus fatigas y reanudan su camino hacia Ávila. Seguro es que han pasado por Peguerinos primero, recién fundado, y luego por Las Navas del Marqués,  donde hicieron noche; y seguro asimismo que en Peguerinos y en Las Navas del Marqués, han cruzado la palabra o la mirada, cuando menos, con hombres y mujeres de quienes yo directamente procedo por línea de padre.
La aventura de Torres Villarroel nos demuestra que el estado del camino real de Castilla, en los días de Felipe V, era bastante deficiente, pues permitía salirse del central con facilidad. Lo remedió su sucesor, Fernando VI, con la construcción de la magnífica carretera que, partiendo de la capital de la Monarquía, llega hasta La Coruña, deteniéndose ante el mar en una diagonal de cerca de ochocientos kilómetros. Fue éste, en sus días, el camino real más espléndido de Europa y del mundo entero; y en el alto del Puerto de Guadarrama, por donde trepa la vía, un león tallado en piedra berroqueña sobre un alto pedestal, y sosteniendo bajos sus poderosas zarpas delanteras los Dos Mundos, conmemora el triunfo del Rey sobre los Montes, según declara, en latín, la pomposa inscripción de la lápida que hay por debajo. Desde entonces, el Puerto ha añadido un nombre más, el de Puerto del León, a la serie de todos los que ha venido teniendo.

También Carlos III, el gran rey constructor de ciudades y caminos, añadió a la obra de su hermano un detalle de interés en esta parte de la carretera: un parador o albergue, en la vertiente septentrional del
Puerto, algo que seis o siete siglos antes se hubiera llamado, en León o en Castilla la Vieja, «Alberguería», o en Castilla la Nueva, «Los Palacios», y que entonces, en el nuevo vocabulario de las instituciones itinerarias tomó, sencillamente, el nombre de «fonda»: la «Fonda de San Rafael», patrón de los viajeros. Esta fonda, que todavía se conserva íntegra, fue el núcleo de una pequeña agrupación humana, de una aldea, formada por vecinos del Espinar, de Peguerinos, de San Lorenzo del Escorial, de Guadarrama y hasta de Cercedilla, que, con sus parejas de bueyes de labor, se dedicaron a la industria de encuarteros para favorecer la subida del Puerto a las diligencias, carros y carretas procedentes de las Castillas.
Recuerdos de bandolerismo son inevitables siempre en las proximidades de los grandes caminos y, efectivamente, aquí, dominando la aldea de la Fonda de San Rafael, tenemos uno: Peñón de Juan Plaza, en el macizo de Cueva Valiente. Tan sólo el nombre queda de este salteador a quien nos imaginamos en el alto del risco acechando las ocasiones favorables. Casi seguro es que la partida de Juan Plaza haya pernoctado muchas veces en el interior de la pequeña espelunca abierta en el granito de la montaña, mal llamada «Risco de Pruebas Valientes» en el mapa de la provincia de Segovia de Coello, pues es Cueva Valiente el suyo propio, que alude a esta alta oquedad de la roca, desde cuyo interior, abierto al N. O., se adivina la villa del Espinar envuelta en la cálida y olorosa atmósfera de resina de pino que desprenden sus hogares.
Llegamos ahora al reinado de Carlos IV, en la linde de los siglos xviii y xix. «1793», la fecha trágica de la Revolución Francesa, aparece, tallada a cincel, en el dintel de una casa en el último gran empujón de la subida del Puerto, por su vertiente meridional, pasada la estación de ferrocarril de San Juan de Tablada. La casita, hoy destinada a los peones camineros, fue, en sus buenos tiempos, un refugio de cazadores, un albergue cinegético cuando el monarca paseaba sus aficiones de Nemrod por los bosques reales de Cuelgamuros, de Riofrío y de Valsaín, y conserva una magnífica cocina de hogar central en torno de la cual, en los cuatro lados de los muros, corren altas tarimas de madera de pino, en plano ligeramente inclinado y con una ligera moldura de reborde a los pies, para servir de lecho a los monteros. La cocina de la casa cinegética del Puerto de Guadarrama es, sin duda, la más hermosa y original de todo el territorio del Real de Manzanares, superando a la de la antigua Posada de la Cereda, en el Collado del mismo nombre, entre el Escorial y Las Navas del Marqués, por donde iba el camino viejo «de cureñas», construido, igual que la posada, para la fábrica del Real Monasterio  de San Lorenzo. Asomándonos a ella, nos imaginamos escenas de bienestar y buen humor ante las llamas y la olorosa carne de las reses de monte, mientras afuera reina un clima glacial en la negra noche que tiende su paisaje de estrellas resplandecientes sobre los altos picos nevados.
Quince años después de la fecha inscrita en el dintel de la mansión de cazadores, el que vemos ascender trabajosamente  por la vertiente sur del Puerto, es el personaje histórico de mayor fama bélica que le ha pisado.
El 24 de diciembre de 1808, Napoleón, a pie, del brazo del general Savary, cruzaba el Puerto de Guadarrama en una retirada hacia el Norte, desde Chamartín, que le costó grandes pérdidas de personal y material, pues el clima, aliado esta vez con la raza, supo defender al país con todos los rigores de un crudo temporal de nieves. La Nochebuena de aquel año, bien mala por cierto, la pasó el Emperador en la Posada de Villacastín, muy dentro ya de la provincia de Segovia. Probablemente, entre el Estado Mayor de Bonaparte marchaba el general Bory de Saint Vincent, autor de la primera guía moderna del viajero en España, presagio del Bédeker, aunque sólo desde el punto de vista fisiográfico, y creador, así mismo, de la nomenclatura de las cordilleras españolas que todavía aprende la niñez de hoy, cuando menos la rural y hasta la provinciana.
Él, el general Bory de Saint Vincent, que nació en Agen, en la Guiena, fue quien lanzó a la circulación el nombre de «Cárpeto-Vetónica» para la Cordillera Central divisoria de las Castillas y, por tanto, de las cuencas hidrográficas del Duero y del Tajo, obteniendo pleno éxito en su iniciativa. Sin duda aquel día 24 de diciembre de 1808, el general Bory de Saint Vincent paseó su mirada llena de inteligente curiosidad, por el medroso paisaje, cubriendo de notas de observación personal algún pequeño cuaderno.
Imposible sería relacionar la sucesión de los ilustres viajeros que cruzaron la montaña, como sería imposible contar el paso de los ganados de La Mesta, las ovejas sobre todo, que dos veces al año, desde tiempo inmemorial, envueltos los rebaños en su peculiar atmósfera de polvo, como el del episodio de El Quijote, van y vienen por las dos vías pecuarias que atraviesan el Puerto: la principal, por el mismo Puerto, y la accesoria que, desviándose de ésta en la Cañada de Gudillos, prosigue después por Pinares Llanos, y pasa a la Cordillera por el Puerto de San Juan de Malagón, entre Peguerinos y El Escorial, volviendo a reunirse con la cañada maestra más allá del Puente del Tercio, en las proximidades de Galapagar.
Pero aunque los viajeros ilustres sean imposibles de contar, como las estrellas, las arenas, o las flores, ¿cómo olvidar a Teófilo Gautier, el «divino Teo», que fecha en el Puerto mismo no menos de tres de sus composiciones de la serie Espagne de sus Esmaltes y Camafeos? Estas tres piezas son dos: Los ojos azules de la montaña, inspirada por la Laguna de Peñalara, y que tradujo al castellano nuestro querido amigo, el malogrado Enrique de la Vega; La florecita rosa, que alude al Crocus carpetanus, el falso azafrán, el «quita meriendas», la flor típica del Guadarrama; y sobre todo, la que expresamejor la sensación y el paisaje del Puerto, con la perspectiva lejana, a la vez, de Madrid y de El Escorial, comenzando así: «De haut de la montagne, prés de Guadarrama, on découvre l´Espagne conmme un panorama…».                                                                                                                                                       Nuestra pequeña historia va a cerrarse con el episodio de las líneas férreas, en los comienzos de la segunda mitad del reinado de Isabel II. Se está planeando la línea férrea del Norte y las dos provincias de Ávila y Segovia se la disputan, con largos y prolijos razonamientos topográficos, económicos, históricos. Por fin, Ávila vence, esgrimiendo el argumento de la excesiva altitud del Puerto de Guadarrama, más de 1,500 metros sobre el mar, frente a la del Puerto de Las Pilas del trazado de Ávila, que pasa ligeramente sólo de 1,300. En el alegato de la diputación de Ávila se insiste, sobre todo, aprovechándole con mucha habilidad,
en el suceso del paso del Puerto de Guadarrama por Napoleón el 24 de diciembre de 1808. El Emperador, que ha pasado fácilmente los Alpes, unas veces a caballo, otras en mulo, según lo representan los cuadros del Barón Gros y de Belarroche, en cambio, el Guadarrama ha tenido que pasarle a pie, del brazo de sus ayudantes. Luego, cuando, ya tendida la línea de Segovia veinte o veinticinco años después, pudieron hacerse comparaciones, pudo comprobarse que en los grandes temporales de nieve, la circulación ferroviaria se suspende antes en la línea de Ávila que en la de Segovia, como que en esta última el paso del Puerto se efectúa bajo un largo túnel y a una altitud menor que la de Ávila,  por el túnel de Las Pilas, que es, en toda Europa, con la sola excepción del Brenner entre Italia y Austria, el paso más alto de los ferrocarriles de tracción general. Las líneas férreas, primero, el automóvil, después, acaban con el aislamiento y la originalidad de la Sierra, conservados hasta entonces a diez o doce leguas de Madrid, prodigiosamente.
Todavía la víspera del día que la poderosa respiración de la primera locomotora despertó los ecos del Cerro de Los Abantos, o de las dos Machotas, en el circo de El Escorial, si el buen Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, hubiera resucitado y, sintiendo sus ansias vagabundas, se hubiera lanzado de nuevo a repetir sus itinerarios de los puertos, seguramente lo hubiera hallado todo, o casi todo, tal como él lo dejó, desde el punto de vista de la geografía humana. La Cartuja de Santa María del Paular, en Valdelozoya, y el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, sin duda le causarían gran admiración. Pero su mayor extrañeza hubiera sido (repercusiones del Nuevo Mundo, inimaginables para él) la patata y el tabaco: los huertos de las vegas de ríos y arroyos con aquel cultivo exótico, vencedor de los nabos de antaño, y el cigarro humeante en los labios de los hombres, casi sin caerse de ellos jamás, procurándoles un placer que él y su antecesor Gonzalo de Berceo, sólo habían reconocido al bon vino.

La Nación, 9 y 15 de diciembre de 1944. República Dominicana

"Los Bernaldo de Quirós". Constancio Bernaldo de Quirós.


              "Quirós es un río, afluente del Navia, en Asturias (actual provincia de Oviedo), que corre hacia el mar Cantábrico por un pequeño valle dominado por el macizo calcáreo de El Avaneo (1,714 metros de altitud sobre el nivel del mar), y en el cual desde los primeros tiempos de la Reconquista, en el siglo ix ó x, a lo sumo, aparecen los caseríos diseminados que forman el Consejo del mismo nombre («Quirós»), dependiente de La Pola de Lena, que es la cabeza del partido judicial a que corresponde, en la actual organización dministrativa. La capitalidad de las numerosas entidades de población que compone el Consejo de Quirós es, hoy por hoy, la que lleva el nombre de Barzona o Barcena; y ésta es la patria original, la más remota patria nuestra, de la que sin duda, todos llevamos todavía huellas en nuestra alma. Allí vivió, mil años hace, un tal Bernardo o Bernaldo, según la fonética bable, es decir, asturiana, que, a juzgar por su nombre germánico, debió ser un godo de los que se refugiaron más allá del Puerto de Pajares, cuando la invasión árabe, comenzando casi sin demora la Reconquista. «Bernardo» significa «corazón de oso», lo que iba muy bien entonces para aquel país asturiano en que todavía se conserva el Ursus Arctus de la fauna originaria. 1 N/C. Manuscrito dejado a su hija María Isidra (Lily) de Cassá, antes de su partida hacia México en 1947. Por aquel entonces, el pueblo entero se hallaba bajo la jurisdicción del Obispo de Oviedo, quien le conservó en tal concepto hasta que se le dio en encomienda a un descendiente del Bernaldo, cabeza del linaje, llamado en las crónicas viejas Gutiérrez Bernaldo de Quirós. La fecha de este suceso es la de 1314, reinando Alfonso XI, aún en menor edad y bajo la tutela de su abuela, la benemérita doña María de Molina. Mas entre tanto, entre el primer Bernaldo y el Gutiérrez de los días de Alfonso XI, ya la familia se había ilustrado en la empresa de la Reconquista, siendo indudable que alguno de susmiembros más destacados asistieran con cierta eficacia a la Toma de Baeza, en Tierra de Jaén, el año de l227, acompañando al rey Fernando III, «El Santo», pues a este famoso hecho de armas se sabe positivamente que aluden las dos grandes llaves que figuran, como lema principal, en el escudo de la Casa, ceñido por el cordón de San Francisco, alusivo a una de sus fundaciones piadosas en Oviedo. El apogeo del linaje le marca, no obstante, el propio don Gutiérrez Bernaldo de Quirós, llamado por los historiadores de la época «Rey Chico de Asturias» y condecorado con la Orden de la Panda por el rey Alfonso XI, creador de ella, la más ilustre entonces de Castilla. De la ambición megalómana del linaje dan idea los motes o lemas de las familias derivadas de él, y entre los cuales las más ilustres fueron las de Lena, Figaredo y Langreo, todas en Asturias.


El Palacio de Camposagrado fue la casa solariega de los Bernaldo de Quirós, Marqueses de Camposagrado. Su origen está en una torre de defensa edificada hacia el siglo XIII, una de las primeras construcciones de las que se tiene memoria en Mieres y que estaba situada en el extremo de un puente que servía a una calzada de probable origen romano, en cuyas proximidades había una iglesia dedicada a Santa Marina

 Uno de esos motes, el más repetido, dice: «Después de Dios, la casa de Quirós». Y otro, todavía más exaltado, añade: «Antes que Dios fuera Dios y los peñascos, peñascos, los Quirós eran Quirós y los Velascos, Velascos». Pero nosotros procedemos, no de esas ramas primogénitas en la antigua organización familiar de los mayorazgos castellanos, sino de alguna de las ramas segundonas de los mismos que debieron emigrar del país desde principios del siglo xv, buscando en otras tierras, allende de pajares, la fortuna. Yo no he podido seguir el éxodo de esas líneas segundonas a través de las provincias de León y Valladolid, hasta Castilla. Pero  sí las he hallado establecidas, desde el siglo xvi, en las provincias de Segovia, Ávila y Madrid, a los dos lados de la gran Cordillera Central que divide las cuencas de Duero y Tajo, y, consiguientemente, Castilla La Vieja y Castilla La Nueva.

Los Quirós de Segovia y Ávila son más antiguos que los de Madrid y han de tener un origen común en los comienzos del siglo XVII. Nosotros somos de los de Ávila; y de los de Segovia, los tres hermanos Bernaldo de Quirós (Cesáreo, pintor; Carlos, jurista; y Felipe, fallecido, médico) que representan dignamente el apellido hoy en Buenos Aires. Éstos descienden de don Cesáreo Bernaldo de Quirós y doña Dorotea de las Heras, casados en la parroquia de El Salvador, de Segovia, el 8 de noviembre de 1806; y nosotros, de don Luis Leandro Bernaldo de Quirós y doña María de la Cruz Matrana, nacidos en Las Navas del Marqués (Ávila) y casados allí hacia el mismo tiempo, acaso algo antes. A los Quirós de la provincia de Ávila, que son los nuestros, deben agregarse los de Robledo de Chavela, aunque ese pueblo corresponda a la provincia de Madrid, ya que Robledo de Chavela y Las Navas del Marqués, que, en realidad, es el solar nuestro, son pueblos limítrofes. En la plaza de Robledo de Chavela hay una hermosa casa de piedra, sencilla y fuerte, del estilo herreriano de El Escorial, fundada a fines del siglo xvi o principios del xvii, que lleva sobre el dintel del portal su gran piedra de armas con los atributos de los Quirós, frente a la gran iglesia gótica donde se conserva el retablo de uno de los «primitivos» castellanos, Rincón, con el retrato de los Reyes Católicos.

Si en Las Navas del Marqués, que es el solar nuestro, como he dicho antes, no existe ninguna casa con el blasón de los Bernaldo de Quirós, ello se debe al privilegio abusivo de los Dávilas, marqueses de Las Navas, de que no pudiere alcanzar escudo alguno simplemente hidalgo, donde campease el suyo, labrado en la portada del gran castillo aún en pie allí, llevando en el  dintel principal la leyenda Magalia Guondam, que no deja de ser soberbia, expresando una rápida carrera ascendente, pues significa «majada de pastores antes», lo que después fuera castillo de señores. Pero la antigüedad de los Dávila es poca frente a la  de los Bernaldo de Quirós, uno de los más viejos linajes del primitivo Reino de Asturias, antecesor de los de León y de Castilla. El Marqués de Las Navas, constructor del castillo, fue uno de los personajes favorecidos en la Corte de Carlos I de España y V de Alemania, el emperador o césar de la época. Los Quirós de la provincia de Madrid, distintos de los de Segovia y Ávila, se localizan al extremo opuesto de Robledo de Chavela, en los partidos judiciales de Torrelaguna y Alcalá de Henares, esto es, hacia el Este, lindando con la provincia de Guadalajara. En la iglesia del Convento de la Concepción de Torrelaguna, patria del cardenal Jiménez de Cisneros, hay un enterramiento con sendas estatuas orantes de don Fernando Bernaldo de Quirós y de su esposa doña Guiomar. En la parroquia de Salamanca se lee todavía también nuestro apellido sobre landas sepulcrales de pizarra que destacan en negro azulado en el pavimento.

 En su nuevo medio geográfico y social, esto es, fuero de Asturias, en las dos vertientes de la Cordillera Central, los Bernaldo de Quirós han sido, sobre todo, labradores y ganaderos de ovejas y de vacas especialmente, y hasta de toros bravos, como mi primo Agapito, de Guadarrama Cesmeros, esto es, representantes de los pueblos de la antiquísima comunidad de la tierra de Segovia y no menos antiguo morío de la universidad de la tierra de Ávila, han defendido la riqueza forestal del país, aprovechándola debidamente. Muchos se dedicaron a extraer de los montes la madera, transportándola en sus carros a Madrid, a Ávila, a Segovia. Otros fueron carpinteros, guardabosques, pastores. Sólo faltan en el linaje los cazadores profesionales, como José Luis Bernaldo de Quirós, de Robledo de Chavela, hábil tirador y alimañero, colector de mamíferos y aves para el Museo Nacional de Historia Natural, de Madrid, que le tenía a sueldo. Pero ha habido también en los Bernaldo de Quirós de Ávila y de Segovia, por lo menos una decidida orientación profesional hacia las ocupaciones de pluma, expresada en algunos linajes,
durante siglos enteros, a ocupar las secretarías municipales y judiciales de los pueblos vecinos, extendiéndose de esta suerte por territorios relativamente amplios. Así lo hizo, al comenzar el siglo xix, don Pedro Tomás, nacido en Las Navas del Marqués hacia 1788 ó 1790, a quien la invasión napoleónica alcanzó siendo secretario del Ayuntamiento de Hoyo de Pinares (Ávila) y que tuvo la curiosidad de escribir el diario de aquellos años de lucha, sobre todo el del terrible 1817, el año del hambre, en que la hogaza de pan llegó a pagarse a más de una onza de oro (16 duros) en cualquiera de los pueblos del distrito de Pinares, de que es capital Cebreros, de donde nosotros procedemos por la línea materna. El manuscrito de ese diario le conservaba, en el propio Hoyo de Pinares, don Luis Alonso y Bernaldo de Quirós, biznieto del autor y tío mío por ambas líneas, habiéndome servido para el estudio La Guerra de la Independencia en un rincón de la sierra de Ávila, que publicó la revista madrileña La Lectura hacia 1919 y que luego se reprodujo en el Anuario del Club Alpino Español de 1922 y poco después en la revista Peñalara. Lo mismo que don Pedro Tomás hizo su sobrino, mi bisabuelo, don Luis Leandro, natural así mismo de Las Navas del Marqués, ocupando la Secretaría del Ayuntamiento de Peguerinos, pueblo inmediato donde edificó su casa en 1836 y donde acabó su vida, dejando como sucesor en aquel puesto y en la Secretaría del Juzgado Municipal a su hijo Sinforoso, mi abuelo. La referida casa estaba en la parte baja, calle De La Posada, mirando a pleno mediodía, como casi todas las de aquel pueblo polar, a más de 1,300 metros de elevación, entre las sierras de Guadarrama y de Malagón, ésta al Norte y al Sur aquella. La casa debe conservarse aún; y en 1926 el Ayuntamiento de Peguerinos hizo colocar en su fachada una lápida haciendo constar que yo me había criado en ella.  Timoteo, hijo de Sinforoso y hermano de mi padre, Juan Bernaldo de Quirós, le sucedió hasta 1923, en que, a su vez, murió. Nicasio, hermano de Sinforoso, fue así mismo Secretario del Ayuntamiento de Zarzalejo (provincia de Madrid), no lejos de Peguerinos. Isidoro Bernaldo de Quirós, primo de Sinforoso y de Nicasio, desempeñó hasta el fin de su vida la Secretaría del Ayuntamiento de Santa María de la Alameda (provincia de Madrid), que linda con Peguerinos y Las Navas del Marqués. Mi padre, Juan, hijo de Sinforoso, y su primo Fermín, hijo de Nicasio, fueron secretarios judiciales. Y yo mismo también, más de una vez, fui secretario: ya de la Comisión Interina de Corporaciones Agrícolas (entre 1928 y 1930), ya en 1931-1932 de la Comisión Técnica Agraria que preparó la Ley de Reforma Agraria de la Segunda República; sin contar otras secretarías accidentales que también he desempeñado.  La sistematización en esos servicios llega hasta mi hijo Juan, y aún a mi otro hijo Constancio, aunque en menor grado, habiendo durado, por más de un siglo, sin solución de continuidad, en nuestra línea. Fuera de las dos Castillas, pero sin salir todavía de España, he encontrado Bernaldo de Quirós en Córdoba y Puente Genil, que pertenece a la provincia misma de Córdoba (Andalucía), en Liria (Valencia) y en Barcelona (Cataluña).

C. B. de Q.
Ciudad Trujillo, 29 junio 1947


Don Constancio Bernaldo de Quirós fue sociólogo y jurisconsulto, nació en el barrio de Lavapiés, en Madrid, España,  el 12 de diciembre del año 1873.    Murió en México a los 85 años de edad, el 11 de agosto de 1959.
Cursó  estudios de derecho en la Universidad Central de España, donde se graduó antes de cumplir los 20 años de edad.  Adquirió su formación social en la “Institución Libre de Enseñanza”,  donde fue discípulo preferido de su fundador, don Francisco Giner de los Ríos.
Desde muy joven se distinguió como penalista y criminólogo, áreas éstas en las que se especializó y en las que gozaba de respeto.  Fue colaborador y fundador del Instituto de Reformas Sociales, y al desaparecer dicha institución, paso a la Subdirección General de Política Agraria del Ministerio de Salud y Previsión Social,  en el período 1931-1936, donde devino en el principal redactor de la profusa “Legislación Agrícola y del Trabajo” de esa época.  Trabajó además en la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas y fue Vicepresidente de honor del V Congreso Internacional para la Unificación del Derecho Penal, reunido en Madrid, en 1933.  Fue profesor de criminología en el Instituto de Estudios Penales e impartió cátedra sobre diversas disciplinas socio-jurídicas en el Instituto para la Enseñanza de la Mujer y  en la Escuela Social del Ministerio de Trabajo y Previsión Social.  También se destacó dando clases al cuerpo de orden y control de la Cárcel Modelo de Carabanchel, de Madrid.

Además de su labor como jurisconsulto y sociólogo,  fue  fundador de la Sociedad de Alpinismo Peñalara, desde la cual  promovió el amor por las montañas  a través de la revista de igual nombre, la cual fundó y dirigió durante muchos años.  Por su destacada labor en este campo, fue electo socio honorario del Club Alpino Español.
A pesar de la amistad que lo unió con Pablo Iglesias, fundador del Partido Socialista Obrero Español, con los grandes hombres del republicanismo y con miembros de otros partidos, no tuvo militancia política alguna.

Salió de España, al terminar la Guerra Civil,  sin un solo libro o documento y tan pobre, que al entrar en Francia fue internado en un asilo de locos, en la ciudad de Fumel, Departamento de Lot-et-Garonne, junto a su esposa, dos hijas (María y Julia) y dos nietos (Luis y Carmen), permaneciendo allí hasta agosto de 1939.



Llegó al país en calidad de asilado anónimo, en el ultimo viaje del barco “La Salle”, el cual fue hundido por submarinos alemanes durante su travesía de regreso a Europa.   A su arribo, fue alojado junto a su familia, en la Granja Agrícola “Trujillo”, en San Francisco de Macorís.  Más tarde fueron trasladados por la gente influyente del pueblo, junto a otras familias refugiadas, a los altos de la Gobernación de San Francisco.  Allí permanecieron varios meses, viviendo de la ayuda que les brindaba el Servicio de Migración de Republicanos Españoles (SERE) y de las dádivas de muchos francomacorisanos  de diferentes estratos sociales.



Fue precisamente allí donde el Dr. Narciso Conde Pausas,  Abogado residente en  dicha ciudad, se enteró de los antecedentes académicos de don Constancio e inició las gestiones para su nombramiento como catedrático de la Universidad de Santo Domingo, institución en donde impartió las cátedras de criminología y legislación penal comparada, y en donde  conquistó el aprecio y la admiración de cuantos le trataron.



Debido a  su  inconformidad con  el régimen imperante entonces en el país, el 27 de julio de 1947 se trasladó con su esposa a la ciudad de México, en donde se desempeñó como catedrático de criminología y derecho penitenciario, en la Universidad Nacional Autónoma de México.  Sus conocimientos sobre policiología  lo llevaron a la Procuraduría del Distrito Federal de México, institución donde dirigía la Escuela de Capacitación del  Personal.



Desde su llegada a América el 23 de febrero de 1940 hasta su muerte, no dejó de trabajar ni un solo día en la enseñanza, en condiciones a veces muy difíciles de salud.  Pronunció innumerables conferencias en ciudades y pueblos de la República Dominicana, Cuba y México.  Colaboró en diversas revistas editadas en diferentes países del continente; asesoró varios proyectos de codificación penal y es autor de la legislación que rige el derecho penal en la República de Honduras.   Algunas de sus obras son textos oficiales en diversas universidades latinoamericanas.