lunes, 18 de julio de 2011

La Lección. Por Ramón José SENDER. El capitán Hurtado era el único oficial profesional que teníamos en Peguerinos en 1936...



LA LECCIÓN
Por Ramón José SENDER
El capitán Hurtado era el único oficial profesional que teníamos en Peguerinos en 1936. No acababa de salir de su asombro ante las milicias. Veía que las virtudes civiles daban un excelente resultado en el campo de batalla, y eso debía de contradecir los principios de su ciencia militar. Tenía un gran respeto por la combatividad y el valor de los milicianos, pero no comprendía políticamente la democracia, y a los que querían hablarle de las libertades populares les contestaba con un gesto impaciente:
-Para cuatro días que uno va a vivir dejadme en paz con vuestras tonterías.
Los milicianos se reían y movían lentamente la cabeza. Pero la disposición de Hurtado para el trabajo de guerra al lado de unos hombres cuya ideología no comprendía les era simpática a todos.
-Con vosotros –solía decir Hurtado a los milicianos- se puede ir a todas partes.
Eso les halagaba.
Aquel día Hurtado llamó a cinco hombres elegidos entre los más decididos. Cuatro muchachos y un viejo. Éste era tipógrafo. Entre los otros había un ingeniero industrial, un metalúrgico y dos albañiles. El tipógrafo protestaba siempre porque no tenía tiempo para nada. Desde hacía tres días trataba en vano de leer un discurso del líder sindical de su organización, que había sido publicado en folleto y que llevaba consigo todo sucio y arrugado.
Cuando acudieron a la pequeña casa de madera que había a la salida del pueblo, el capitán no había llegado aún y le esperaron más de media hora. El tipógrafo sacó de la cartuchera el folleto y se puso a leer. Por fin apareció el capitán, acompañado de un sargento telegrafista que solía manejar un heliógrafo. Ese sargento, aunque mostraba un gran entusiasmo por las ideologías políticas de los milicianos con quienes hablaba en cada caso, no tenía la simpatía de nadie. Veían en él algo servil que a nadie convencía. Era corriente oír hablar de él con reservas.
Antes de sentarse hizo un largo aparte con el sargento. Cuando éste se fue dijo a los milicianos que les había llamado para exponerles un plan de penetración y acción en el campo enemigo. Era muy arriesgado y reclamaba la mayor atención. La derrota sufrida el día anterior por el enemigo había forzado a Mola a organizar su campo seriamente para la resistencia. El enemigo estaba muy bien fortificado, había establecido una línea regular y contaba con abundantes refuerzos. Debían de tener patrullas de reconocimiento, con los restos de la caballería mora que lograron salvarse el día anterior. Los milicianos escuchaban impacientes. Hubieran querido asimilar en un instante los conocimientos de aquel hombre. Pero cada cual pensaba que, si Hurtado sabía siempre las condiciones en que se encontraba el enemigo y en un combate conocía el momento y el lugar del contraataque, eso se debía a sus seis años de academia. Ese nombre –Academia- tenía una fuerza y un prestigio abrumador.
-No es necesario el fusil para estos servicios –explicaba Hurtado-. Son mejores las bombas de mano. Tres de vosotros llevaréis también un pico. Los otros dos, una pala. Cada uno, un rollo de cuerda de cinco o seis metros.
Después de una pausa en la que el capitán pareció muy preocupado por las hebillas de su alta bota de cuero, aunque se veía que pensaba en otra cosa, continuó:
-La penetración en el campo enemigo tiene por objeto producir la sorpresa y la desorientación. Para eso hay que saber evitar los puestos de observación, y esto se consigue estudiando bien el itinerario y escogiendo también la hora en relación con la posición del sol o de la luna. El itinerario, flanqueando el viejo camino de resineros...
De nuevo se interrumpió para vigilar la hebilla que no quería dejarse atar. Cuando parecía dispuesto a reanudar la lección, llegó de nuevo el sargento telegrafista. El capitán se levantó y salió fuera. Parecía muy distraído. El tipógrafo sacó su folleto y se puso a leer. El joven ingeniero industrial pensó que no estaba bien salir a hablar aparte con el telegrafista, pero quizá los profesionales daban un gran valor al secreto militar, y eso no podía parecerle mal.
Hurtado volvió a entrar y dijo que tenía que salir para un servicio urgente. La lección la daría al atardecer y la penetración de la patrulla sería antes del alba, al día siguiente. Había tiempo. Todavía se detuvo para advertir que si antes de la media noche no se habían podido reunir de nuevo, los milicianos debían ir a buscarle al Estado mayor o donde estuviera. El tipógrafo guardó su folleto en la cartuchera y contempló extrañado al capitán.
“Es raro –pensó-. Parece un hombre diferente. Se mueve, se sienta, se levanta, habla como si le dolieran la cabeza o las muelas.”
La patrulla iba y venía por el campamento esperando la hora de la reunión. Los cinco milicianos habían quedado libres de servicio aquel día y el tipógrafo seguía leyendo el folleto, algunos de cuyos párrafos había subrayado cuidadosamente con lápiz. Después del bombardeo de la aviación enemiga, hacia las cuatro de la tarde hubo bastante calma. El silencio del frente era horadado a veces por el fuego mecánico de las ametralladoras. A veces, también, cantaba un gallo en un corral próximo, lo que según el joven ingeniero era una provocación intolerable a su estómago.
Hurtado salió al atardecer, con el sargento, hacia las avanzadas. El cabo de intendencia lo vio ir y venir indeciso. Llegó a los primeros puestos del ala derecha y advirtió a los centinelas que tuvieran cuidado al disparar porque iba a reconocer el “terreno de nadie”. Los centinelas lo vieron salir asombrados. “Con hombres tan valientes y tan inteligentes –se dijeron también- se puede ir a todas partes.” Hurtado y el telegrafista avanzaron con grandes precauciones en dirección a una casita abandonada, de cuyas ruinas salía humo. Luego los centinelas los perdieron de vista, pero en los relevos se transmitían la consigna: “Cuidado al disparar, que el capitán Hurtado anda por ahí.” Era ya medianoche y no había vuelto aún.
A la una de la madrugada el tipógrafo reunió a los demás compañeros y les recordó que el capitán les había dicho que después de medianoche debían buscarlo donde estuviera. Antes del amanecer había que realizar el servicio, y para eso necesitaban conocer las instrucciones completas. Ya de acuerdo, se enteraron por el cabo de intendencia y el sargento de la segunda compañía del batallón Fernando de Rosa del camino tomado por el capitán. Con el fusil en bandolera, la bayoneta colgada al costado y media docena de bombas de mano, llegaron los cinco a las avanzadas. Los centinelas les indicaron el lugar por donde Hurtado había desaparecido. La patrulla buscaba entre las sombras, que a veces esclarecía una luna tímida. Con la obsesión de un servicio que había que hacer “antes de la madrugada”, recordaban sus palabras: “Si a las doce no nos hemos reunido, buscadme.” Y los cinco siguieron avanzando cautelosamente en la noche.
Antes de llegar a la casita en ruinas sintieron a su izquiera una ametralladora. En la noche, los disparos eran estrellas rojas de una simetría perfecta. Se arrojaron al suelo y siguieron avanzando. Volvieron a detenerse poco después porque oyeron voces humanas. No comprendían las palabras, pero reconocían el acento atiplado de los moros. El tipógrafo y otros dos avanzaron y los demás quedaron esperando con los fusiles preparados. Pocos minutos después vieron un grupo de caballos sin jinetes atados entre sí. Como las voces se habían alejado y durante más de media hora no vieron a nadie, siguieron avanzando.
-Cuando encontremos a Hurtado –decía el tipógrafo-, va a ser muy tarde.
Otro miliciano afirmaba y añadía que, por si ese retraso no bastaba, todavía sería preciso volver al campamento a equiparse como el capitán había dicho. La última palabra que le habían oído, con la cual quedaba inconclusa una frase de un valor inapreciable era: “el itinerario junto al camino viejo de resineros...”. Había que conocer esa frase entera; había que escuchar sus instrucciones antes de penetrar en el campo enemigo si querían hacer un buen trabajo.
-Entrar en el campo enemigo –se decían- no es tarea para el primer miliciano que llega.
En el fondo de un hoyo de obús encontraron al telegrafista. Se quejaba débilmente y parecía haber perdido el conocimiento. Estaba herido en la cabeza y en el pecho. Tenía también una mano ensangrentada. Pero a veces indicaba con esa misma mano una dirección y reía vagamente. Quizás no se reía, pero la boca ancha y hundida bajo las narices daba esa impresión. En la mano izquierda le faltaba el dedo anular. Los que habían dudado del telegrafista se sentían ahora avergonzados. Con la mano ensangrentada seguía señalando el camino de Hurtado en las sombras. Pero no conseguía hablar. Como se negaba a ser evacuado le dieron agua y lo dejaron allí. Siguieron adelante. El tipógrafo dijo que los moros habían cortado el dedo anular al telegrafista para robarle la alianza de oro. Antes de terminar estas palabras llegaron dos obuses del 7,5. Un balín hirió al ingenieron en el brazo. Se oyó una blasfemia y el herido quedó rezagado buscando algo con que atarse el brazo por encima de la herida.
Pero seguían avanzando. Rebasaron dos nidos de ametralladoras, perdieron algún tiempo tratando de reconocer en la obscuridad –la luna se había ocultado de nuevo- por el tacto las facciones de un muerto. Llevaba bigote y, por lo tanto, no podía ser Hurtado. Y siguieron.
Por fin, momentos antes del amanecer, estuvieron ante Hurtado. Pero aquél era otro campamento. Quizá correspondiera al sector de Las Navas. Hurtado abrió unos ojos enormes, de asombro. Su extrañeza era como una serie de preguntas tan claras que no hacía falta formularlas.
-Dijo usted que le buscáramos –explicaban los milicianos.
Hurtado, con la voz temblorosa, mirando los fusiles, preguntaba:
-¿Yo? ¿Para qué?
Estaba tan desconcertado que no acertaba a llevarse el cigarrillo a los labios.
-Para que nos diga cómo hay que penetrar en el campo rebelde.
Hurtado había perdido la mirada juvenil y franca que tenía en Peguerinos. Los milicianos creían que estaba disgustado porque no llevaban las bombas ni los rollos de cuerda. El tipógrafo advirtió:
-Luego iremos a dejar los fusiles y a equiparnos como usted nos dijo, pero quisiéramos que terminara de darnos sus instrucciones para entrar en el campo enemigo.
Fuera comenzaba a amanecer. A la luz del día era ya visible la bandera traidora de Franco. El capitán desapareció y los milicianos quedaron recordando las palabras con las que había interrumpido su lección: “la penetración en el campo enemigo, junto al camino viejo de resineros...”. No era tan fácil entrar en el campo enemigo. Sólo un oficial con seis años de academia militar podía pretender organizar un servicio tan difícil. Se sentaron todos en semicírculo. El ingeniero apretó un poco más la venda del brazo, sirviéndose de los dientes y de la mano libre. Habían dejado una silla en el centro, para Hurtado.
Éste volvió, pero venían con él dos oficiales acompañados de más de quince soldados, quienes desarmaron a los milicianos y los condujeron a una zanja. Dijeron al joven ingeniero:
-Salta ahí dentro y así nos evitas tener que arrastrar luego tu cuerpo.
Dispararon sobre él y allí quedó, encogido, en el fondo. Ordenaron al tipógrafo que cogiera una paletada de cal de un pequeño montón que había al lado y la echara al muerto. El tipógrafo contestó en silencio mostrando sus manos atadas. Lo desataron. Cogió la pala y miró a su alrededor. Hurtado no estaba. Volvió a dejarla caer, salvó de un brinco una pequeña cerca de piedra y corrió, corrió, corrió. A sus espaldas oyó varias descargas de fusil. Las pistolas sonaban también como botellitas a las que se les quita de pronto un corcho muy ajustado. Sintió en las piernas los golpes de unas ramas de arbusto que no existían y en la boca un líquido caliente y salado.
Pudo llegar a Peguerinos. Allí estaba yo. Me contó todo esto mientras el médico se preparaba para hacerle una transfusión de sangre. Después sacó su folleto sindical del bolsillo y se puso a leerlo.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

El moro fugado' de Miguel Hernández:

Mañana de Peguerinos,
con El Escorial al fondo,
ladra la ametralladora,
suben lo mismo que troncos,
entre los troncos, los hombres,
son españoles y moros...
Bustamet Ali Mohamed,
barba blanca, negros ojos,
arrastrándose en la hierba,
dice alzándose de pronto
ante los fusiles solo.
¡Camaradas no tirar,
no tirar, que yo soy rojo!”

Anónimo dijo...

"Cuando el 5 de agosto llegué a Madrid para ponerme a la disposición del
Partido Socialista español, oí por todas partes elogios de Femando. En el frente,
con él en la Sierra, tuve la alegría de comprobar hasta qué punto era estimado.
Durante el duro combate de Peguerinos, el 11 de septiembre, me di
cuenta de sus dotes de intuición militar.
Desgraciadamente, pocos días después, el 16 de septiembre, me tocó, junto
con algunos camaradas italianos, recibir su cuerpo en el Hogar de la Juventud
de Madrid. En la mañana, una bala le había dado en la frente, cuando a la cabeza
de una compañía, volvía a tomar la posición de Cabeza Lijar, perdida
durante la noche.
Cuando pienso en esa noche, cuando vuelvo a ver los lugares donde cayó
Fernando, cuando evoco de nuevo sus solemnes funerales en Madrid, siento
espanto ante la crueldad del destino. Más tarde, cada vez que he encontrado a
sus camaradas en diversos frentes, siempre me he preguntado: "¿A dónde
hubiese llegado Fernando?" Y tengo la certidumbre de que, como Modesto,
Lister o Mera, sería hoy uno de los jefes del ejército popular español.
Pero no pudo ser así. Fernando duerme su último sueño en el cementerio
de Madrid, al lado de otros muchos heroicos combatientes, no lejos del mausoleo
de Pablo Iglesias, el abuelo del socialismo español. " Pietro Nenni 16 de Septiembre 1937, Aniversario de la muerte de Fernando de Rosa

Anónimo dijo...

Peguerinos y Robledo de Chavela en guerra, 1.933 - 1.944.

http://www.gefrema.org/foro/viewtopic.php?f=15&t=4045#p17453

Anónimo dijo...

Cerro Valiente

http://www.castillosnet.org/programs/castillosnet.php?tip=ficcasvis&dat=avila/AV-CAS-045&fot=0&num=1

Anónimo dijo...

Relato de los cuatro desertores musulmanes en Peguerinos que se pasaron del bando fascista al republicano: http://books.google.es/books?id=Mo_l5TJ7ifkC&pg=PA441&lpg=PA441&dq=posiciones+republicanas+de+peguerinos&source=bl&ots=V4CsUyUyky&sig=73vKDCoo8hD6aY5d6do5UZiVlp4&hl=es&sa=X&ei=rE3sUeqXM6LA7AabmIHQDA&redir_esc=y#v=onepage&q=posiciones%20republicanas%20de%20peguerinos&f=false

Anónimo dijo...

EN LA SIERRA

Arturo Barea


Esto fue en el primer otoño de la guerra.

El muchacho -veinte años- era teniente; el padre, soldado, por no abandonar al hijo. En la Sierra dieron al hijo un balazo, y el padre le cogió a hombros. Le dieron un balazo de muerte. El padre ya no podía correr y se sentó con su carga al lado.
-Me muero, padre, me muero.
El padre le miró tranquilamente la herida mientras el enemigo se acercaba. Sacó la pistola y le mató.
A la mañana siguiente, fue a la cabeza de una descubierta y recobró el cadáver del hijo abandonado en mitad de las peñas. Lo condujo a la posición. Le envolvieron en una bandera tricolor y le enterraron.
Asistió el padre al entierro. Tenía la cabeza descubierta mientras tapaban al hijo con la tierra aterronada, dura de hielo.
La cabeza era calva, brillante, con un cerquillo de pelos canos alrededor. Con la misma pistola hizo saltar la tapadera brillante de la calva.
Quedó el cerquillo de pelo gris rodeando un agujero horrible de sangre y de sesos.
Le enterraron al lado del hijo.
El frío de la Sierra hacía llorar a los hombres.

Valor y miedo (1938), Madrid, José Esteban, 1980, pág. 63.

Anónimo dijo...

Navalperal y Peguerinos
"Fracasado este intento de avance por el Alto del León, los sublevados intentaron el 19 de agosto tomar de revés la defensa republicana mediante un movimiento de flanqueo por la Sierra de Gredos. Fuerzas facciosas, mandadas por el comandante Doval, el sangriento verdugo de los mineros asturianos en octubre de 1934, atacaron a los milicianos de la columna Mangada, que operaba en el sector de Navalperal, desde Cebreros hasta Las Navas del Marqués.
Esta columna se había formado inicialmente sobre la base de las milicias socialistas del Puente de Segovia, comunistas del distrito Oeste, un grupo de empleados de telégrafos, etc. En la primera salida de la columna (antes de estructurarse como tal y de tomar el mando Mangada), un grupo de milicianos socialistas avanzaron en camiones hasta cortar la carretera Valladolid-Madrid. Apostados en esa carretera, cerca de Lebajos detuvieron en plena noche a dos coches con falangistas armados. De uno de ellos salió un hombre que, creyendo estar entre los suyos, gritó que él era el jefe de Falange de Valladolid. Era Onésimo Redondo. Allí mismo fue muerto por los milicianos...

Anónimo dijo...

...Todos los intentos propagandísticos por asociar su nombre a los combates en el Alto del León son fantasías. Su única “acción de guerra” fue viajar en coche a decenas de kilómetros del frente.
Hacia el 26 de julio, aproximadamente, la columna Mangada ocupó la zona occidental de la Sierra de Guadarrama, extendiéndose hacia la Sierra de Gredos. El Estado Mayor se estableció en Navalperal de Pinares. La columna se engrosó con campesinos de El Tiemblo y otros pueblos serranos y con nuevos batallones de la J.S.U. y del 5º Regimiento: los batallones “Sargento Vázquez” y “Capitán Condés”, el “Asturias” y el “Aida Lafuente”, el “Largo Caballero” y “Pueblo Nuevo de las Ventas”,etc. La columna tenía también un tren blindado, que actuaba con eficacia.
El ataque faccioso del 19 de agosto fue desmontado en su fase inicial, en gran parte, por el fuego de la batería del capitán Salinas y la acción de siete aviones al mando de Hidalgo de Cisneros.
El 20 de agosto los facciosos repitieron el ataque, llevando esta vez en vanguardia a un tabor de regulares indígenas.
La escuadrilla de Hidalgo de Cisneros les atacó con la misma eficacia que el día anterior; un vigoroso contraataque de los milicianos puso en retirada a las fuerzas de Doval, que se desbandaron tomando el camino de Ávila. El pánico cundió de tal manera que los sublevados empezaron a evacuar aquella ciudad.
El general Mola envió a Franco un telegrama en el que decía:
“Para no continuar sacrificando inútilmente a mis fuerzas, suspendo la operación hasta que no reciba refuerzos de aviación”.
Mangada no supo aprovechar esta victoria para progresar hacia Ávila y se conformó con avanzar sus posiciones hasta Punta Mapa, a pesar de no tener delante enemigo a muchos kilómetros. Esta concepción estática de la guerra anuló las ventajas que proporcionaban a Mangada la alta calidad combativa de sus fuerzas y su situación privilegiada en un flanco abierto del enemigo.
Rehecho el Primer Tabor del 4º Grupo de Regulares de Larache de la derrota sufrida en Navalperal, asestó un golpe por sorpresa en el sector de Peguerinos.
El 29 de agosto, los soldados marroquíes del coronel Martínez Zaldívar, junto con fuerzas de la guardia civil y requetés de Pamplona, pasaron por sorpresa el puerto del Boquerón, débilmente guardado, y cayeron sobre Peguerinos. Las tropas moras entraron a cuchillo en el pueblo, degollaron a los hombres, haciendo víctimas de odiosas violencias a las mujeres y saqueando los humildes hogares campesinos. El flanco izquierdo de los defensores del Guadarrama quedó amenazado. A tapar la brecha acudieron los batallones “Octubre I”, al mando de Etelvino Vega, y “Octubre II”, a las órdenes de Fernando de Rosa, que murió heroicamente en ese frente unos días más tarde.
Bajo el mando de Modesto, acudió desde Navacerrada una columna compuesta de dos compañías del batallón Thaelmann y de una compañía de guardias de asalto; de Guadarrama vino Márquez al frente de una compañía del batallón de “La Victoria” y de Navalperal, una compañía del batallón “Largo Caballero”.
Las fuerzas milicianas arrollaron las defensas del enemigo, que fue cercado en el pueblo y destruido después de una lucha encarnizada. El tabor quedó totalmente aniquilado. El frente de Guadarrama se estabilizó definitivamente, después de un mes largo de combates ininterrumpidos.
En su conjunto, la primera batalla por Madrid había terminado con el fracaso de los facciosos y con un éxito táctico importante de la República.
Este resultado fue el fruto del sacrificio y de la abnegación de millares de obreros y campesinos, de empleados, estudiantes e intelectuales. En el fuego mismo del combate, estos supieron crear una organización militar que, aunque primaria y defectuosa, fue capaz de detener a las unidades del ejército faccioso de Valladolid, Segovia, Pamplona y Burgos, a las tropas mercenarias de África y a los destacamentos de falangistas y de requetés.