
" Poco a poco fui subiendo de categoría en
las milicias socialis-tas y junto con Coello y Ordóñez, entré en el grupo de
confianza que rodeaba a Fernando de Rosa, socialista italiano, jefe militar de
las milicias. De él sólo sabíamos entonces, que había partici-pado en un
fallido atentado al príncipe Humberto de Saboya, en Bélgica, en el año 1929.
Hablaba el español con fuerte acento, y tenía un gesto
adusto, detrás del cual se escondía, como supe mucho después, al conocerle
mejor, un idealista sentimental. Con Fernando de Rosa participé en una
descabellada aventura que terminó bastante mal, pero que pudo haber sido peor.
Un domingo por la noche, salimos en tres taxis hacia Valladolid. Se trataba de
apoderarse de un depósito de armas de los falangistas, que según informes,
estaba en una finca, cerca de la ciudad. Alguien nos iba a esperar de madrugada
en un puente de un camino secundario y nos conduciría al objetivo. El primer
error fue que no contamos con que a esa hora volvían de la Sierra de Guadarrama
millares de autos con familias que habían pasado allí el fin de semana. Por este
motivo nuestros coches tuvieron que ir muy despacio. Luego el auto en que
iba Fernando de Rosa no marchaba bien, lo cambió por el mío, pero volvimos
a perder más tiempo. Llegamos a Valladolid bastante tarde, sobre todo yo,
porque mi nuevo vehículo había seguido fallando. En el lugar de la
cita nos dijeron que el asunto se había aplazado, que duran-te el día
hiciéramos lo que quisiéramos y que volviéramos al mismo lugar a la noche
siguiente. Yo era el jefe de mi taxi. Conmigo venían dos panaderos de Artes
Blancas, además del chofer. Escondimos bien las pistolas detrás de los asientos
y en una desviación paramos el auto y dormimos a pierna suelta. Uno de
los que venían conmigo se empeñaba en ir a su pueblo, que no estaba lejos, pero
me negué a ello, no íbamos a ir pregonando nuestra presencia en sitios donde
podían reconocernos. Entramos a comer a Valladolid y seguimos deambulando
hasta que el sol se puso y se acercaba la hora de actuar.
Tratamos de llegar en punto; ni antes ni después de la hora marcada. Sacamos
las pistolas de sus escondites para estar preparados. Cuando nos acercamos
vimos que los otros dos taxis habían dado ya la vuelta
Y tenían los faros encendidos. José Laín me gritó que
estaba la Guardia Civil y que tenía que dar la vuelta para escapar. Los
dos coches arrancaron a toda velocidad. No sé como mi auto no fue a parar a la
cuneta al dar la vuelta en el camino. Pero todo salió bien. Yo me bajé pistola
en mano por si alguien se acercara, pero en aquel momento nadie lo intentó y a
toda velocidad salimos hacia Madrid. Si entonces se para el motor hubiera sido
nuestro fin; pero funcionó perfectamente y en relativamente poco tiempo,
llegamos a la capital y al Sindicato de Artes Blancas, en la Casa del Pueblo,
donde entregamos las armas al secretario Rafael Henche de la Plata. Allí nos
enteramos que al llegar los dos primeros taxis al lugar señalado, Carlos
Menéndez se bajó a explorar y cayó en una emboscada de la Guardia Civil, que de
alguna forma se había enterado de todas nuestras idas y
venidas de la noche anterior. Sin embargo, no se
decidieron a disparar contra nosotros que debíamos ofrecer un blanco perfecto,
cuando los coches encendieron las luces para virar. Parece ser que al poco rato
llegó de Valladolid una camioneta de guardias de asalto, que mandaron en
nuestra persecución, pero que no consiguió darnos alcance. Carlos Menéndez fue
acusado de tenencia ilícita de armas e ingresó en la cárcel, pero a los
abogados socialistas no les fue dificil conseguir su libertad a las pocas
semanas.
'
El sábado 8 de septiembre de 1934, la UGT declaró una
huelga general en Madrid, con motivo de la
concentración de terratenientes catalanes del Instituto Agrícola de
San Isidro, que protestaban ante el gobierno central por la Ley de Cultivos de
la Generalidad ,favorable para los rabassaires, arrendatarios de sus campos.
Ese día, las milicias socialistas movilizaron a todos sus miembros para llevar
a cabo pequeñas acciones callejeras. Fernando de Rosa me dio el mando de una
compañía de milicias, en total diez escuadras de diez hombres, más una escuadra
de mando. La mayoría de los milicianos eran socialistas de edad media, aunque
también había jóvenes. Mis proyectos de entrar a trabajar en la Fundación
Rockefeller seguían en pie; pero en aquel agitado mes de septiembre, ante la
revolución que se aproximaba, decidí ocupar mi puesto dentro de las milicias
socialistas, dejando todo lo demás para mejor ocasión. De esta forma se
con-sumaba mi separación de los comunistas, aunque éstos, al
fin, acordaron ingresar en las Alianzas Obreras organizadas por Largo
Caballero. Los preparativos de la insurrección exigían, en primer lugar,
disponer de armas. Para ello, los socialistas adquirieron un depósito propiedad
de revolucionarios portugueses, que venían trasladándolo de un lado a otro sin
encontrar oportunidad de utilizarlo. El gobierno descubrió parte del alijo en
Asturias, cuando se desembarcaba del barco "Turquesa", Y declaró
el estado de alarma en todo el país. Este tropiezo pudo desarticular la
organización de las milicias en Madrid, porque muchos que guardaban armas, al
temer ser descubiertos, pedían que las cambiáramos de lugar. Comenzaron los
bultos a danzar de un lado a otro, con peligro para todos los que
participábamos en el transporte. Fueron unos días de febril actividad para
esconder el armamento, ya que el pánico se había extendido y pocos querían colaborar. … Estaba claro, aun para los más optimistas, que
habíamos sido vencidos en toda España. Debíamos afrontar las consecuencias. Los
jueces empezaban a tomar declaración a los detenidos, que por miles colmaban
las cárceles. Al principio, no se nos ocurrió más que debíamos decir la verdad.
Cuando con este espíritu Si-marro, Loma y yo, íbamos a entrar a declarar ante
nuestro juez, salió Carlos Merino y nos aconsejó no decir nada que insinuase
haber estado siquiera cerca del Círculo Socialista de la Prosperidad, y que
sólo reconociéramos haber sido arrestados en una calle céntrica de Madrid,
cuando paseábamos pacíficamente. Seguimos su consejo y aunque nuestras
narraciones resultaron poco convincentes, el
funcionario las anotó sin prestarnos ninguna atención, con lo
que quedábamos, de momento, eximidos de toda responsabilidad judicial. La
policía desbordada por los acontecimientos, no estaba en condiciones de
investigar ni a una mínima parte de los presos. Un par de días más tarde,
reclamados por los socialistas, nos trasladaron a la galería de presos políticos. En
la entrada me esperaba Ordóñez, al que no veía desde que lo detuvieron en la
Ciudad Universitaria. Las celdas eran grandes y limpias, y aunque seguíamos
durmiendo en el suelo, bastante amontonados, nos parecía un hotel de lujo en
comparación con la quinta galería. Cada partido político u organización
sindical, tenía reservada una parte. En el piso de los socialistas, nos
encontrábamos gran parte de la plana mayor de las milicias. Estaba Largo
Caballero, que no había querido eludir la detención, y Fernando de Rosa, que se
había entregado a las pocas horas de que su enlace, Leo Menéndez, fue
arrestada. Fernando quería hacerse responsable de todo, creyendo que así nos
ayudaba a sus subalternos. Pensaba sin duda en una policía y unos jueces más eficientes
y en normas caballerescas ya largo tiempo olvidadas. La mayoría de los
detenidos íbamos a escurrirnos entre las mallas de la ley y muy pronto seríamos
puestos en libertad. En cambio, a los que
la justicia comprometía, a veces arbitrariamente, les esperaba
una larga condena. Entreteníamos nuestro ocio forzado, con una interminable
discusión acerca de las causas de nuestro fracaso. Todas las cárceles de España
estaban llenas.
...Al ser
amnistiado, Fernando de Rosa volvió a hacerse cargo de la dirección de las
milicias de la Juventud Socialista. Regresaron del extranjero todos los
declarados en rebeldía como Laíil, Marcos, Coello y otros. El primero de abril,
se llegó oficialmente a la fusión de las organizaciones juveniles socialistas y
comunistas, a pesar de que había muchos rozamientos. Claro que
éstos no eran nada comparados a los que crecían dentro de los partidos del
Frente Popular..."
…
Pronto el Círculo Socialista estuvo repleto, los fusiles comenzaron a
repartirse en la calle, los hombres armados atravesaban la carretera de Segovia
y se metían en la Casa de Campo. Entre los paisanos, comenzaron a verse algunos
uniformes, la mayor parte de sargentos y suboficiales y algún
oficial, entre los cuales estaba el teniente coronel Mangada. Llegó por allí
Fernando de Rosa y comenzamos a buscar entre la muchedumbre a nuestros
milicianos para agrupar a nuestras compañías…

… el
lunes 20 de julio…Fernando de Rosa y muchos otros marcharon ante las
noticias del asalto al Cuartel de la Montaña, a mí me ordenaron
permanecer allí al frente de los pocos que no se habían desperdigado por propia
voluntad, aburridos de la inacción. Claudín se quedó…
…Temprano el martes 21 de julio ya estaba en pie…
Hacia la Sierra de Guadarrama, habían salido en camiones una parte de los
oficiales y soldados del Regimiento de Transmisiones de El Pardo; no se
sublevaron el día antes, pero estaban en marcha para unirse a los rebeldes.
Llevaban ya mucha ventaja y no les alcanzamos; pudieron cruzar el Alto del León
y llegar a San Rafael donde se unieron con las unidades insurrectas que de
Segovia y Valladolid iban hacia el puerto. …
Yo no podía todavía andar y les seguí con nuestro
camión ya cargado de municiones y de víveres. Otra vez llegamos
a Tablada, en todas las proximidades sonaba el combate, que
no había amainado en todo el día, dejando ese olor a pólvora que todo lo llena
y reseca la garganta. De repente llegaron gritando algunos de nuestros jóvenes. I
Han matado al capitán González Gil y Fernando de Rosa está herido! Las
compañías sin mando se habían desperdigado. Regresamos a Guadarrama para tratar
de reunir a nuestros milicianos….Fernando de Rosa fue evacuado en una
ambulancia a Madrid…
…el 27 de Julio en Madrid Fernando de
Rosa, cuya herida había resultado leve, estaba organizando batallones de
milicias.…Los jóvenes socialistas fundaron el "Batallón Octubre No.
l", el "Octubre No. ll",el"Largo Caballero"
…Recibí -el nombramiento de capitán ayudante del
BatallónOctubre No.11 cuyo jefe era Fernando de Rosa.
…. Se nos incorporaron bastantes estudiantes
de la FUE… el 1 de agosto por la tarde salimos en tren hacia El
Escorial con nuestras tres primeras compañías. Allí desfilamos ante
la admiración de los vecinos y luego en camiones, llegamos, ya en la madrugada
del 2 de agosto, a Peguerinos y de allí a pie seguimos hacia la
sierra que domina a San Rafael, en la región del paso que llamábamos la
Gargantilla, en la retaguardia del enemigo que ocupaba el Alto del León.
Nuestros milicianos eran todos
jóvenes socialistas Y en su mayoría ya formaban parte de
nuestras milicias antes de empezar la guerra. Nos incorporamos a la columna del
comandante Sabio. Había otras unidades, entre ellas un batallón de soldados de
aviación, mandado por el teniente coronel Rubio. El mismo día
descendíamos hacia San Rafael dejando atrás las estribaciones de Cueva
Valiente. Sabio nos mandó cubrir el flanco izquierdo en dirección a El
Espinar, pero Fernando de Rosa y yo entramos con él en San Rafael, junto
con un pequeño grupo de soldados. Desde luego es admirable la tranquilidad y el
valor con que Sabio su pequeño grupo avanzó por entre las primeras villas
y chalets de veraneantes que estaban en los linderos del pueblo. Todos estaban
vacíos, ni enemigos ni población civil, no se veía a nadie. Pronto llegamos ya
cerca de la carretera y en una casa aislada aparecieron tres falangistas
vestidos de azul igual que nosotros, que fueron hechos prisioneros antes de que
pudieran darse cuenta. Por una barranca llegaba en nuestra ayuda una compañía
de soldados de aviación, pero antes de desplegarse se desencadenó de repente la
batalla. De todas partes nos caían los tiros encima aunque no veíamos a
nuestros contrarios, pero éstos ocupaban sin duda la casa aislada y
otras de las cercanías y habían visto cómo hicimos prisioneros a
sus compañeros. Nosotros disparábamos al azar, pero la confusión era cada vez
mayor. Fernando de Rosa y yo retrocedimos para buscar a nuestras compañías que
protegían la dirección de El Espinar. Al llegar al lindero de San Rafael vimos
al teniente coronel Rubio, al descubierto, montado en un caballo blanco, y
detrás de una cerca a su compañía de ametralladoras, que comenzó a hacer fuego
para proteger el repliegue, pues ya no se trataba de otra cosa. Siguió el
estruendo del combate largo rato, las balas llegaban cada vez más densas y
segaban las ramas de los pinos. Poco a Poco los soldados de aviación volvieron
a remontar la ladera hacia Cueva Valiente, las otras unidades de la
columna Sabio ni siquiera habían acabado de bajar y los únicos
tiros que dispararon fueron los que sonaron en el fusilamiento de los tres
falangistas prisioneros, que sus captores habían respetado y enviado a la
retaguardia. Nosotros esperamos hasta el atardecer y fuimos también subiendo
lentamente, antes de hundirnos en el bosque nos llegaron todavía algunas balas
lejanas.
Ya en el crepúsculo, cruzamos la cañada, donde había
sido hecha prisionera y fusilada unos días antes, una de las primeras
milicianas llegadas de Madrid, Francisca Solano.
A un lado estaba su tumba. Cuando llegamos arriba, al
campamento, ya no había nada que comer, toda la intendencia se había agotado y
excepto los soldados de aviación y nosotros, los del Octubre No. 11,
casi todo el resto de los milicianos había marchado
hacia Peguerinos considerando que su deber ya estaba cumplido, aunque realmente
no habían participado en el combate. El epílogo de aquel descabellado episodio,
donde con un poco más de organización, de decisión y de mando, podíamos haber
ocupado San Rafael y cortar la retirada al enemigo que ocupaba el Alto del
León, lo supimos sólo algunos días después. En una nota escueta de un periódico
del bando contrario, que llegó a nuestro poder, se indicaba que habían sido
fusilados diez y ocho soldados de aviación hechos prisioneros aquel día. Se
trataba con toda seguridad de algunos rezagados a los que el miedo impidió
retroceder a tiempo, porque, con un poco de decisión todos hubieran podido
escapar. De vuelta a Peguerinos encontré a Luis Tapia en la intendencia de
Sabio y me ayudó a dotar a mi batallón de muchas cosas que faltaban. Luego
conservando las posiciones en el flanco de la carretera San Rafael-Espinar,
concentramos las fuerzas en un campamento que llamábamos de las Navazuelas,
donde años después de la guerra iba a erigirse el monumento del Valle de
los Caídos.
El día 5 de agosto con un guardia de
asalto y unos pocos milicianos estuve de exploración en Cabeza Lijar,
encontrando que tanto esta altura de 1,892 metros situada inmediatamente al sur
del Alto del León, como la cuerda montañosa que allí se inicia en dirección a
El Escorial estaba abandonada, nadie la ocupaba. La cosa resultaba
inexplicable, pero era un hecho que los combates hacia Guadarrama seguían
localizados a un lado y otro de la carretera y nadie se ocupaba de
maniobrar, la cautela era lo predominante en ambos lados. Hicimos prisionero a
un falangista lleno de medallas y
de escapularios, no iba armado y
probablemente había venido del frente de Guadarrama para caer en nuestras
manos. Al día siguiente ocupamos sin incidentes Cabeza
Líjar. La primera noche en la cima pasamos un frío
espantoso, no nos habían dejado subir las mantas, ya las tenia a lomos de
varios mulos cuando Sabio me mandó descargarlas, tampoco nos dejaron encender
fuego. Estuvimos todo el tiempo tiritando, buscando calor amontonados unos
contra otros. Nuestra enfermera, Leo Menéndez, tuvo que atender

el duelo se hizo más equilibrado. El
comandante Sabio fue trasladado a otro frente y con él marchó Luis Tapia. El
mando de nuestra columna pasó al teniente coronel Rubio…
El 19 de Agosto nos despertó al amanecer la metralla
de las granadas que estallaban muy arriba por encima de nuestro campamento. No
nos hicieron casi ningún daño, todos nos pusimos 1 sobre las armas. Estaban
atacando nuestras posiciones de la Gargantilla junto a Cueva Valiente, y pronto
salieron varias compañías con Fernando de Rosa a la cabeza para socorrerlas.
Como no había un frente continuo mientras subíamos por uno de los barrancos,
una columna enemiga bajaba por otro, llegaba a las Navazuelas, cruzaba unos
disparos y retrocedía de nuevo sin de-tenerse para volver a San Rafael. Varias
horas tardamos en enterarnos de que el enemigo había desaparecido sólo a la
mañana siguiente nuestras fuerzas dejaron de tirotearse por error unas a
otras y volvimos a establecer nuestras posiciones, reforzándolas .En aquel combate,
estuvo a punto de terminar mi carrera militar. Me había retrasado algo del
grupo de socorro y de repente me encontré acompañado sólo de dos milicianos, en
medio de mucha gente que subía monte arriba. Pasaban corriendo a mi lado sin
mirarme ni contestar a mis preguntas y yo al principio no sabía quiénes eran,
vestían igual que nosotros, con trajes azules de obrero y piezas de uniforme
militar, pero algunos llevaban cascos y uno me dijo que eran de "la del
20".
Esto me indicó que eran enemigos. Nos
parapetamos y empezamos a disparar, ninguno de los que huían nos contestó,
ni volvieron siquiera la cabeza, sólo apretaron la marcha, tirando mochilas,
fusiles, morteros y todo lo que les estorbaba. Si alguno de ellos hubiera
reparado en que sólo éramos tres hombres,
hubieran dado fácil-mente cuenta de nosotros. …
Batalla de Peguerinos
….El día 30 de agosto de
nuevo nos despertaron las granadas de metralla sobre nuestras tiendas. Se iba a
repetir sin duda la ofensiva del enemigo. Pero de las posiciones no llegaban
noticias alarmantes, se resistían bien los ataques. De repente, el capitán
Caballero, antiguo sargento jefe de una de nuestras compañías, que había sido
herido y evacuado hacia Peguerinos, llegó espantado a campo traviesa: en el
pueblo estaban fuerzas moras de Regulares, que conocía bien porque había estado
en Africa. Por el terreno sin cubrir que había entre nuestra columna y la de
Mangada en Navalperal de Pinares (casi 20 Km.) había entrado desde El Espinar
una columna enemiga de unos 3,000hombres, con un tabor de Regulares cuya
vanguardia llegó todavía temprano a Peguerinos. Tenían el camino abierto hacia
El Escorial y podían fácilmente haber envuelto y destrozado todo nuestro frente
de Guadarrama. Pero allí se detuvieron varias horas, perdiendo un tiempo
precioso. En cambio, nosotros lo aprovechamos bien.
Nuestras posiciones estaban intactas y las manteníamos. Nuestras reservas
pronto cortaron los caminos a la retaguardia del enemigo infiltrado. Por otro
lado, desde Guadarrama y desde Madrid llegaban en camiones a través de El
Escorial centenares de milicianos de las unidades más diversas que comenzaron a
atacar Peguerinos al mando del general Asensio. Al atardecer, cerrado el camino
a El Escorial y amenazados detrás por nuestra columna, nuestros adversarios se
desbandaron abandonando todo el material de guerra. Durante la
noche hicimos muchos prisioneros, la mayoría del tabor de Regulares, y al día
siguiente recogimos un botín de casi treinta ametralladoras, muchos fusiles,
morteros y toda clase deber trechos. Perdidos en los bosques iban rindiéndose
más moros y soldados, pero la mayoría consiguió escapar. Nuestra columna estuvo
casi un día aislada y los heridos los tuvimos que evacuar penosamente a través
de las montañas hacia El Escorial, entre ellos al antiguo sargento, capitán
VeIázquez y al capitán Caballero, pero por el simple hecho de haber permanecido
en nuestro puesto, jugamos un papel importante en el fracaso de la
incursión. En Peguerinos, el enemigo no encontró más que heridos en un
hospital provisional en la iglesia, que fueron muertos a bayonetazos; un viejo
corrió la misma suerte y unas mujeres fueron violadas. Los prisioneros que
habíamos hecho nosotros y que enviamos en un par de camiones, fueron sacados de
estos y fusilados al pasar por Peguerinos por los milicianos enardecidos. La
guerra seguía siendo sin cuartel.
La columna enemiga había sido guiada por el antiguo
secre-tario del ayuntamiento de Peguerinos, que había huido al empezar el
movimiento militar. Conocía muy bien el terreno, pero no se atrevía a volver a
El Espinar después de la catástrofe; por fin lo encontraron en el bosque y lo
trajeron a nuestro campamento. Pronto sus paisanos corrieron la voz de su
presencia y no fue linchado y partido en pedazos gracias a mis esfuerzos y los
de mi gente, que no pretendíamos salvarle la vida, pero que no admitíamos
torturas. Al fin, fue fusilado con un orden relativo. Me encontré ese día
en mayor peligro que nunca lo estuve en el frente; todo era a mi alrededor
gente histérica agitando armase incluso disparando.
Lo que más me irritaba era que la gran mayoría eran
milicianos que habían llegado de refuerzo después del combate, en el que no
participaron. Durante un par de semanas seguimos capturando enemigos. Un
alférez enemigo, estuvo cerca de quince días debajo de una peña, sin comer, sin
beber y sin intentar escapar, era ya un cadáver viviente cuando lo encontraron
allí. Lo tratamos lo mejor posible, pero como la orden era de fusilar a todos
los prisioneros, las atenciones que tuvimos con él y que nos agradeció,
resultaban un tanto crueles. El último que cayó en
nuestras manos fue un marroquí viejo, antiguo soldado del general Mangín
en la batalla de Verdun. Ya estábamos hartos de derramar sangre, y conseguimos
mandarlo a Madrid, quizás allí salvase su vida. Las unidades enemigas que
habían atacado la Gargantilla, tuvieron muchos muertos que dejaron sobre el
campo, entre ellos dos enfermeras que enterramos en el mismo sitio en que
habían perecido. Nuestro batallón Octubre No. 11 seguía recibiendo muchos
voluntarios y aparecían en el frente nuevas compañías, que pronto llegaron a 16.
Había una compañía de tranviarios de Madrid,
gente de edad reposada y tranquila, pero la mayoría seguían siendo jóvenes
socialistas no sólo de la capital, sino de provincias.
Especialmente habían llegado muchos de Alicante: de Petrel, Torrevieja y
Elda. Los alicantinos eran unos maravillosos soldados …
Muerte de Fernando de Rosa
.Fernando de Rosa tenía grandes dotes personales, había
sido subteniente del ejército italiano y sabía hacerse respetar y querer de
todos sus soldados. Bajo su mando en sólo mes y medio el batallón adquirió una
organización tan estrictamente militar y un espíritu de cuerpo tan marcado, que
sus milicianos nos sentíamos orgullosos de formar parte de nuestra unidad, a la
que considerábamos superior a cualquiera otra. Este espíritu lo mantuvimos
después durante toda la guerra en las otras unidades de las que formamos parte.
Nuestros servicios estaban muy bien organizados, teníamos una bien provista
compañía de transporte automóvil, con chóferes del sindicato de la UGT, y
nuestras oficinas de Madrid nos surtían de todo lo necesario. Sin embargo,
Fernando de Rosa se tenía que enfrentar con toda una serie de problemas, debido
a los celos que despertaba en varios dirigentes de las Juventudes Socialistas.
Sus intentos de formar una brigada juvenil fracasaron por ello. Había por lo
menos dos grupos en pugna, enzarzados en una lucha enconada
entre bastidores. Esta rivalidad le preocupaba mucho a Fernando, sobre
todo por su calidad de extranjero. A su lado estaban sólo dos miembros de la
comisión ejecutiva de las Juventudes Socialistas: José Laín, el primer
comisario de nuestra columna y Federico Melchor que había defendido el 30 de
agosto La Gargantilla. El otro grupo lo encabezaban Santiago Carrillo y José
Cazorla y su unidad militar básica era el Batallón Octubre No. 1, que mandaba
Etelvino Vega. Las fricciones eran evidentes en una serie de detalles.
La dureza de la lucha se acentuaba día adía…

…La amenaza que representaba para el Alto del León
nuestra posición de Cabeza Líjar inquietaba al enemigo, sobre todo cuando
sus líneas habían descendido casi hasta el pueblo de Guadarrama. Todos los días
dicha altura era bombardeada con artillería, convirtiéndola en un infierno de
metralla y de trozos de piedras arrancadas por las explosiones, siendo muy
difícil abrir refugios para nuestra gente en la roca viva. Hacíamos frecuente
relevos de la guarnición, pero teníamos muchas bajas.
El 15 de septiembre empezó un bombardeo excepcionalmente intenso de
Cabeza Líjar, a la vez que caían granadas sobre el campamento de las Navazuelas
y explotaban junto a las tiendas. Pronto se cortó el teléfono y con las
reservas al mando de Fernando de Rosa subimos monte arriba rápidamente, y
llegamos a La Salamanca, la cima inmediata a Cabeza Lijar. Sin embargo, ya era
demasiado tarde; sobre las grandes rocas que teníamos enfrente, veíamos los
uniformes claros de los moros que avanzaban hacia nosotros, pero
pudimos desplegar nuestras fuerzas y emplazar dos ametralladoras que
pararon al enemigo. Habíamos perdido la posición y los restos de sus
defensores, muchos de ellos heridos, se unieron a nosotros. Una batería de
obuses de montaña del 105 había sido también abandonada y los artilleros
sólo tuvieron tiempo de traerse los cierres. El mismo día 15 empezamos a
preparar el contraataque. Lo iban a realizar varias compañías de nuestro
batallón, entre ellas una de alicantinos que eran magníficos soldados. Al amanecer del día 16, comenzó nuestra
ofensiva, tratando de atacar por sorpresa, ya que no teníamos artillería que
nos protegiese; pronto vimos casi en la cima a Remedios, una alicantina luego
ascendida a alférez, agitando una manta roja, pero fuimos rechazados con
grandes bajas. Durante el día repetimos el ataque muchas veces, sin resultado,
el enemigo estaba ya firmemente establecido. Sobre las cuatro de la tarde Fernando
de Rosa se adelantó a animar con su presencia a nuestros combatientes.
Cayó muerto de un balazo en la cabeza. Esa fue la señal de retirada y nuestros
milicianos retrocedieron en desorden. Con grandes dificultades los fuimos
deteniendo, tomé el mando del batallón y ayudado por una compañía de refresco
de jóvenes ma-drileños mandada por Rafael Villasante, pude organizar la defensa
de La Salamanca. Pronto se hizo de noche y renació la calma. Pasé la
noche en la misma cima de la nueva posición rodeado de los alicantinos que
quedaban vivos; no eran más de diez de toda la compañía, todos sus oficiales
habían muerto, Remedios había sido también gravísimamente herida en la cabeza y
evacuada a El Escorial. A la madrugada siguiente nos relevaron fuerzas que
envió el teniente coronel Rubio. El día 17 de septiembre bajamos a nuestro
campamento con las unidades a mi mando. Las formé bajo los árboles y
pasé a dar el parte al teniente coronel Rubio, que estaba impresionado y
emocionado;
eran pocos los que regresaban, nuestras pérdidas habían sido grandes. Nos
saludó y con voz solemne mandó romper filas.

Entierro de Fernando de Rosa
Ese mismo día se efectuó en Madrid el entierro de
Fernando de Rosa. Nuestro jefe, camarada y amigo fue sepultado con todos los
honores militares. Fuera de su patria y
lejos de los suyos había terminado prematuramente la
vida de un hombre capaz de sacrificarlo todo por una causa. Fernando de Rosa no
fue nunca un aventurero y
menos aún un mercenario o soldado de fortuna;
era un idealista al que las circunstancias lanzaron de un país a
otro, siempre buscando la verdad y luchando por lo que consideraba
justo. Aunque tratase de ocultarlo a los demás, era un hombre
sentimental y
humano detrás de una máscara de rigidez. Yo llegué
a apreciarlo de veras en aquellos meses de
con-vivencia en el frente. En el Madrid de los primeros meses de guerra todavía
podían reunirse grandes muchedumbres en los entierros de los caídos en los
frentes.
También había sido impresionante el de Torres,
nuestro compañero de la FUE. Luego la lucha fue más dura, las víctimas más
numerosas y la indiferencia fue extendiéndose. E1 contacto con la muerte se
convirtió en algo habitual, en cosa de todos los días. De vez en cuando llegaba
la noticia de algún amigo muerto en algún sector lejano. Así me enteré de la de
Carlos Merino en el frente de Teruel y de muchos otros más.
La desaparición de Fernando de Rosa, fue el comienzo
de grandes cambios en nuestra columna. A los pocos días marchó a Madrid el
teniente coronel Rubio y ya no regresó. Era un hombre honrado y leal a la
República. Unico oficial de carrera del batallón de Aviación, los demás eran
sargentos recién ascendidos, su ejemplo fue decisivo para ayudarnos
Al comprender lo que era la disciplina y la
organización. En un proceso contra oficiales compañeros suyos,
había salido responsable por ellos y consiguió fueran puestos en
libertad. Más tarde, algunas de las bandas organizadas en retaguardia
comenzaron a asesinar a los liberados. Los que quedaban vivos fueron
a comunicarle que se pasaban al ene-migo, porque no querían
perder la vida de esa forma. Se le creó a nuestro jefe un problema de
conciencia y con un pretexto consiguió un pasaporte para un viaje corto a
Francia, del que ya no regresó. Nada más se supo de él.
Así recogió La Vanguardia la muerte de Fernando
de Rosa:
Muerte del comandante Lenccini, en Peguerinos | En Peguerinos, cuando
arengaba a sus soldados ayer tarde, fue muerto por un tiro enemigo el
comandante del batallón «Octubres, Fernando de Rosa Lenccini, de nacionalidad
italiana. , De Rosa pertenecía al Partido Socialista italiano y en 1919 con
ocasión dé un viaje del príncipe de ftárnonte a Bruselas disparó su pistola
contra el viajero, como protesta contra el régimen fascista implantado en su
país. Fue condenado a siete años de presidio e indultado después de haber
cumplido tres años y medio de condena. j Participó en el movimiento de octubre,
sien- ¡ do condenado a 19 años de prisión.
La Vanguardia 18 Sept. 1936.

Semblante biográfico de Fernando de Rosa, la carta de su compatriota Pietro Nenni ( Dirigente socialista italiano que participó en la Guerra Civil Española como comisario político de la Brigada Garibaldi.) leída en el Aniversario de su muerte el 16 de Septiembre 1937:
"Cuando el 5 de agosto llegué a Madrid para ponerme a la disposición del Partido Socialista español, oí por todas partes elogios de Femando. En el frente, con él en la Sierra, tuve la alegría de comprobar hasta qué punto era estimado.
cuenta de sus dotes de intuición militar.
Cuando pienso en esa noche, cuando vuelvo a ver los
lugares donde cayó Fernando, cuando evoco de nuevo sus solemnes funerales en
Madrid, siento espanto ante la crueldad del destino. Más tarde, cada vez que he
encontrado a sus camaradas en diversos frentes, siempre me he preguntado:
"¿A dónde hubiese llegado Fernando?" Y tengo la certidumbre de que,
como Modesto, Lister o Mera, sería hoy uno de los jefes del ejército popular
español. Pero no pudo ser así. Fernando duerme su último sueño en el cementerio
de Madrid, al lado de otros muchos heroicos combatientes, no lejos del mausoleo 

de Pablo Iglesias, el abuelo del socialismo español.
"
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